Que Owain se hubiera largado debido a una dolencia era algo lógico. Que Mina fuera detrás de él para comprobar que estaba bien, era algo que Tharja esperaba. Pero que Piers hubiera ido en su busca no hacía más que preocuparla. Se mordía las uñas intranquila, siendo la única del grupo que era consciente de lo que podía estar sucediendo al otro lado del campo. Hawk, por su parte, se encontraba dando vueltas por el claro, mirando en todas direcciones, como si estuviese buscando algo. O mejor dicho, como si estuviese esperando que algo pasase. El resto, permanecía ajeno a cualquier tipo de preocupación, disfrutando de las vacaciones, tal y como se habían propuesto hacer desde un principio.
—¿Nos bañamos otra vez? —propuso Shiro.
—Estás loco —sentenció Vito—. Empieza a hacer frío y en un rato se hará de noche. De hecho, será mejor ir recogiendo para volver al hotel.
—Pero siempre he querido bañarme en pelotas en la naturaleza bajo la luz de la luna...
Se oyeron voces provenientes del interior del campo, justo por donde llegó Owain. Y a los pocos segundos, apareció un grupo de cinco personas ya conocidas, solo que en este caso no iban en traje de baño como simples turistas en la playa, sino que unos ropajes de cuero negro con cremalleras plateadas les vestían de arriba abajo.
—Mira a quien tenemos aquí... —dijo Cleo, la portadora del látigo que hirió a Owain—, si son mis amigos los magos playeros. ¿Qué hacéis en un lugar tan alejado de la civilización?
—Algo me dice que precisamente por eso estáis aquí —replicó Shiro, levantándose amenazador el primero.
Hawk se acercó en un santiamén con su magia, y antes de que Shiro diera un solo paso, le detuvo poniendo su brazo por delante: —peligro.
—Lo sé, correcaminos. Esta gente son de la Inquisición.
—¿Inquisición? —respondió Tharja sobresaltada—. Eso es imposible. Fue desmantelada tras el Levantamiento. La mismísima presidenta lo anunció oficialmente por televisión.
—Esa tía no sabe ni por donde le viene el viento —intervino la otra chica—. Solo sabe mandar desde el Palacio Negro y sentar su culo en el Sillón de Plata. Está sedienta de poder, como todos los de allí. Les dais igual. Los magos —aclaró—. Ella es perfectamente consciente de que la Inquisición aún vive, pero prefiere hacerse la ciega. Oye, no seré yo quien me queje. Nos viene genial para lo nuestro. Así nos lo pone más fácil. Pero es una prueba de la hipocresía de los líderes.
—Cálmate, Heather. Tengo curiosidad —continuó el tal Rodric—. ¿Cómo sabías que somos de la Inquisición? Nueva Inquisición —se auto corrigió.
—Los tatuajes.
El grupo de la Inquisición se miraban unos a otros, prestando especial atención a los tatuajes que cada uno llevaba con orgullo sobre su piel. Mientras, Tharja y el resto miraban con incertidumbre a Shiro. Siempre lo habían considerado el 'tonto' del grupo, pero en este caso demostró tener conocimiento de algo que ni siquiera Tharja sabía.
—¿Y cómo puede saber eso un mago? No es algo que sepa mucha gente, fuera de la Nueva Inquisición, por supuesto.
Shiro calló.
—Quieren matarnos —dijo Lance.
—Uh, qué chico más listo.
Heather abría en exceso los ojos, fingiendo sorpresa, mientras daba pequeños y lentos pasos dando golpecitos con las largas uñas a la espada corta que se amarraba a su cinturón, junto con otras dos espadas más. La intención era clara: intimidar.
—Cleo, cielo. ¿Por qué no me das una pista? Ya sabes.
Heather, tras amarrarse su cabello rubio y ondulado en una coleta, movía su brazo en alto con el puño cerrado, imitando un patrón de movimientos característicos. Cleo chasqueó la lengua, agarró su látigo y dejó caer la cuerda de cuero sobre la hierba. Lo manejó ágilmente, dando un par de vueltas sobre sí misma, y luego golpeó con el arma el suelo, cerca del grupo de magos. La hierba salpicaba, como si hubiera sido cortada de un tajo. Pero el efecto del golpe fue mucho más allá: El grupo de magos se abrazó a sí mismo junto con una expresión de dolor. Tharja recordó la expresión que utilizó Owain para describir la herida de su mano, cuando tocó ese látigo: « No solo me ardía la mano, también el cerebro. Incluso diría que me quemaba mi propia magia interna». No lo podía haber explicado mejor. No obstante, uno de ellos expresaba el dolor de manera diferente, mucho más intensa: Lance cayó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza, que parecía un mapa en relieve debido a la cantidad de venas que se le marcaban en la frente.
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El Sello de Cain
Science FictionEn un mundo en el que la magia ha sido recientemente liberada de la opresión, Owain Harvey, el único superviviente de su familia que porta una maldición en su pecho, ingresa en El Jardín, la academia de magos de Y'thaka. Él, junto a otros alumnos de...