CAPITULO 18 - Parte 3: SIEMPRE ES ÉL

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Al aterrizar el jet, todos los alumnos se bajaron rápidamente, corriendo como si el jet siguiera cayendo en aquella carrera a contrarreloj. Al bajar Tharja, fue recibida rápidamente por Mina, que la abrazaba como si llevara años sin verla. Rinka rodeó a Hawk con un brazo y se lo llevó al interior de la academia. Mientras que Shiro corrió hacia Lance en un acto impulsivo y lo zarandeó un poco al alcanzarlo.

—¿¡Qué has hecho, comecocos!? ¿Eh?

Sirsa se disponía a separarle de su hermano, pero Shiro dejó de gritar, abrió los brazos, lo atrajo hacia sí mismo y lo abrazó. Lo que ella pensaba que era rabia y miedo, era en realidad preocupación.

—Ten cuidado, muro de piedra —dijo el alumno que propuso echar a Lance del jet—. Ese tío es un monstruo.

—Lárgate —dijo Sirsa con rencor.

—Tiene razón. He estado a punto de matar a mucha gente.

—No digas eso hermanito, también nos has salvado.

—Ni siquiera he sido yo. Ha sido él.

Sirsa y Shiro siguieron la mirada de Lance hasta alcanzar a Owain, que estaba apoyando sobre una columna aparentemente cansado o mareado, con la mano posada sobre su pecho.

—Él —susurró Sirsa—. Siempre es él.

El dolor volvía a recorrerle una vez más todo el cuerpo, naciendo por supuesto en su pecho. Era punzante y apenas le dejaba respirar. Sin separar la espalda de la columna, dio la vuelta completa a la columna y se ocultó tras una de las grandes ruedas de un vehículo del hangar.

Se desabrochó los botones de la camisa para ver la marca y la preocupación le invadió. Estaba diferente. Sin apenas notar su llegada, Mina se acercó a él.

—¿Qué te pasa? —preguntó preocupada—. Te he visto. Estás sufriendo.

Owain intentaba disimular y hablar, pero solo podía gesticular dolor e intentar respirar. Su pecho se inflaba como un globo a la misma velocidad que se desinflaba. Mina se percató y sin preguntar le abrió la camisa.

Su marca se estaba moviendo, cambiando de forma como si estuviese viva. Además, adoptaba un color violeta totalmente diferente al negro común o al rojo intenso del fuego.

—Pero... ¿qué?

—Sí, es una maldición —confesó él—. Pero no te preocupes, se me pasará. Siempre se me pasa.

—No estoy preocupada —rectificó ella.

—Si lo estás. —Owain sonrió sin quererlo—. Puedo oírlo en mi cabeza. Pero no puedo ir a un médico, así que deja de pensar en eso.

—¿Cómo que no? —Mina se detuvo a observarlo detenidamente, y luego se acercó a él, colocándole su mano en la mejilla—. Tienes que ir. La doctora te podrá ayudar.

—Si voy, todo el mundo sabrá que estoy maldito. No solo seré repudiado sino que querrán estudiarme la marca.

Zack apareció de la nada en ese momento.

—Mina, ¿dónde...? —se detuvo—. Jo-der.

—Tranquila —le dijo a Mina—. Él lo sabe.

—Tienes que salir de aquí y descansar. Yo les distraeré. Mina, sácalo de la academia y llámale un taxi.

Zack se dirigió al centro de la pelotonera de alumnos y pegó una voz para llamar su atención. Luego chasqueó los dedos e hizo un gesto para que le siguieran.

Mina le abrochó la camisa y esperó que se fueran todos para introducirse en el ascensor y sacarlo de allí.

El taxi se detuvo en la puerta de la casa de Owain y Mina le ayudó a bajarse. Colocó el brazo de él por detrás de su cuello y le llevó al interior de la casa.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora