Hacía ya tiempo que los granos de café se habían diluido en la leche, pero Owain seguía removiéndolo con la pequeña cuchara de metal una y otra vez. El café ya estaba incluso templado, pero no tenía ganas de beber. Ni siquiera sabía por qué había pedido café. Estaba demasiado nervioso para encima tomarse algo con cafeína. «Una tila hubiese estado mejor», pensó.
Mina entró por la puerta de la cafetería y, a pesar del barullo de los alumnos que había allí en la cafetería, escuchó el ruido de la puerta y se dirigió rápidamente hacia ella, dejando el vaso lleno en la mesa.
—¿Se sabe algo? —preguntó nervioso.
—Sí, está bien. Tranquilo —contestó ella poniéndole una mano en el hombro y masajeándolo suavemente, intentando destensarle. Y parecía que lo había conseguido, pues respiró hondo y los hombros descendieron levemente.
—¿Está consciente? ¿Se le puede ver?
—Cuando venía a avisarte estaba el médico en la sala con él, pero supongo que ya podremos entrar a verle. —Owain comenzó a mover los pies con destino la enfermería, seguido de Mina—. Para conocerlo de tan poco le aprecias mucho, ¿no?
—También estaría preocupado si tú estuvieras ahí —reconoció él, sin reparar en el color rosado que imbuyó las mejillas de Mina—, quiero decir... tú, Tharja, Rinka o incluso Hawk que apenas lo conozco.
—Eres de esas personas que coge cariño rápidamente. —Mina se detuvo mientras que Owain seguía andando—. En esta mierda de vida, si quieres a alguien, desaparece. Tú lo sabes igual que yo —dijo con pena y rabia por igual.
—Por eso mismo no voy a dejar que pase otra vez. Haré lo que pueda para evitarlo, ¡y tú deberías hacer lo mismo! —Owain giró la esquina y perdió de vista a Mina.
Cuando recorría finalmente el pasillo de la enfermería, vio entrar a Tharja en la habitación donde estaba Shiro. Así que se acercó lentamente y esperó fuera, escuchando. La última vez que estos dos se juntaron saltaron chispas y no quería que se repitiese la historia.
—Ey —dijo un apagado Shiro, que estaba tumbado en una camilla con una bata de hospital blanca y, bajo ella, se podían ver unos vendajes que llegaban hasta el pecho.
—Hola —contestó Tharja, que se acercaba a los pies de la cama—. ¿Cómo estás?
—Muy bien, la verdad. Ha sido más el susto que otra cosa.
—Idiota —balbuceó ella—. No vuelvas a darme ese susto.
—¿Vas a llorar? —preguntó burlón.
—No... para nada.
—Anda, ven —dijo Shiro abriendo los brazos. Y tras meditarlo durante un par de segundos, Tharja se acercó y lo abrazó, rompiendo a llorar.
—Gra...gracias por salvarme la vida —dijo entre lágrimas.
Owain dejó de mirar por el hueco de la puerta entre cerrada y oyó a Shiro reír. Al girarse, una mujer se encontraba detrás de él. Era bastante mayor que él, sobre unos treinta años. Con el pelo oscuro recogido en un moño, una bata de médico de color blanca y unas gafas de pasta de color rojo.
Owain se quedó embobado mirando sus ojos, que eran de color dorado brillante, más aun que el color del oro. Resplandecían como dos faros y estaba seguro de que, si estuvieran a oscuras, sería lo único que se vería. Inmediatamente lo reconoció como una manifestación del genoma M, como ocurría con el pelo de color rosa de la profesora Brock.
—Si no me equivoco, tienes clase ahora —dijo la doctora—. Una importante, además.
—Sí, pero... —intentó explicar Owain. Aun así, ella lo agarró de los hombros y lo llevó hasta el final del pasillo, obligándolo a dirigirse a la clase.
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El Sello de Cain
Science FictionEn un mundo en el que la magia ha sido recientemente liberada de la opresión, Owain Harvey, el único superviviente de su familia que porta una maldición en su pecho, ingresa en El Jardín, la academia de magos de Y'thaka. Él, junto a otros alumnos de...