La mansión Harvey estaba llena de gente, como en las fiestas que solía dar su madre. Todos vistiendo sus mejores galas, sujetando sus copas del mejor champán de Altiva, mientras Owain se escondía en el reloj del gran salón. Podía ver todo lo que ocurría desde allí. Lo único que obstaculizaba su visión eran las grandes agujas que se balanceaban de un lado a otro frente a él. De pronto, la puerta del reloj se abrió y su padre le sacó de allí entre sus brazos.
—¿Qué hacías ahí metido? —le preguntó—. Venga, a jugar con los otros niños.
—Pero no quieren jugar conmigo. Dicen que soy peligroso...
—Tú no harías daño ni a una mosca. —Alvin le acariciaba la cabeza con cariño y luego le espachurró entre sus brazos—. Pues, ¿sabes qué? Si ellos no quieren jugar contigo, ellos se lo pierden. ¿Por qué no vas a buscar a tu madre? Seguro que ella si quiere jugar contigo. Venga, ve. Yo tengo algo que hacer ahora, ¿vale?
Owain corrió entre la multitud por toda la mansión hasta llegar a la biblioteca, la sala favorita de Cleodia. Alli la encontró, tumbada en el suelo junto a la chimenea, con una herida de puñalada en el estómago. Cuando quiso darse cuenta, todos los invitados habían desaparecido y la casa estaba en llamas. Comenzó a llorar y solo podía ver a su padre entre el fuego. Y, finalmente, fue impulsado a través de la ventana con fuerza.
Owain se despertó cubierto de sudor, agarró un vaso de agua que tenía en la mesa y se lo bebió de un sorbo.
—¿Estás bien? —preguntó Mina, que acababa de despertar.
Owain asintió y al momento escuchó voces que provenían del exterior. Pudo ver como las luces permanecían encendidas fuera. Pero era de madrugada. No era normal que hubiera gente por los pasillos. Había demasiado ruido para ser tan tarde.
Scarl saltó de la cama de Mina y arañaba la puerta. Entonces, Mina y él salieron de sus respectivas camas y salieron al exterior. Había una gran cantidad de alumnos amontonados allí, alarmados. Algunos lloraban, otros incluso gritaban.
Se hicieron paso a través de los alumnos y finalmente pudieron comprobar que la reacción de aquella gente no era exagerada: una alumna estaba crucificada, con trozos de hierro clavando sus brazos y piernas en la pared, que estaba teñida de rojo por la sangre de la chica.
Pronto llegaron los profesores a poner orden. Separaron a los alumnos de la chica asesinada y llamaron a la policía, que llegó en cuestión de minutos y tomaron las pruebas necesarias.
Al día siguiente, la academia estaba de luto y no se impartieron clases. El cuerpo de la chica fue entregado a su familia para recibir un entierro como se merecía. Aunque la familia demandó a la academia por negligencia. El director estaba consternado y asumió totalmente la culpabilidad de la situación y decidieron pagar una compensación por daños morales a dicha familia.
Owain se encontraba en el jardín, sentado en uno de los bancos con la cabeza agachada. El día estaba nublado y no había mucha gente fuera. Además, la mayoría de los alumnos estaban asustados y permanecieron en sus habitaciones la mayor parte del tiempo.
—Se llamaba Wendy —dijo una voz. Era Rinka, que se acercó y se sentó junto a él—. Solo la conocía de vista. Era de la otra clase. Pero parecía buena chica.
—¿Cómo ha pasado esto? En el interior de una academia llena de magos... No lo entiendo.
—En parte, me siento culpable —confesó Rinka.
Owain levantó la cabeza sorprendido y la miró.
—¿Por qué dices eso?
—Tengo la sensación de que al liberar a ese mago, Hares, he desencadenado una ola de maldad. No tiene sentido, lo sé.
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El Sello de Cain
Science FictionEn un mundo en el que la magia ha sido recientemente liberada de la opresión, Owain Harvey, el único superviviente de su familia que porta una maldición en su pecho, ingresa en El Jardín, la academia de magos de Y'thaka. Él, junto a otros alumnos de...