Capítulo 11⚓

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Al finalizar mi turno de trabajo le llamo a Eliana a su celular. Marco el número y a los dos segundos escucho su voz al otro lado de la línea.

—¿Diga?—contesta.

—Eliana, quedamos en que cuando terminara mi turno, Vicky te traería a al Restaurante para después irnos a casa—le digo, moviendo las manos como si estuviera en frente de mi.

—Si, lo sé. Ya vamos en camino, solo espérame, ¿si?

—Ok, te esperaré. Dile a Vicky que se den prisa, ya sabes que mis padres ya podrían haber llegado a casa—me pongo nerviosa y agitada.

—Yo le digo. Tranquila

—Ok

Y termino la llamada. En mi interior estaba rogando que mis padres aún no hubiesen llegado, el miedo comenzaba a apoderarse de mi, las manos se me empezaban a poner frías, y no era por el clima.

Después de quince minutos esperando, veo el carro del hermano de Vicky.

El carro color azul se detiene justo en donde estoy yo. Se habré la puerta del copiloto.

—Lo siento, Ludmila, yo tengo la culpa de que Eli venga un poco tarde —Vicky me dice. Ya no tiene el uniforme del colegio, está vestida simplemente con unos jeans y una blusa.

—Descuida, Vicky. No hay problema— le digo.

—¿Ahora ya no me quieres hablar, Ludmila?—Jordan me dice, desde el asiento del conductor.

—Yo no diría eso, Chris—le respondo.

—Perdón por venir un poco tarde—dice mi hermana, bajando del automóvil.

—Ya me explico Vicky

—Gracias por todo, Vicky—Eliana le dice a Vicky.

—De nada, Eli. Cualquier cosa ya sabes. Tienes que dejarla ir más seguido a mi casa, Ludmila—Vicky se baja del automóvil.

—Tu hermana y mi hermana son muy amigas—ahora es Jordan quien me habla.

—Si lo sé. Te veo pronto, Chris—me despido de él, veo a Vicky—gracias por hoy, Vicky.

—De nada. Eliana es mi amiga, así que no hay nada que agradecer.

Asiento con la cabeza. Es bueno saber que mi hermana tiene muy buenas amigas. Creo que Eliana se sabe ganar el cariño se las personas.

—En serio, gracias Vicky—le dice Eliana y la abraza.

—Hasta el lunes—dice Vicky.

Nos despedimos de Vicky y Chris y nos ponemos de camino hacia casa.

Caminamos por unas calles hasta llegar a la parada del autobús. Creo que mejor comienzo a tener esa charla de hermanas que quiero para saber si me oculta algunas cosas.

—Eliana—trato de llamar su atención.

—Dime, Ludmila

—¿Te atrae algún chico, ya diste tu primer beso...o simplemente no quieres decirme—le pregunto de golpe.

Ojalá que Jessica se haya equivocado con eso de que los hermanos menores le guardan secretos a los hermanos mayores. Yo pienso que debería de ser al revés.

—¿Qué?—ella dice estupefacta.

—Si, lo que escuchaste. Quiero que me respondas con la verdad.

—No, sabes que no. Es decir, no me atraen aún los chicos y mucho menos he dado mi primer beso, ahora con la pregunta de que te oculto cosas, no. No te oculto nada—ella baja la mirada —quizás a veces no te diga como me siento en realidad, pero lo hago para no darte más cosas por las que tienes que preocuparte—ella da un largo suspiro—y para que tú también te preocupes también por ti.

Sus palabras me impactan tanto, que por un momento no se que decir. Yo sé que también ella de alguna u otra forma sufre, en silencio, pero lo hace. Y lo peor de todo es que aún no se como hacer para que Eliana ya no se preocupe por todo lo malo que nos rodea, quiero que ella trate de ser feliz.

El autobús llega. Eliana y yo nos subimos y nos sentamos en los asientos del fondo. No hay mucha gente, creo que tal vez es por la hora.

Apoyo mi cabeza en la ventanilla del autobús y voy viendo las calles, los automóviles, las personas y todo lo demás pasar. Tal vez no soy tan fuerte como parezco ser. O simplemente desde un principio no lo era.

La voz de Eliana interrumpe mis pensamientos.

—Ludmila

—¿Qué pasa?

—En serio, estoy bien, no tienes por que preocuparte—ella toca mi hombro.

—Eliana, no mientas. Por favor—no la veo. Prefiero ver todo lo demás, menos a ella. Sé que ella no se encuentra bien.

—En serio, no te miento. Podemos pensar en otra cosa positiva, por favor—ella me suplica.

Creo que en este momento, ella está mucho más fuerte que yo. Me siento tan fracasada. Yo necesito darle fuerza a ella, no ella a mi.

—Ok, pensemos en algo positivo—le digo. Ahora sí la estoy viendo.

Mi hermana, todo lo que ha pasado y aquí está, conmigo, para darme una dosis de felicidad o tal vez de ánimos. 

Llegamos a casa. Mis padres no han llegado, creo que es buena noticia, aunque no puedo evitar pensar en lo que pasará cuando lleguen a casa.

—Eliana, ve a tu habitación. Cámbiate y baja a cenar, por favor

—Ya voy, mi capitana—me hace una señal de sargento.

—En serio, es raro cuando me dices así.

Eliana sube a su habitación y yo a la mía. Extrañaba mi cama. Decido acostarme unos cinco minutos para reponer un poco de fuerza.

Me meto a la ducha, dejo que el agua caiga sobre mi, dejo que mis malos pensamientos se vayan. Estoy por un rato en la ducha, quieta, sin mover ni un sólo musculo y de la nada empiezo a golpear la pared. Estaba tan furiosa conmigo misma, con la vida, con las personas e incluso hasta con el mundo. Creo que mis manos sangran aunque no le presto atención a eso. Trato de respirar lentamente para poder tranquilizarme. Respiro, respiro, respiro...

Comienzo a tranquilizarme. Me siento más liberada, como si todos los recuerdos y momentos malos se los hubiese llevado el agua.

Salgo de la ducha y me pongo mi pijama: unos pantalones de algodón azul y una blusa blanca. Salgo de mi habitación, directo para la cocina y comienzo a preparar la cena.

Eliana baja después de mi. Termino de preparar la cena y tenemos una cena tranquila con una conversación tranquila.

Hasta que llegan ellos, hasta que llegan mis padres.


Desastre ColateralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora