Capítulo 10⚓

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—Entonces ya está confirmado que los dueños y jefes de este lugar vendrán—me dice Jessica. Noticia que para mí no es nueva.

—Si, yo les voy a servir la cena o algo así, Sandy me dijo que me iba a confirmar luego, ¿y tú?—limpio una mesa mientras conversamos.

—¡Igual! Estaremos más que ocupadas ese día si es que también me confirman a mí. Leila ya me dijo que estará en la recepción por la noche.

—Creo que si ven que algo va mal en este lugar, no sé lo malo que nos podría pasar—digo y dejo de limpiar la mesa-creo que ya quedo—veo la mesa y esta limpia después de que a unos clientes se les cayera la copa de vino.

—¿Cómo crees que vamos?—Jessica me hace una seña para que la siga.

—¿Con las propinas? ¿o a qué te refieres?—la sigo para ir a traer unos menús.

—Con las propinas y con el trabajo—ella me aclara.

—Pues con las propinas, creo que bien—también agarro unos menús—y con el trabajo, no hemos hecho nada malo, hasta donde yo sé.

—¿Qué tal está, Eliana?—cambia la conversación muy rápido.

Eliana, ella creo que está bien, pero no del todo, porque nuestros padres nos tratan mal o nos ignoran, pienso.

—Pues bien, hoy está en casa de una amiga. Seguramente hablando de cualquier cosa—le digo.

—¿Cualquier cosa?...¿o de chicos?—Jessica se ríe con picardía.

La verdad, no lo había pensado. Eliana nunca me ha hablado de chicos, además considero que está muy pequeña para estar buscando novio o enamorarse, aunque a su edad ya le comienzan a gustar los chicos. Creo que ya me preocupe.

—No lo creo...Eliana ya me lo hubiese dicho—yo termino por decir.

—Ludmi, eres la hermana mayor, a veces nuestras hermanas menores nos ocultan cosas—se cruza de brazos con los menús en la mano.

No, no creo que Eliana tenga algo que ocultar de mi. Yo le he enseñado a siempre decir la verdad, en el momento correcto.

—No quiero desconfiar de Eli. Mejor creo que hoy, cuando llegue de trabajar tendré una conversación con ella.

—Como tú digas.

¿Será que Eliana me puede ocultar algo?...mejor tengo la conversación de hermanas.

Alguien toca mi hombro, me volteo y me topo con unos ojos color marrón claro, creo que son ámbar.

—Hola—me dice Dylan.

—Hola, ¿cómo estás?—le saludo.

Dylan al igual que yo es mesero, desde hace algunos años trabaja en el Restaurante, él es muy simpático, es delgado pero no mucho. A veces coincidimos de turno en el trabajo, él tiene veintiún años. Y está soltero, pero definitivamente es sólo mi amigo.

—Bien, creo que por fín coincidimos en el mismo turno—me dice.

—Pero apenas paso una semana de que no nos veíamos—le sonrío.

—Yo sentí que pasaron meses-camina para alguna mesa—y no digas que exagero.

—Tú siempre eres muy exagerado

—No siempre—me guiña un ojo y me da un beso en la mejilla.

—Creo que me iré a lavar la cara-le digo en broma.

—Que mala eres.

—No, yo no soy mala. De hecho soy la mejor persona que puedes conocer en tu maravillosa vida—me pongo firme y muevo mis manos en un gesto exagerado.

Hoy es un día muy normal en el restaurante, ya les serví a algunos clientes. Estoy descansando unos cinco minutos, aunque no debería de hacerlo, mejor me voy a ver que puedo a hacer, antes de que me den un llamado se atención.

—Puede que tal vez sea cierto—me sonríe-eres una gran amiga, Ludmila.

—¿Y eso que hoy andas derrochando amor y cariño hasta con la mirada?—tenía que preguntarle, quería sabes la razón.

—Es que tal vez me atreva a invitar a salir a una chica—se encoge de hombros y se ríe. Creo que él siempre vive demasiado felíz para andar riéndose en cualquier momento.

Quizás Dylan sea igual que yo, que nunca demuestra lo que realmente lleva muy dentro de sí mismo, y continuar con la rutina diaria, con la vida cotidiana de cualquier ser humano.

—Creo que ya sé quien puede ser—lo veo muy a los ojos.

—Si, pero no se lo vayas a decir-pone sus manos juntas como rogando por eso—por favor.

—No hay problema, no se lo diré. Te lo prometo, Dylan—levanto mi mano como haciendo un juramento.

—Sé que puedo confiar en ti

—Ya lo sabes, creo que iré a continuar con mi trabajo—me despido con él y voy a atender a unos clientes.

Creo que los clientes que acaban de llegar son hombres de negocios, con ellos traen un maletín se trabajo cada uno. Camino hacia ellos.

—Buenas tardes, bienvenidos—les digo amablemente a los dos hombres.

—Buena tarde, señorit—me dice uno de los hombres, tiene una corbata roja que le va bien con su traje-puede traernos un vino y la especialidad del chef.

Como siempre ya estoy apuntando en mi libreta cada orden que me dan los clientes.

—Tú eres la hija de Vincent...Vincent Montenegro, verdad—me dice el otro hombre, de cabello negro con algunas canas.

Me quede en shock. ¿Cómo es que sabe quien es mi padre? ¿Será que trabaja en el mismo lugar que mi padre?

—Ehh...ehhh, si señor—respondo. Tengo que averiguar como conoce a mi padre-¿Cómo lo conoce?...a mi padre.

—Tu padre trabajó para mi, y sinceramente tú te pareces a él. No del todo pero sí, algunos rasgos—me dice.

—Si, aunque a veces me dicen que me parezco a...a mi madre, Eleonor, ¿también la conoció?

—Sí, aunque ya no sé mucho de ella. ¿Cómo esta ella?—sigue preguntando el hombre de cabello con canas.

Él no sabe lo de mi madre. No sabe que ella murió.

No le quiero decir a este hombre lo que paso con mi madre.

—Bien—digo—ella está bien—guardo mi libreta—iré por el vino, con permiso.

Ellos asienten y me voy a hacer mi trabajo.

Muy pocas veces pensaba en mi madre, en como hubiese sido todo si ella aún viviera.

Desastre ColateralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora