De un día para otro, cuando se tomó la decisión, nunca más lo volveríamos a ver, y cuando me enteré de que Reid fue despedido, no había nada que pudiera hacer. Sigo sin entender por qué, después de todo, se preocupa tanto por nosotros. Por supuesto, a veces está demasiado ocupado para vernos, pero esa es una situación ocasional. ¿Por qué es que somos así de ingratos?
No me sorprendió lo rápido que las revistas y los periódicos cubrieron la noticia. En no más de unos días estaba deambulando por el exterior del país. Estábamos en un pequeño pueblito de Francia cuando vimos colgando en un quiosco una revista de entretenimiento cuya portada mostraba a John.
De vuelta al hotel, la nieve caía del cielo. Teníamos bolsas de comida en nuestras manos. Lo único que podía iluminar la calle eran los faroles que en sus postes tenían de decoración guirnaldas navideñas. Roger seguía diciéndome que deshacernos de Reid era algo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo. Me limité a asentir. El escenario era maravilloso como para ser arruinado con una pelea sin sentido.
El resto del camino, lo miré; su nariz estaba roja por el frío y el vapor abandonaba su boca cada que hablaba. Se veía tierno con mi abrigo y bufanda puestos. Su pelo corto estaba lleno de diminutas partículas de nieve, que se derritieron cuando entramos a la habitación y comencé a cocinar. Roger me contó sus conjeturas sobre cuáles eran sus regalos y qué paquetes pensaba que abriría a la mañana siguiente.
Cenamos juntos, y nos reímos de la batalla de agua y espuma que armamos cuando lavamos los platos. Nos olvidamos de terminarla. Empezamos a besarnos hasta estar en la cama. Yo encima de él, acariciando cada parte de su piel, susurrándole que no nos dormiríamos temprano esa noche.
Por la mañana me besó para levantarme temprano, diciéndome repetidas veces que ya era Navidad y que tenía que levantarme para abrir mis regalos. Me llevó de la mano hasta la sala de estar, y cuando supo que todos los que estaban allí eran para él, sus ojos brillaron solo para mí. Roger estaba tan emocionado que no dejaba de hablarme cuando los abría.
Era lo mismo que cuando de pequeño iba a su casa para Navidad y me tiraba cojines para despertarme, bajábamos juntos y su mamá nos esperaba con chocolate caliente recién hecho, pero lo ignorábamos y corríamos a buscar nuestros regalos debajo del gran árbol que ponía su padre todos los años.
Para mi poca sorpresa, todos eran para él también. Pero esta vez se sentó a mi lado, feliz, sonriente, y me dio más regalos de los que yo le di. Mirándolo ese día, supe cuánto lo amo. En ese entonces y ahora, había mucho que decir y lo conté como acordamos; a través de la música, porque eso era lo único genuino que teníamos.
La inspiración me desbordaba. Escribía cuando lo veía vistiéndose con la luz del sol brillante chocando contra su figura, reparando en esas marcas en su espalda que vi por primera vez bajo la luz de la luna de París, también cuando recordaba su risa al carcajear por lo graciosas que me veía en las fotos que me tomaba desapercibido. Y por supuesto cuando lo veía dormir plácidamente en mis brazos, acurrucado, babeándome a veces pero eso estaba bien.
Aún no tengo claro cuántas canciones le escribí durante los pocos días que estuvimos en Francia. Algunas se perdieron, otras las conservo, pero nunca se las mostré.
Regresamos a Inglaterra y pasamos el Año Nuevo con Freddie, John, Verónica y su hijo. Recuerdo que no fue complicado para Roger tener a Robert en sus brazos y que se veía adorable jugando con el bebé. Se sentó a mi lado y reposó su cabeza en mi hombro mientras que Verónica no volvía.
Pasé mi dedo por la manito pequeña de Robert y sonreí cuando lo agarró.
—No me molestaría no dormir por uno de estos —me susurró y rió, me miró y yo a él. Era extraño que dijera eso.
Por mi parte únicamente le sonreí con ligereza y aparté la mirada de inmediato. Creo que ahí descubrió que no estábamos en la misma sintonía.
— ¿No te gustaría tener hijos, Roger? —Verónica regresó.
Pero él sabía lidiar con ello.
—Un niño no puede cuidar de otro niño.
Todos reímos.
Pasó la medianoche y, después de charlar un rato, Roger y yo nos fuimos a casa. En el camino nos detuvimos, aparcamos el coche al lado de la acera y lo seguí hasta la verja del río, mirando los fuegos artificiales pintar el cielo detrás del Tower Bridge. Recuerdo vívidamente los colores de los fuegos artificiales reflejados en sus ojos.
—Tengo varios planes para este año. Muchos —me dijo, dándole la espalda al espectáculo.
— ¿A penas empezamos el 1978 y ya piensas en eso? —Lo acerqué y lo besé, haciéndolo sonreír.
—Lo dice quien menos se preocupa de pensar en el futuro.
—Bueno, yo también tengo planes y deseos. Más bien, no son deseos ni nada por el estilo, son cosas que haremos sin importar qué —reposé mis manos en su cintura, besándolo de nuevo, metiendo mis manos debajo de su camisa en esta ocasión, provocándole un sobresalto de lo heladas que estaban—. Y quiero comenzar ahora.
— ¿Ahora?
Sentía una necesidad de arreglarlo, de hacerle sentir que nuestras metas continuaban siendo las mismas, de darle seguridad en que aún lo amo. Miré su anillo con atención, ignorando los sonidos que provocaban el estallido de los fuegos artificiales, escondiendo mi rostro en su cuello.
—Sí. Creo que... Creo que es un buen momento para decirte que hay que empezar a planear la boda, ¿no?
Me reí de la mirada sorprendida y emocionada en su rostro. Comenzó a sonreírme poco a poco y luego me besó de nuevo. Todo estaba previsto para la noche posterior a su cumpleaños. Esperaba que fuera una de esas noches de verano que tanto me gustaban.
Fantaseamos con encontrarnos vestidos de blanco, besarnos en el altar, reírnos de cómo se peleaban por atrapar el ramo, felices de estar ahí porque esa sería la realización de nuestro profundo deseo, dándonos cuenta de que lo único que teníamos que hacer era seguir viviendo y disfrutando de la compañía del otro. Sería así de simple.
Pero nuestra fantasía era algo diferente a la realidad de nuestra vida diaria. La gente (incluyéndome a mí) siempre señalaba que Roger soñaba con los pies no exactamente puestos en el suelo, y ahora yo hacía lo mismo. No distinguía de la mejor manera lo posible y lo imposible, mucho menos cuando Roger me daba todo lo que empecé a querer y a necesitar.
Cuando llegábamos a casa, lo primero que hacíamos era follar y terminarnos todo de lo que tuviéramos mano. ¿Y a quién le importaba si lo hacíamos? Después de todo, éramos tan felices como imaginamos que lo seríamos ese día de nuestra boda. Teníamos claro que esto es lo que queremos.
Siempre que me dijera lo bonito que me veía, o que era el único, me enamoraba más. Me hacía sentir bien y llenaba cada espacio que me faltaba.
—Hay veces en que me siento alejado de Freddie y de John, pero sus vidas son tan normales que me aburren —me dijo una vez cuando el efecto de la heroína se terminó. Estábamos sin movernos, nos dolía todo el cuerpo—. Tú no, tú eres especial. Eres igual que yo pero diferente a la vez. ¿No es eso entretenido?
A sus ojos azulinos, era el único. Todas sus palabras proyectaban una sombra sin precedentes sobre mí. Cuando me miró y me dijo lentamente todo lo que no les decía a los demás, supe que todo sobre y en él era verdad. Cuando me decía que me amaba yo sentía un amor enorme y fuerte, un amor que ni siquiera sentía por mí mismo, algo que me calmó y Roger me dio todo el derecho a aceptarlo, a odiar y a depender de esa sensación.
Me empapó con sus palabras, yo lo amé tanto que olvidé por un largo rato lo que significaba odiarme.
Parecíamos que quemábamos todo si estábamos los dos juntos en el mismo lugar, porque nos dimos tanto en tan poco tiempo que nos consumimos igual que el último cigarrillo que lo vi fumar. Pero aún habían cigarrillos en su cajetilla y por eso no veíamos problema en seguir.
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Cigarettes
FanfictionSiendo casi ya la mitad de la década de los setenta, la banda en auge de fama, Queen, empieza su dominio sobre el rock y otros géneros musicales, comenzando a ser gracias a esto los integrantes de ésta, conocidos artistas en la industria musical. A...