CAPITULO 13 - Parte 8: EL CLAN DE LOS REPUDIADOS

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Shiro pudo detener su dentellada con las manos, pero retrocedía a gran velocidad por la fuerza de la embestida. La abominación era una especie de rata gigante, con grandes dientes cuadrados pero afilados, y su pelaje estaba reforzado como púas que se endurecían.

—¿Qué es eso? —preguntó Owain.

E inmediatamente tuvo que esquivar la catana de Jadel. Se alejó un poco y prendió fuego a Oblivion. El choque de aceros se produjo al instante y el fuego de Oblivion hizo que las vendas que rodeaban a la catana se carbonizasen, dejando visible el acero cubierto por un líquido morado. Las chispas de fuego saltaban en todas direcciones y en lugar de apagarse al caer sobre el agua, el contacto con los residuos hacia que empezara a arder, formando unos parches de fuego en la sala.

—¿Cómo se te ocurre liberar a una abominación? —le preguntó Owain.

—Es solo para que se encargue del incordio ese mientras me ocupo de ti, luego la volveré a encerrar —explicó Jadel.

La cola de la abominación, que era bastante gruesa, se movía sin control y golpeó tanto a Jadel como a Owain, y los derribó. Shiro tuvo que apartarse para dejar que la rata se chocase contra la pared, produciendo un fuerte sonido metálico que inundó la sala. Luego intentó agarrar el cuerpo de la rata, pero el pelaje se erizó como mecanismo de defensa y, si no fuera por la dureza de su cuerpo, se le habrían clavado.

La rata se recuperó y comenzó a recorrer toda la sala, aturdida por ser libre tras tanto tiempo encerrada y asustada por el fuego que la rodeaba. La fuerza de la cola conseguía dañar las paredes de tal manera que la sala comenzó a desmoronarse. El techo se había agrietado y la gravilla caia sobre el rostro de Owain.

—Hay que detenerla —le dijo Owain a Jadel.

—¡Primero a ti! —contestó él—. No dejaré que os llevéis a los niños.

—¡No habrá hogar para los niños si la abominación lo destruye!

Tras varios segundos meditándolo, Jadel bajó la catana y accedió a colaborar, viendo que su rival estaba en lo cierto. Nergiebra se le había ido de las manos.

—¿Cómo la encerrasteis la primera vez? —preguntó Owain.

—Lo hizo Irina. Con su magia.

—Genial —dijo con ironía—, pues habrá que matarla esta vez.

Shiro se acercó a Jadel y Owain al ver que habían detenido la lucha, pero antes de poder decir nada, Nergiebra embistió de nuevo. Jadel y Owain saltaron hacia un lado para esquivarla y Shiro se tuvo que agachar y pasar por debajo entre las patas para esquivarla, pero una vez que la había dejado atrás, la cola le golpeó y lo estrelló contra la pared.

Jadel se acercó e intentó hacerle un corte con la catana, pero las púas servían de escudo y era imposible acertar desde cierta distancia. Con un brusco movimiento, Negriebra le derribó y su cuerpo quedó sumergido en las aguas residuales. La pata de la abominación se posó sobre su cuerpo y le impedía salir a respirar. Por más que hiciera fuerza, no había manera de mover la pata de su cuerpo, que le apretaba con fuerza.

Desde el interior del agua, oyó un rugido entrecortado que pertenecía a la rata. Apartó la pata y una mano le sacó del agua. Owain le sostenía con un brazo.

—¿Por qué me has ayudado? —preguntó Jadel.

—¿Por qué no iba a hacerlo? —respondió él.

Nergiebra se contoneaba herida por una bola de fuego de Owain, que le quemó las púas de la parte del costado.

—Tu magia ha abierto un agujero —dijo Jadel—. La apuñalaré ahí.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora