CAPITULO 5 - Parte 3: DURO COMO EL ACERO

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—Muy bien, queridos aprendices de pacotilla. En mis clases podéis dejar el cerebro en vuestras habitaciones. No es necesario aquí. Solo quiero que vuestros cuerpos sean rápidos y fuertes para poder manejar armas con facilidad —empezó explicando el profesor de armamento.

—Guay, porque la madre de Sirsa me ha dejado el cerebro frito con tantos datos —dijo otro de los compañeros de Owain.

—Eso no es muy difícil. Tu cerebro se satura con el más mínimo dato relevante que recibe, Kino —espetó Tharja con sarna.

—Eeengg —Zack imitó el sonido de un pulsador cuando es erróneo—. Primera mentira. Para usar las armas tenéis que tener el cerebro despejado para usarlo correctamente. Es decir, tenéis que estar concentrados. Incluso diría que hay que realizar cada movimiento con estrategia —el profesor simulaba lentos movimientos con la espada al mismo tiempo que hablaba. Era la misma espada que utilizó en la misión de los trasgos—. Aquel que piense más rápido las distintas posibilidades y sus resultados, tendrá el golpe más óptimo.

Zack se acercó a un carro de metal rodeado con una tela gruesa de color beich, en cuyo interior se encontraban amontonadas diferentes tipos de armas. Había espadas, hachas pequeñas, dagas, arcos, manguales, mazos y látigos.

Cogió unas cuantas y empezó a repartirlas aleatoriamente al azar entre los alumnos, hasta que llegó a Owain, que sujetaba su propia espada, y se detuvo a mirarlo. Tras un breve examen con la mirada, pasó de largo y siguió repartiendo, dejándole usar su propia arma en clase.

—Por cierto, si lucháis en parejas como es en vuestro caso, tenéis que tener en cuenta tanto vuestra arma como la de vuestro compañero. O podríais mataros entre vosotros. Por ejemplo —cogió un mangual y se situó cerca de Rinka—, si yo estuviera luchando con ella y usara mi arma, tendría que prestar atención no solo al rival, sino a no herirla a ella, así que tendría que alejarme o, en casos excepcionales, tener una compenetración extrema. Como podéis ver, necesito de vuestra total atención, no quiero que nadie salga herido en mis clases. Así que os animo a que, cuando entréis por esa puerta, dejéis vuestras preocupaciones fuera.

Mientras Zack señalaba la puerta con la punta de su espada, se abrió. Shiro entró acelerado, caminando con paso firme. Pero en vez de unirse al grupo, se situó frente a ellos.

—Vale, vengo a quitaros un peso de encima —dijo él abriendo los brazos—. Quiero que me lancéis alguna de esas armas.

Todos cuchicheaban entre ellos, intentando entender la petición de Shiro. Ni siquiera Owain sabía qué pretendía. Le miraba buscando alguna mirada cómplice o algo, pero no. Tan solo veía su típica sonrisa de chulo. Había dejado de ser el Shiro sensible con el que había hablado hace unos minutos en el baño, para volver a ser el Shiro que pretendía ser, según él, mejor.

—A veces me entran ganas de matarte, pero tampoco es para tanto —bromeó Sirsa.

—Vamos, lo digo en serio. ¿O es que nadie tiene hue...?

Owain oyó como el viento se rajaba junto a su oído por la hoja de una daga que volaba hacia la frente de Shiro. Casi todos gritaron en seco al ver como el arma recorría la distancia a gran velocidad con la cabeza de su compañero como destino.

El corazón de Owain se encogió por un segundo, con la imagen en su cabeza de la hoja hundiéndose en el cráneo de su amigo. Pero no fue eso lo que ocurrió. La daga golpeó en la frente de lleno, pero rebotó y salió disparada en diagonal hacia arriba, inundando la estancia con el eco de un sonido metálico, que durante un par de segundos, fue lo único que se oyó.

—¡Joder! ¡Pero avisa primero! ¡Casi me matas! —gritó Shiro dirigiéndose al lanzador de la daga.

Todos se giraron para ver quien había sido el que había iniciado el lanzamiento. Un coro se formó alrededor de Hawk, que miraba a Owain con orgullo, y entendió que esa había sido su manera de no pasar tan desapercibido. Owain se llevó la mano a la cabeza y, tras un rato sin hacerlo, respiró hondo.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora