Capítulo 32

688 95 7
                                    

Luego del horrible sueño me quedo despierta por horas mientras Melissa ronca tranquilamente ajena a todo lo que me pasa. Siento que necesito contarle todo, pero quiero protegerla, jamás me perdonaría si algo le pasara por mi culpa.

Me levanto con cuidado de no despertarla cuando veo que el sol empieza a filtrarse por la ventana. Mel no bebió lo suficiente la noche anterior para despertar con resaca, pero la conozco muy bien y sé que su mal humor estará presente igual.

Me pongo unos jeans negros y un suéter rosa que siempre dejo en casa de Mel por si acaso. Parece que el día va a estar igual de frío que ayer así que decido ponerme el abrigo color crema de Melissa. Me matará cuando note la ausencia, pero me perdonará cuando sepa que lo usé para ir a comprar el desayuno.

El silencio sigue presente en toda la casa ya que a la familia de mi mejor amiga les encanta dormir hasta tarde. Es algo que amo también, aunque no me esté pasando en este momento.
Salgo por la puerta sin hacer el más mínimo ruido y como sospeché, el clima está frío y las nubes cubren el cielo. Es un día feo y perfecto para pensar.

No quiero dedicarle mis pensamientos ni a Scott ni a Peter así que obligo a mis neuronas a enfocarse en otras cosas. Mi aniversario de once años de amistad con Melissa se acerca y no tengo ni idea de que regalarle. Sé que quizá suene tonto, pero desde que nos conocimos en primer grado hemos sido inseparables y decidimos celebrar de esta manera. Un día al año, para ser exactos, el veintisiete de febrero celebraríamos nuestra amistad. Aún recuerdo ese día como si hubiera sido ayer.


El año escolar había comenzado y estando en primer grado, no tenía ningún amigo aún. Había una niña de cabello rubio que se sentaba a tres asientos de mí y éramos las únicas que alzábamos las manos ante una pregunta. Eso creó algo de competitividad entre nosotras y su nombre era Melissa.

Cuando sonó el timbre indicando la hora de recreo la profesora nos hizo quedarnos adentro un rato más.

—Melissa y Delia. —Nos miró a ambas con una gran sonrisa—. He notado que les va muy bien en matemáticas.

La niña y yo nos miramos de manera extraña.

—¿Es ilegal? —preguntó Melissa.

La profesora la miró sorprendida. ¿Cómo es qué una niña de siete años tiene esas ocurrencias?

—Para nada. —Ella nos tomó de las manos—. Creo que harían buen equipo para un trabajo que tengo pensado darles —dice uniendo nuestros dedos.

—No lo sé —Melissa me miró raro—. Es que creo que me va a agradar y después no podré decirle que no se siente conmigo. —La Sra. Lee soltó una risita.

—Creo que eso no será un problema. —Me miró esperando respuesta.

—Está bien. —Asiento sin protestar.

Sé que dije que sí para no tener problemas en mi primer año, pero desde ese entonces agradecí a la Sra. Lee por darme una amiga. No, por darme a la mejor amiga.


Sonrío ante el bonito recuerdo, es increíble lo honesta que era Melissa a tan temprana edad, una cualidad que posee aún y que admiro mucho. Todo eso pasó después del veintisiete de febrero, pero quisimos que nuestro aniversario de amistad sea en vacaciones y aunque ahora no sepamos qué es eso porque vivimos para el estudio, nos gusta celebrar igual.

Camino con tranquilidad hacia el Starbucks, me tomaré un café y decidiré cual será mi próximo movimiento. Entro al establecimiento bastante vacío para su nivel de popularidad y Johnny me recibe con una sonrisa desde el mostrador.

—Hola —saludo con una sonrisa.

El rostro del chico se ilumina, quizá Mel si tiene razón y le gusto al pobre.

—Hola Delia. ¿Qué te trae por aquí? —Sonríe mientras mira por encima de mi hombro—. Sola —sentencia.

—Melissa está dormida y he venido por el desayuno.

—Entiendo. —Asiente—. ¿Lo mismo de siempre?

—Duplícalo y tres que sean sólo café negro —Johnny marca todo el pedido en la máquina—. Ah y quiero uno de esos Muffins llenos de chispas también —finalizo la orden.

Al pequeño Jack le va a gustar mucho eso.

—Son diecisiete dólares con veinticinco centavos.

Busco en mi cartera el dinero que me dio Mike la semana anterior, trabajar para el FBI era mucho mejor que la mesada que me daba mi tío. Por lo que tendré que ver de conseguir algún trabajo de medio tiempo ahora que ya le agarré el gusto de tener mi propio dinero.

—Conserva el cambio. —Le tiendo un billete de veinte.

—Muchas gracias, Delia. —Sonríe y le devuelvo el gesto para después esperar pacientemente mi orden.

Saludo a Johnny con la mano y luego salgo del local que sin duda ya se había llenado de personas adictas a la cafeína. El desayuno está listo y espero que nadie se haya despertado aún. Camino a paso tranquilo y cuando doblo en la esquina de la casa de Melissa, noto que hay un auto negro aparcado en frente. Estoy completamente segura de que no es Dennis así que aprieto el paso. Sea quien sea no podrá entrar tan fácil y cuando llego al pie de la escalera el intruso está parado frente a la puerta con una capucha puesta.

—Oye tú —digo lo suficientemente alto para que me escuche—. ¿Has perdido algo?

El hombre gira lentamente y me quedo paralizada en el acto. Es Scott.

—Sí… —comienza a bajar las escaleras—. Te perdí a ti, pero ya te encontré y no fue muy difícil.

Pone ambas manos en sus bolsillos y me mira directamente. Es oficial, está loco.

—Vete —espeto molesta. No quiero verlo ni en pintura.

—Diana, no quiero que estemos así —Se acerca un paso más.

—No estaremos de ninguna manera, no quiero que te acerques a mí. Perdiste la apuesta. —Él frunce el ceño.

—¿Qué apuesta?

—No soy tonta Scott, lo dijiste en frente de mí y de Peter… Siempre es así —repito sus palabras y el niega con la cabeza—. Sí, yo soy otra en la lista que hubo, pero la diferencia es que me abriste los ojos a tiempo.

En este momento me estoy desesperando porque ya no sé lo que quiere.

—Me equivoqué —admite—, pero jamás te mentí Diana. Siempre fui honesto, me gustas, no sabes cuánto me encantas. —Él ríe con suavidad—. Todos mis escritos son sobre ti.

Me quedo mirando un segundo sus ojos y siento que dice la verdad, pero él es un verdadero experto en esto.

—No te molestes.

Apenas rozo mi hombro con el suyo cuando paso por su lado con toda la intención de subir las escaleras.

—Por favor… —Toma mi muñeca con suavidad—. Te juro que nunca quise lastimarte, eres lo mejor que me ha pasado.

Esta vez es mi turno de reír. Me carcajeo sin vergüenza alguna y él me mira sin entender nada.

—¿Desde cuándo? —gruño una vez recuperado mi aliento—. Hace un mes que comenzamos a congeniar y yo salía con Peter. —Me zafo de su agarre—. Y durante todo ese tiempo tú me dejaste bien en claro lo mucho que me aborreces.

—Tienes razón, no fue correcto tratarte así. Debí ser un idiota enamorado en silencio de la chica de su mejor amigo, pero no quise, no lo soporté. Quería alejarte de él y que tus ojos sólo estuvieran puestos en mi… —Hace una pausa—: No lo hice de la forma correcta y lo siento Diana yo… yo me alejaré, lo prometo.

Se acerca y de forma rápida deposita un suave beso en mis labios. Luego se da media vuelta y se marcha, dejándome con el arrepentimiento sobre los hombros. Esto no es suficiente para mí y como la mayoría de las chicas, tengo que admitir que una vez que caes con Scott King, ya no hay vuelta atrás.

Deseo más y no voy a negar eso. Scott está fuera de nivel en todos los sentidos, él es lo que más quiero, pero lo que menos necesito. ¡Por los Dioses! No hay mayor error que enamorarse del sospechoso principal del caso que estas investigando para encerrarlo de por vida.

Un Pequeño  Cambio De Planes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora