CAPITULO 23 - Parte 2: OSIRIS

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Hace unos minutos:

—¿De qué está hablando este crío, jefe? Te ha llamado... ¿papá?

—No pensé que volvería a verte... —dijo Alvin.

Al oír su voz, la marca de Owain resplandeció y, eclipsando la realidad, unas imágenes se mostraron en su cabeza: el rostro de sus padres se encontraban a escasos centímetros el uno del otro, pero Cleodia, su madre, lloraba mirándole a sus ojos. La mano ensangrentada de Alvin sujetaba un puñal, que se introducía en el vientre de ella. Alvin posó sus labios sobre la frente, y ella cayó al suelo. Su padre le miró, luego giró la cabeza bruscamente hacia la puerta que daba al pasillo, y después se acercó rápidamente a un bloqueado Owain. Y, sin decir ni una sola palabra, con la palma de la mano abierta, golpeó el pecho de su hijo al mismo tiempo que el gran anillo de su dedo brillaba, y lo lanzó con fuerza a través de la ventana de la biblioteca, cayendo desde el segundo piso de la mansión. Y, de nuevo, la realidad. Sin haberse dado cuenta, sus ojos derramaban tímidas lágrimas.

—¡Tú mataste a mamá! —le gritó con rabia—. ¡Tú me pusiste esta maldición!

—Y creíamos que al crio también lo habias matado... —insinuó Garen.

—Yo también —contestó su jefe con autoridad, mostrando molestia al ser juzgado por un inferior—. No pensé que sobreviviría a la caída.

—¡Hijo de...!

No solo la espada de Owain se prendió, todo su cuerpo lo hacía. Y no como hace un rato, esta vez, era por voluntad propia.

—¡Owain, espera! —gritó Mina preocupada.

—Mina, céntrate —le advirtió Piers, sin quitarle ojo a James.

Mientras que Scarl se abalanzó sobre el de la guadaña, Owain lo hizo contra su padre. Sin embargo, Alvin solo tuvo que alzar un poco el puño que portaba el anillo para repeler completamente su ataque, apagando sus llamas y lanzándolo de vuelta, separándolo también de su espada.

—Ve a buscar el Jet —le ordenó a Garen—, el Sello de Odín no está aquí.

—Pero jefe...

—Es una orden.

Garen se fue. Owain se arrastraba hasta su espada, sin dejar de morder con fuerza por la rabia. Siempre había querido recordar qué pasó ese día y cómo llegó esa marca a su piel. Ahora que lo sabía, deseaba borrarlo de su memoria de nuevo.

—Pensaba que te habían matado, como a mamá... ¡Y habías sido tú!

Sujetó la espada y, como un destello, apareció junto a Alvin, que de nuevo lo repelió con su anillo. Esta vez se levantó más deprisa y, junto con un grito, la tierra se agrietó desde sus pies, hasta Alvin; que tuvo que saltar para evadirlo.

—Owain, escúchame, tu magia se está descontrolando. Tengo que sellarla de nuevo. Es por tu...

—¡Cállate! —interrumpió.

Canalizó una bola de fuego en su mano y probó un ataque a distancia. Pero se apagó antes de alcanzarle. Todo resultaba inútil.

—¿¡Por qué no te afecta la magia!? ¡Tú nunca has tenido como mamá o como yo!

—Por esto. —Alvin alzó la mano y le mostró el anillo. Era dorado y reluciente, con una piedra negra decorada con un símbolo que refulgía en ocasiones—. El Sello de Caín. Uno de los objetos más poderosos que existe, propiedad de los antiguos dioses. Del Dios Caín, para ser exactos. Creado para arrebatarle la magia a aquellos indignos.

—¡Me dan igual tus historias! —exclamó con rabia—, ¿Por qué la mataste?

—Eso ya da igual. Lo único que importa es que tengo que volver a sellarte, o todos correremos un grave peligro.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora