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[Londres, Inglaterra – Segunda semana de octubre, 1976].

  Las personas salieron de la cabina presumiendo que era la hora de tomarse un descanso e ir a por un trago a la taberna que estaba a unas cuadras. La invitación fue rechazada por la banda.
  La puerta se cerró.
  El rubio, quien sentándose en el sillón, suspiró, dejando su libreta al lado de él, apoyando sus codos en sus muslos y bajando la mirada, cruzándose con el anillo que envolvía el dedo anular de su mano izquierda.
  De medida justa y de plata pura, éste descansaba exento de preocupaciones al principio del dedo del que era ahora su dueño. Los zafiros relucían cuando la luz de la sala chocaba contra ellos, hipnotizado con su brillo a cualquiera que quisiera mirarlos parpadear.
  Esbozó una sonrisa por recordar que después de tenerlo por primera vez puesto, Brian besó sus dedos y le repitió que lo amaba. Sintió tantas cosas bonitas con solo escucharlo decir esas palabras.
  Jugó con el accesorio un poco mientras hablaba, refugiándose en ese recuerdo ahora que el escenario en que se encontraba era un tanto distinto.
—Espero que lo que traje ayude un poco. Avancé lo que más pude en su parte pero luego de eso tuve que ponerme a hacer la mía.
  El silencio. Oh, cómo lo extrañaba.
  Sus compañeros le estaban haciendo un favor al mantenerse sin hablar, pero la razón de ese silencio no era del todo buena.
  Frederick y John se miraban entre sí, decidiendo entre susurros quién le diría al rubio lo que hace unos días ya deseaban hacerle saber, como niños de kínder que se empujaban entre sí a decirle a su maestra quién en realidad era el creador de los dibujos mal hechos en la pared.
  John terminó por ceder, sentándose a su lado.
— ¿Brian sigue enfermo, Roger?
  —Todo apunta a que sí —levantó la vista, jugando con sus dedos ahora—. No sé, quizás está un poco sobrepasado con todo esto. Quiero decir, ya hay tantas personas metidas en esto, entrando y saliendo del estudio, que siento un poco de pena por las recepcionistas. Parece ser una broma para lo que cada uno se presenta —se echó a reír—; uno viene para mezclar, otro para refinar el sonido de un específico platillo de la batería en un específico segundo...
  —Puede ser —aceptó su teoría el persa, hojeando la partitura incompleta y con borrones que le trajo esa tarde—. Pero... ¿por un mes?
  — ¿Ha pasado un mes? —Volteó hacia Mercury, sin poder creérselo.
  —Casi...
  ¿Un mes desde la propuesta? Sí, era cierto, su mente le recordó que Brian dio la noticia en un momento del cumpleaños de Freddie, en donde los cuatro se quedaron solos. Las felicitaciones y abrazos no faltaron.
  ¿Un mes entero y Brian no había ido a trabajar? Lo que empezó como un resfrío, evolucionó a, irónicamente, algo peor que un resfriado.
  Los ojos de sus amigos reposaban en su persona, invitándolo no tan sutilmente a continuar.
  —No se preocupen, él está bien. Mañana en la tarde estará aquí, lo prometo.
  —Bueno, como digas, pero yo estaría súper preocupado, digo, ¿te ha dicho algo del casamiento? Si esto sigue así, creo que el otro novio no va a llegar al altar.
  — ¿A qué te refieres con eso, Fred? —Arrugó el ceño.
—A que si te ha dicho algo del casamiento, Roger. ¿Cuándo será, qué harán, dónde será?
—Bueno, no, pero ha pasado solo un mes recién, no hay que preocuparse de eso aún —habló quejándose. Parecía encontrarse cansado.
—Sí, Freddie, no ha pasado mucho. Cada persona tiene distintos tiempos y tampoco hay un apuro, ¿cierto? Creo que estás exagerando.
  — ¿Al menos te ha mencionado algo?
  —Claro, ignora todo lo que dije... —murmuró Deacon, rascándose la nuca.
—Es que, o sea, viven juntos. No pueden simplemente ignorar el tema.
  —Ah, nosotros... —Empezó por decir, pero no acabó la frase, provocando que el pianista de inmediato sacara miles y locas conclusiones al respecto.
  —Dios mío, dejaron de vivir juntos.
  — ¡No, no! Nosotros estamos bien. Es solo que... no lo he visto en algunos días.
  — ¿Acaso se pelearon?
  —No. He estado yendo a mi casa antigua porque últimamente hay compradores por montón que quieren ir a verla. Generalmente van en la mañana, por lo tanto me quedo a dormir allá así no llego tarde. Por otro lado, soy el único que tiene las llaves, así que tengo que estar ahí.
Últimamente, en la banda las excusas se habían vuelto más comunes de lo que deberían, aceptables a la presencia mutua pero inservibles frente Paul o Roy, quienes los frecuentaban para informar a los altos mandos de la disquera cómo se estaba usando la nueva cantidad de dinero que pusieron a su disposición.
Sí, el trabajo se agilizaba con más personal ayudándolos, sí, avanzaban más rápido, pero irónicamente aún así estaban estancados y aquello había llegado a los oídos del manager.
—Parecen estar en un tipo de descanso pero no vi a ninguno de los chicos salir. Como mencioné, seré breve. Ahora mismo te estoy llamando de la recepción del estudio así que comprenderás que no tengo mucho tiempo para hablarte —esperó a por respuesta—. Yo no debería de estar aquí, esto es su trabajo.
—Paul y yo intentamos no sabes cuántas veces, pero incluso cuando llamábamos desde el estudio no contestaba, a veces ni siquiera había un tono de llamada. Según ellos, Brian está enfermo y como vive solo, no saben más que eso. Y oye, no puedes regañarme solo a mi —Roy estaba al otro lado del teléfono, golpeteando sus uñas contra su escritorio, envolviendo el dedo índice de la otra mano en el cable ondulado del objeto—. No es completamente mi responsabilidad como la es de Paul. ¿Debo recordarte que voy exclusivamente cuando mi papá puede cubrirme? Tú tampoco los ves muy seguido.
—Desde el concierto que dieron en Hyde Park, sí.
—Largo rato, ¿no crees? —Pausó—. Igual, espero que esta vez sí esté o que por lo menos tengan algún tipo de noticia. Si es que no, ¿entonces me darás la razón de que era innecesario que fueras? Ya estabas enterado de todo.
—Solo intento ver si puedo resolver este problema.
—Claro, como eres el manager, quizás te cuenten el chisme —dijo sarcástico—. Ya que estás allá aprovecha de resolver todas tus dudas así no nos molestas a Paul ni a mí por un buen rato. Adiós, diviértete —Baker le cortó.
Devolvió el auricular a su lugar, agradeciéndole a la recepcionista y subiendo, haciendo muecas de disgusto porque el tono en el que el productor le aseguraba que su presencia no era del todo requerida se repetía en su cabeza.
No le interesaba ser juzgado por querer indagar más en el problema, mucho menos por interesarse más de lo que generalmente haría, todo por el hecho de que ya conocía de qué iba la situación en la que parecía estar entrando Brian, sabía lo que estaba por pasar.
Decidió silencioso, como un complot, que esta vez se adelantaría a los hechos, que debía que ser rápido, que no podía fallar. ¿Cuándo? Todavía no lo tenía del todo claro. Mas de pronto, todas las piezas y pistas que creyó tener que hallar por cuenta propia las tuvo a mano con tan solo pararse detrás de la puerta y escuchar.
—No entiendo, todo estaba tan bien —decía Freddie—. Si no fuera por los periodistas nada de esto estaría pasando.
—Lamentarse a estas alturas no sirve de nada.
—Pero es cierto, Deacy. Tenemos tanto que hacer y a pesar de que hay como cien personas más, no avanzamos porque Brian no está.
—He tratado de sacarlo de...
— ¿La casa?
—De la cama —guardó silencio Roger—. Pero ya les dije que he estado ocupado, no he podido hacer gran cosa.
—No sé cómo vender una casa te consume tanto tiempo. ¿Qué haces aparte de eso, eh?
—Bueno, trabajo al igual que ustedes, ¿no? Escribo canciones, escribo la línea de la batería, ahora también la de la guitarra...
—Podrías empezar por dejar de escribir más canciones, creo yo —se promulgó el bajista—. Ya tenemos suficientes y están decididas las que entran en el disco.
—No son para el disco exactamente... —murmuró casi de manera inentendible Taylor.
— ¿A qué te refieres con que no son exactamente para el disco, eh?
La conversación que efervescente quería pasar a ser una pelea, la interrumpió con tres golpes en la puerta, dando un paso adentro sin esperar a que le abrieran.
El conjunto de músicos levantó sus cabezas hasta a él como manada de animales que oía a su mayor amenaza asecharlos a la hora de comer.
—Oh, cariño, si que nos diste un susto —comentó entre risas el cantante, invitándolo a pasar—. No llamaron de recepción para avisarnos que llegaste. ¿Pasa algo que entraste así tan de imprevisto?
—Nada en especial. Supuestamente hoy Roy vendría a verlos pero como no pudo, vine yo.
Roger ni siquiera lo miraba. ¿No los veía desde hace un mes y de pronto aparecía campante, escudándose en que ya era su turno y no el de otra persona? No, él venía por algo más.
—Qué agradable sorpresa —comentó bajo su respiración.
— ¿Qué hay de Paul? —Le preguntó el de pelo negro.
—Estaba ocupado de igual manera —Reid miró al rededor, buscando a por el personaje que Roy y Prenter presumían que faltaba últimamente y no, no se encontraba presente—. Tengo cosas que hacer después de estar aquí, así que... debo ser breve. Roy me contó que Brian no ha venido a trabajar en un buen rato. Intenté llamarlo pero no contesta —posó sus ojos exclusivamente en el baterista, quien obvió del contacto visual de inmediato—, ¿no saben qué sucede?
—Está enfermo —respondió casi como entrenado de hacerlo el bajista. Volvió a él—. Le dijimos eso a Roy, ¿no te contó?
—Sí, pero es algo raro que se extienda por un mes un resfrío común, ¿no creen?
Su especulación hizo que la duda fuera aún más fuerte en John y el persa, ahora todos sin querer, sospechaban entre sí de la cantidad de información que cada uno tenía. Pronto comenzarían a pelear por cuál versión era la verdadera.
Continuó.
—Espero que esto no retrase su trabajo.
—No, no lo hará —Roger se levantó de su asiento, haciendo algunos gestos con sus manos cuando habló otra vez—. Siento estar entreteniéndote con todo este asunto, digo, mencionaste que tenías poco tiempo y que estarías acompañándonos brevemente. Eh, nosotros —el que hablaba agarró aire— estamos en nuestro descanso y no hace mucho prometimos alcanzar a los demás en el bar. No creo que quieras quedarte solo aquí, no hay mucho que hacer.
Sonrió como si se estuviese riendo de una broma, irritando al otro por supuesto. Miró la libreta que, atrapada entre los dedos del menor, con su cuero café hacía resaltar el brillo de las gemas del anillo que estaba en uno de sus dedos.
Levantó sus cejas.
—Nos mantendremos en contacto, entonces.
La última vez que vieron ese día al representante fue en la puerta principal del edificio, justo donde le planteó una duda más al único miembro de la banda que le quedaba por influir con sus palabras.
—No me he despedido —mencionó una vez Mercury y Deacon iban más adelante caminando.
—Creí que ya lo hiciste.
Extendió su mano, recibiendo un apretón a cambio. Prolongó la acción por un rato.
—Así que, no exactamente para el disco —la expresión que le dio Roger no tenía precio. Éste último soltó su mano.
—Es de mala educación espiar a las personas.
—Las paredes son algo delgadas, creo que deberían irse a grabar a otro estudio —exageró—. Adiós, nos vemos —se retiró a su auto.
Taylor pasó su lengua por sus dientes, aguantando la respiración viéndose aún más acomplejado que antes, tan lejos de lo sencillo, de lo claro.
Era obvio que John sabía lo que sucedía adentro de la banda, pero exactamente ¿qué era? Era increíble lo que pensó poder llegar a dar por enterarse qué pasaba por lo más profundo de su mente. Sin embargo, nadie más que el manager tenía erudición de lo que en realidad alcanzó a escuchar y nadie más que el mismo sabía qué en verdad pasaba.
Disfrutó lo más que pudo la estadía en el bar con sus amigos, queriendo embriagarse, cohibiéndose solo porque pensaba que las multas de la policía eran muy altas para tan pequeño detalle.
Regresaron al estudio únicamente por sus cosas y sus coches, ese día ya ninguno se encontraba en las condiciones de seguir trabajando. La mayoría de las demás personas estaban borrachas.
Se despidió de Deacon, subió a su coche, encendiéndolo, bajando la ventana, viendo a Freddie asomarse adentro del auto por último.
— ¿Quieres que te lleve? —Preguntó.
—Deacy me va a llevar —se quedó callado unos segundos—. Anda a ver a Brian, ¿sí? —Pidió—. Sé que puedes hacer que vuelva.
—Ya te dije que mañana estará aquí trabajando, no te preocupes por ello.
—Te lo recuerdo porque ahora John lo sabe. Si Brian no regresa pronto quizás nos dilatemos en la fecha de entrega y sabes que no es agradable cuando Emi se mete.
—Lo sé —intentó calmarlo, fallando, pero contentándose con que lo intentó—. Te veo mañana.
—Chaito —Mercury se removió, permitiendo que el auto partiera.
El viento golpeaba contra su cara, jugando con su pelo, el mundo parecía querer engañarlo, distraerlo con esas pequeñas sensaciones placenteras que en otra ocasión le hubieran arrancado una sonrisa.
Por más que pedía retrasarse, todo indicaba que llegaría aún más rápido de lo cotidiano a Mayfair, ya era de noche y de embotellamientos no existía rastro.
Miró por el retrovisor por segundos, concentrándose de vuelta en la calle que iba, apretando el manubrio con fuerza al reconocer que en dos más estaría en casa.
Al principio todo había comenzado con Brian asegurando que necesitaba estar unos días solo, pero Roger adoptó la postura de defender que no lo necesitaba y ahí fue el momento en que las excusas pasaron a ser mentiras y las mentiras pasaron a ser peleas, pequeñas, pero que decían mucho.
Decidió por desaparecerse, sin embargo esa declaración duró tan solo por veinticuatro horas.
La incertidumbre de no saber el por qué era insoportable.
Llamó y llamó, día tras día, sin recibir respuesta, empezando a meditar innecesariamente, dañándose por cuenta propia, preguntándose qué pasaba, si hizo algo mal, preocupándose, poniéndose ansioso.
Pero un día finalmente Brian cogió el teléfono, no permitiéndole responder, irrumpiéndolo, diciéndole: «¿de verdad no puedes dejarme en paz, cierto?» y le colgaron acto seguido, satisfaciéndose de allí en adelante con estar cumpliendo la petición de May de mantener distancia.
Sabía bien en qué situación estaban, ya estuvo ahí antes, volvió a lo mismo y se negaba a aceptarlo. El solo pensarlo le quitaba el sueño, por lo tanto, prefería evadirlo.
La entrada rechinó al abrirse y cerrarse, acompañando su eco al ruido leve que las pisadas del baterista hacían sobre la escalera alfombrada cuando subía por sus escalones.
Apenas pisar la segunda planta, dejó sus llaves y su billetera en la encimera. Planeaba quedarse hasta la mañana siguiente.
  Entró en la pieza de su pareja siendo recibido por la luz blanca de la televisión encendida, notando el ambiente pesado, oliendo un aroma que sugería que la estancia no fue hace días ventilada, ordenada, mucho menos limpiada. Pasó por alto la gran mayoría de las cosas, sonriendo a penas el guitarrista se percató de su presencia.
  Encendió la luz, notando que éste último parpadeó en busca de acostumbrar sus ojos a la iluminación.
Caminó a los pies de la cama, después se sentó como pudo al lado de Brian, acercándose a su rostro, viéndole con detenimiento al mismo tiempo que acariciaba el mismo, observándolo arrugar su ceño por unos segundos y removerse un poco, alejándose.
  Bajó hasta los labios de su pareja y los besó con ternura, recibiendo una débil respuesta.
May cerró sus ojos por el lapso que duró el beso, abriéndolos cuando terminaron, apreciando esa expresión que le gustaba ver en Roger siempre que acababan de besarse. Esa sonrisa, esos ojos entrecerrados.
Dios, se dio cuenta de que no lo merecía.
El rubio se acurrucó en el pecho de su prometido, susurrando al hablarle, mirándolo de nuevo, dudando de si revelar lo que tenía en mente o no en ese momento.
—Brian, amor —titubeó—, quiero empezar una carrera de solista.
El contrario tomó aire, liberando gran cantidad de él cuando comentó sobre lo que recién su novio le contó.
Sonaba perdido, ido, era notable que no se encontraba del todo presente en el momento.
—Eso es bueno.
Roger tragó saliva, arrugando sus cejas, dejando un silencio reinar que los comerciales de la televisión se ocuparon de rellenar en un intento no intencionado de hacer menos incómodo el momento.
No apartó la vista del de cabello ondulado, dejando entreabierto un pequeño lugar entremedio de sus labios.
— ¿Cómo estás? —Se animó a preguntarle, esta vez no esperando a por una réplica del todo compleja.
—Bien, sí.
— ¿No has comido nada en todo el día, cierto? ¿Has salido de la cama siquiera? No puedes estar todo el día acostado, amor.
—Lo sé, lo lamento —sonó arrepentido, como si la disculpa de parte suya fuera lo que necesitaba para seguir viviendo. Lejos era de ser así.
—Brian, ya hablamos sobre esto —resopló en cansancio, despegándose de él—. Hoy fue John al estudio a preguntar por ti, los chicos empezaron también a preguntar a menudo por ti...
—Es solo que no puedo. Necesito...
  —Estoy preocupado por ti, Brian. Pienso que necesitas... lo que de verdad necesitas es–
  —Tiempo —el mayor hizo una pausa— solo.
Roger lucía decepcionado, preocupado, pero aburrido a la vez, y el último sentimiento le estaba ganando.
  — ¿Otra vez vienes con eso?
  — ¿Te molesta acaso?
  —Sí, mucho.
  — ¿Mucho? Esto ni siquiera es mi culpa.
  —Esa actitud tan estúpida no está ayudando.
  —Ah, ¿mi actitud estúpida? —Rió Brian frente a su acotación—. Pues, nombremos lo que no está ayudando en esta ocasión, ¿hm? Veamos —lo miró— tú.
  —...Brian, yo estoy intentando ayudarte.
  —No ayudas estando aquí.
Apretó sus dientes, intentando que sus labios no temblaran, desesperado de escuchar esas palabras que salían sin resentimiento ni preocupación, mucho menos interés.
Brian no lo deseaba ahí.
Dejó la cama con pensamientos innombrables e incomprensibles, haciendo escuchar una etérea disculpa que amenazó de acabar con sus esfuerzos de controlar su voz quebradiza. Siempre era él el que tenía que decir lo siento, como si siempre el mayor daño fuera producido por su persona.
Mantuvo su cabeza en alto, enojándose ahora.
Bajó por las escaleras, agarrando sus llaves y dando un portazo. No regresaría.

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