Owain encontró a Rinka en la pequeña sala de entrenamiento donde la vio por primera vez. La situación se repetía: ella golpeaba sin cesar unos hologramas humanoides, cubierta en sudor. Llevaba las manos cubiertas de vendas desgastadas por los golpes y estaba descalza.
Owain fingió llamar a la puerta y ella se detuvo. Pulsó el botón de un mecanismo electrónico de gran tamaño colocado en el centro de la habitación y los hologramas se vaporizaron. Entró y se acercó a ella, que estaba ocupada quitándose las vendas de las manos.
—¿Estás bien? —preguntó con delicadeza.
—Si. Ha sido solo un momento de debilidad. Pero no volverá a pasar. ¿Te apuntas? —preguntó ella en posición de batalla.
—¿Qué? ¿Quieres que entrene contigo? —dijo Owain sorprendido—. Te arrepentirás.
Imitó la pose de lucha, con un pie adelantado y los brazos encorvados con las manos medio abiertas.
—¿Pero qué haces? Quítate la camiseta, ¿O es que crees que no te voy a hacer ni sudar?
Realmente era una buena oportunidad para normalizar la situación de la marca y empezar a hacerla pasar por un tatuaje normal y corriente. Mientras no usara el fuego en exceso y cambiara de color delante de todo el mundo, estaría todo bien. Así que se sacó la camiseta y volvió a colocarse.
—Quería preguntarte... —inició diciendo Owain al esquivar un derechazo de Rinka—, por lo que me dijiste en el tren esa noche.
—Te dije muchas cosas. —Golpeó con un brazo pero Owain lo bloqueó, aunque no consiguió hacerlo con el segundo que vino de abajo a arriba, haciendo que retrocediera un poco.
—Lo de que te hubiera gustado curarme, pero que no podías. —Esta vez Owain fue quien lanzó el golpe, pero Rinka se agachó y lo golpeó en el pecho con la parte inferior de la palma derecha.
—Pues sí, puedo curarme a mí misma constantemente pero soy incapaz de curar la más mínima herida ajena.
Rinka pateó con fuerza el costado de Owain, que lo recibió para sujetarle la pierna, y ella saltó encima suya para tumbarle de manera que cayó sobre él inmovilizándole con ambas piernas.
—No puedes martirizarte por una cosa que no depende de ti. Así es tu magia. Igual que la mía tiene que ser manifestada a través de una espada —dijo Owain aun en el suelo debajo de ella.
—No. —Owain aprovechó este momento para darle la vuelta a las tornas y tumbarla a ella, quedando él encima—. Fue precisamente algo que hice.
—¿Qué quieres decir? —El tono de Rinka había cambiado y ya no parecía mostrar interés en luchar. Así que dejó de hacer fuerza para sujetarla. Aun así, permaneció en el mismo sitio, tumbada boca arriba.
—Cuando era pequeña, me fascinaban las artes marciales. Mi abuelo era maestro así que lo tuve fácil. Pero cuando se manifestó mi magia de restauración quisieron llevarme a una academia a enseñarme a curar a la gente. Querían que abandonara las artes marciales para ser enfermera... pero yo no quise. Ignoré mi magia y me centré exclusivamente en el entrenamiento, hasta el punto de olvidar cómo usarla.
—Bueno, tampoco pasa nada —añadió él—, no puedes curar, ¿y qué? Aun así puedes derribar a tíos que te doblan en tamaño y sobrevivir a un tiroteo. ¿No es eso impresionante también? —Ante esas palabras, Rinka rió.
—Eso pensaba yo... Hasta que mi abuelo fue asesinado delante de mí, y no pude curarle, porque había decidido ignorar mi magia. —Al terminar de hablar, se llevó el dedo hasta uno de sus lagrimales y secó la lágrima antes de que saliera de allí.
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El Sello de Cain
Science FictionEn un mundo en el que la magia ha sido recientemente liberada de la opresión, Owain Harvey, el único superviviente de su familia que porta una maldición en su pecho, ingresa en El Jardín, la academia de magos de Y'thaka. Él, junto a otros alumnos de...