Capítulo 35 || Volviendo al inicio.

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Observo la vista nocturna de Seattle fijamente.

Amanda y Liss.

Esa combinación es la única que se mantiene en mi cabeza, torturándome cuantas veces puede.

El recuerdo de sus gestos cuando recibió su llamada se reproduce una y otra vez en mi cabeza. Estaba nerviosa, mucho, para alguien que aseguró mantenerse alejada de su madre y odiarla. Fue muy obvio su constante comunicación, aunque intentó disimularlo con su explosión de desamor y odio hacia ella.

A mí no me engañó.

Cierro los ojos y recargo mi cuerpo en el sofá que he arrastrado hasta el inmenso ventanal de mi ático.

He sido un idiota, otro ingenuo que creyó en su máscara de niña buena, dulce y tierna. Un completo imbécil al creer que alguien como ella era tan inocente, que estaba realmente interesada en mí por quien soy. Pero más estúpido fui al pensar que podría aspirar a algo diferente, a una relación normal, a sentir más que simple placer por las mujeres.

"El amor no existe"

Bien me lo advirtió Elena y no le creí, me aventuré a algo que desconocía confiando en esa jodida mujer y ahora sé que fue el peor error de mi vida. Elena fue tan sincera cuando afirmó que esa palabra abarca emociones tan falsas. El amor no es más que el disfraz, la máscara que usa el ser humano para llegar al punto que espera, disfrutar del placer grato que deja el sexo según tus propios gustos fingiendo que un sentimiento te ata a esa persona, cuando no es más que eso, placer y costumbre.

Gustos.

Resoplo furioso conmigo mismo al comprender que su presencia impuso un cambio, deje de pensar en fustas, látigos de tiras, en todos los artilugios que por años me brindaban placer sin límites. Deje atrás a Alisa y nuestros encuentros creyendo que ella parte del problema que podría afectar a mi familia, sin darme cuenta que al principal problema le estaba entregando más de lo que le entregué a alguien.

—Soy un reverendo imbécil. —Abro los ojos para ver nuevamente la ciudad vestida de oscuridad con luces brillante en diferentes puntos.

Miro el trago de Brandy en mi mano deseando que el líquido borre el sentir desesperante que aqueja mi interior, pero no lo ha hecho. Siete malditos tragos no borran su nombre de mis labios, su recuerdo de mi mente y su maldito aroma que aún lo desprende mi cuerpo. Conservo su maldito olor a rosas en mi cuerpo, todavía siento el sabor de su boca en la mía, el calor de sus manos en mis mejillas cuello y mentón.

Me pongo de pie y bebo el líquido igual que el resto, de prisa, sin saborearlo, solo buscando ese punto exacto en que el alcohol funciona como una anestesia, pero no llega.

Dejo el vaso de cristal sobre la mesa de centro y camino hacia mi habitación escuchando el sonido de mi teléfono el cual ignoro. Así ha sido las últimas tres horas.

Una vez ingreso retiro toda mi ropa y entro a la ducha, dejo que sea el agua fría la que haga el trabajo, recargo mis manos en la pared mientras el agua cae en mi cabeza, dejo que cada gota recorra mi cuerpo sin barreras, busco que limpie mi piel de la marca que ha dejado, pero soy realista y sé que no pasará, no hasta que sea yo quien decida sacarla y la única manera es volviendo a mi mundo, ese del cual no debí salir nunca.

Sus ojos azules como el mar en el lugar más recóndito y profundo se instalan en mi mente, torturándome, llevándome al momento exacto de nuestro encuentro en Londres.

¿Cómo puede fingir tan bien?

Aprieto los dientes conteniendo las ganas de golpear la maldita pared.

Christopher Grey #5 (Saga sombras, Grey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora