CAPITULO 20 - Parte 3: ISLA GÁLAMA

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En la academia...

En la bajada en el ascensor se podía notar la tensión en el ambiente. Acompañado de su siempre fiel Dalia, Kenzo sabía que la situación era delicada y le resultaba imposible pronunciar palabra. Finalmente, el ascensor llegó a su destino: el subterráneo secreto del Jardín.

Ambos caminaban por el pasillo hasta llegar a una sala, una especie de apartamento con una gran puerta al fondo, donde le esperaban varios miembros del personal de seguridad, portando el uniforme y unas pistolas. Uno de ellos se acercó a Kenzo y le dio una especie de corona metálica con cables, que se la colocó inmediatamente en la cabeza.

—¿Está seguro de que quiere verlo, director? —preguntó Dalia.

—Es mi hijo, Dalia. Necesito verlo de vez en cuando, aunque ponga mi vida en peligro.

Dalia asintió y se colocó detrás de él con los brazos cruzados a la espalda. A ambos lados, el cuerpo de seguridad esperaba con las pistolas en alto. Y finalmente la gruesa puerta se abrió y todos entraron en la nueva estancia, yendo en primer lugar el director.

Los focos del techo se encendieron e iluminaron a un muchacho, tirado agazapado en el suelo al fondo de la habitación, llevando como uniforme una camisa de fuerza y una especie de máscara metálica que solo dejaba al descubierto la mitad superior de su cabeza, lo cual hacía más intensa la mirada de color rojo del muchacho.

—Kiram —dijo Kenzo—, soy yo, papá.

Kiram lo miró de reojo desde el suelo, primero con desconfianza, luego con odio y finalmente con alegría. Se incorporó y se quedó sentado sobre el suelo.

—Voy a quitarte la máscara, así podremos hablar, ¿de acuerdo?

El muchacho no se inmutó, pero Kenzo se acercó con cuidado y le retiró la máscara, liberando su boca, que permanecía arqueada en una sonrisa. Una sonrisa que a Dalia le dio escalofríos.

Inmediatamente, Kiram giró la cabeza bruscamente hacia ella, manteniendo la misma sonrisa.

—¿Te doy miedo, mujer?

Dalia tragó saliva y negó con la cabeza.

—Pobrecita... —le dijo simulando pena—, aún debes echar de menos a tu difunto marido, ¿verdad?

—Kiram —interrumpió su padre.

—¿¡Qué!? —exclamó él mirándolo de nuevo, algo alterado por haber sido interrumpido.

—Déjala. Habla solo conmigo.

—Pero aquí hay mucha gente, papá... —contestó él mirando uno a uno a los guardas, que permanecían tras el director, con pistolas en mano—. No todos los días puedo disfrutar de tanta compañía.

—¿No te basta con tu padre?

—No. Quiero conocerlo a él.

—¿A quién?

—A mi primo, ¿quién si no? Sé que está aquí en la academia.

—¿Cómo...

—...lo sé? —Interrumpió él con una risita—. Papá, que yo no pueda salir y relacionarme con el mundo exterior no quiere decir que no me llegue lo que ocurre fuera. Por cierto... ¿qué tal le va a ese otro chico... Lance Alessio? Es como yo, ¿verdad?

—Señor —intervino Dalia—, sabe más de la cuenta. Esto no puede ser bueno para él ni para...

—¡Cállate, perra! ¡Estoy hablando con mi padre! —gritó con los ojos desorbitados.

—¡Kiram! Cálmate.

—¿También le vas a encerrar a él? Al tal Lance. ¿Le vas a hacer lo mismo que a mí?

—¿Cómo estás últimamente? —preguntó para cambiar de tema—, ¿Te encuentras mejor? ¿Crees que funcionará el nuevo tratamiento?

—¿Te refieres a esas píldoras que me obligan a tomarme todos los días? —Kiram se detuvo y comenzó a reírse escandalosamente—. ¡Saben a mierda!

—Kiram, es por tu bien...

—¿Por mi bien? —repitió con rabia—. ¡Por mi bien me obligas a tomarme esa mierda!¡Por mi bien me has tenido encerrado todos estos años!¡Por mi bien solo vienes a verme una vez cada seis meses o más! ¡Estoy harto! ¡Quiero conocer a mi primo! ¡Seguro que él me acepta como soy! ¡Quiero conocer a Owain!

—Es suficiente.

Kenzo fue a coger la máscara del suelo, pero ésta se deslizó hasta chocar con la pared. Miró a su hijo muy serio, con advertencia, pero Kiram no se sintió amenazado. Al contrario, le sonrió de oreja a oreja.

—¡Señor! —exclamó un guarda.

Se giró y vio que los de seguridad estaban sujetando su propio brazo, mientras éstos se elevaban con el dedo en el gatillo de la pistola, apuntando todos al mismo punto: la cabeza de Kenzo.

La mano de Dalia se rodeó de magma, pero antes de siquiera apuntar hacia Kiram, su jefe le detuvo con un gesto.

—Kiram, para esto.

—No.

—No me obligues a detenerte por las malas.

—Tienes suerte de que ese chisme neutralice mi magia mental —le dijo señalando con la cabeza la corona metálica que llevaba Kenzo.

—No me has dejado otra opción.

La sonrisa de Kiram cambió y Kenzo supo que se le había ocurrido algo.

—¿Crees que sería más divertido si la mato a ella primero? —dijo mirando a Dalia.

Y acto seguido, los guardas dejaron de apuntar a su padre para apuntarla a ella. Sin embargo, en esta ocasión Kenzo no se lo pensó ni un segundo. Puso la mano en alza y de ella resultó una potente luz que inundó la estancia.

Kiram apartó la mirada, dañado por la luz, y chasqueó la lengua molesto. Los guardas dejaron de apuntar a Dalia y ella volvió a respirar tranquila.

—Qué magia más asquerosa... —murmuró Kiram.

Ahora sí, Kenzo le puso la máscara de nuevo a su hijo y acompañado del resto de personal, abandonaron la sala, cerrando de nuevo la puerta de seguridad.

—Está peor, Dalia... —dijo Kenzo apenado.

—Lo siento mucho.

—¿Crees que debería... ponerle fin?

—Eso es algo que solo usted puede decidir.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora