CAPITULO 21 - Parte 4: ENTRE LLAMAS

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Los pájaros dejaron de cantar y piaban escandalosamente sobre sus cabezas, abandonando las copas de los árboles que les refugiaban para buscar un nuevo destino.

—Hawk, te toca —le dijo Tharja, sacándolo del estado de abstracción en el que se encontraba, con la cabeza alzada hacia atrás para ver la bandada de pájaros—. ¿Te pasa algo?

—No, no es nada.

Hawk agarró una carta de su mazo con dos dedos y la lanzó con gracia sobre el apilado montón que se disponía en el centro de la gran toalla, rodeado por todos. Al mismo tiempo que la carta cayó sobre las demás, una punzada de dolor hirió el pecho de Owain, como un relámpago que cae sin previo aviso. Arrugó la frente y, junto con un inaudible quejido, se llevó la mano al pecho.

—Tío —advirtió Shiro echándose hacia atrás desconfiado—, si vas a potar vete a otro sitio.

—Aún tienes resaca, ¿verdad?

Owain miró a Sirsa y asintió, con un ojo cerrado fuertemente, como si eso calmara aquel dolor. Pero tenía que disimular. Pese a estar vestido, su camiseta de tirantes apenas cubría su marca, que se asomaba disimuladamente por los laterales del pecho, y si empezaba a experimentar cambios como en otras ocasiones, sus amigos lo verían irremediablemente. Así que se apoyó en el hombro de Shiro y se levantó.

—En seguida vuelvo.

Se alejó del grupo y abandonó el claro, penetrando en la naturaleza al atravesar lo que parecía una barrera de hojas y lianas que caían de la gruesa rama de un árbol. No le importaba a donde iba, solo quería alejarse y desaparecer. El dolor estaba aumentando y empezaba a sentir que en cualquier momento iba a estallar. Entonces recordó, en el peor momento, aquellas palabras de Piers que le hicieron alejarse de Mina: «¿Sabes lo que le pasó a la última persona registrada como maldita? Al intentar usar la magia, explotó en mitad de una ciudad matando a una decena de personas». Agachó la cabeza, se retiró un poco la camiseta y miró su marca, serpenteando sobre su piel como si cobrara vida. Se llevó la mano allí y apretó con fuerza, con el único logro de arrugar la piel. Seguía corriendo y corriendo, alejándose todo lo que podía de aquella gente que se había convertido en algo de un valor incalculable para él.

A veces, veía a la naturaleza que le rodeaba muerta: animales sin vida que caían del cielo, árboles que adoptaban un color negruzco con ramas podridas... Imágenes que desaparecían al pestañear. Tropezó con unas raíces y cayó sobre un manto de flores de multitud de colores. A su alrededor, la brisa volaba libremente en un gran claro. Si iba a explotar como aquella mujer, al menos el sino habría elegido un lugar precioso para hacerlo. Anduvo un poco más y se derrumbó de nuevo sobre la pradera, carente de fuerzas.

Oyó la hierba moverse e inclinó la cabeza desde el suelo. Las hojas se abrían para dejar paso a Mina. «¿Qué hace ella aquí?», se preguntó. Exaltado, se levantó y estiró su brazo con la mano abierta, como si eso creara una barrera que le impedía a ella acercarse.

—No te acerques.

—Sabía que algo no iba bien... —dijo ella escrutándolo preocupada, ignorando sus palabras y dando pasos certeros hacia él.

El dolor empezaba a ser insoportable y gritó con fuerza, poniendo los brazos en cruz y haciéndose un ovillo. Ella dio unos saltitos para acortar distancia entre ambos y él alzó la mirada. Sus ojos estaban incandescentes. Su cuerpo empezó a emitir débiles llamas naranjas que se apagaban y encendían como si les faltara oxígeno. Al ver el fuego, ella se detuvo en seco.

—Me... —susurró él, mostrando indicios en su voz de estar a punto de romper a llorar—. Me estoy volviendo loco.

—¿Qué quieres decir? ¿Es tu magia secundaria? ¿La magia mental?

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora