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[Estudios Sarm West, Londres, Inglaterra – Julio de 1976.]

  Con su deuda ya soldada con la disquera, la banda intentaba mantenerse tranquila y serena en una burbuja que estaba siendo amenazada de ser rota por las revistas y los periódicos que, si bien se habían guardado sus reseñas y críticas, claro era que seguían paso a paso los movimientos de la agrupación de la que escribían artículo tras artículo, intentando infringir algún daño en su reputación. Tenían que tener cuidado con lo que hacían, pero eso a los jóvenes por momentos se les olvidaba, sobre todo al hablar de música. El nuevo álbum comenzó a producirse hace solo unas semanas, y las trasnochadas en la cabina de grabación volvían una vez más a ser la rutina común de su semana.
  Pasaban día y noche trabajando, pero las quejas eran pocas.
  La grabación se detuvo un par de segundos después de que la resonancia provocada por el instrumento disminuyera por completo.
  Volteó hacia la cabina de control, escuchó el chirriante sonido que anunciaba que la grabación había acabado.
  Intentó caminar hasta la puerta cuidadosamente por entremedio de todos los cables que estaban tirados y enredados entre sí por el suelo de la estancia. Al llegar a donde estaban sus amigos, cerró la puerta tras de sí, oyendo de lo que se habían puesto a hablar.
  —Si el regalo de cumpleaños de Brian fue faltar al trabajo, entonces yo también pediré lo mismo —afirmaba John con una pose de modelo de revista, causándole risas a él y a Freddie—. Igual fue un poco desalentador saber que no venía, ¡le tenía hasta envuelto el regalo que le traje! —Lo tomó entre las manos, revisándolo—. ¡Roger, no lo revises, es sorpresa!
  —Lo veremos de todas formas después cuando pasemos a por él. Supongo que sigue en pie la cena luego del trabajo, ¿no? –Hicieron contacto visual el cantante y él.
  Evitó responder, resoplando por lo bajo y encogiéndose de hombros.
  Alcanzó su chaqueta, sacando de allí su cajetilla de cigarros y el encendedor, deslizando uno de los cigarrillos entre sus dedos, encendiéndolo, recargándose en la pared, dejando el humo suspendido en el lugar después de su primera calada.
  — ¿Pasó algo acaso? —Preguntó Frederick entre risas suaves, cruzándose de brazos y removiéndose en su silla para quedar mirando hacia donde estaba parado.
  —Despertó y ni siquiera salió de la cama. Le dije feliz cumpleaños, conversamos unos minutos y cuando le dije que debía empezar a prepararse para venir al estudio me respondió que no. Al parecer le dolía la cabeza y se sentía un tanto cansado.
  — ¿Es eso o es que no te recibió del todo bien la forma en que le deseaste feliz cumpleaños?
  Por ahora estaba bajo de las risas de sus amigos, aún así, seguía encima del humo que estaba rozándole desde hace un buen rato el cuello, amenazando con ahogarlo en cualquier momento, hundiéndose con cada minuto que pasaba, por sus acciones, por sus pensamientos, por nadie más que él mismo. Tocaría fondo antes de darse cuenta.
  —El olor al humo se te quedará impregnado en la ropa si no vas a fumar afuera —le avisó Frederick. Chasqueó con la lengua—. Solo te lo digo para evitar peleas maritales, tesoro.
  — ¿Maritales? Ni lo pienses —rió—. ¿Por qué no nos tomamos un descanso? Ya hemos estado tres horas seguidas trabajando.
  —No lo veo posible, al menos uno debe estar avanzando en sus grabaciones. Mike llegará en un par de horas para hacer los arreglos y mezclar lo que tenemos. Ve tú solo, pero no desaparezcas, ¿eh? —Advirtió el persa.
  Le dio una sonrisa escurridiza que venía acompañada de una negación con su cabeza, reposando el cigarro entre sus labios, saliendo de inmediato. El silencio del pasillo era tranquilizante.
  Recordó lo que vio cuando entró,
  Inhaló, buscando en la pared algún letrero que indicara que estaba prohibido fumar en el lugar. No lo encontró.
  Agachó su cabeza, sobando con su mano libre sus ojos, recordando lo que había sucedido en casa hace no más de unas horas. Esa puntada en el pecho que le hacía respirar con dificultad regresaba cada vez que reproducía esa distante actitud que Brian adoptó con él.
  Las inquietudes subían con cada excusa que creaba para justificar la actitud de su pareja en aquél día, no deshacía todo ese torrente de posibilidades que rondaban en su cabeza, que si bien no eran del todo fantásticas, de que sucedieran tenían poca probabilidad.
  Aún así, Roger no se dejaba convencer, dejando escapar el humo de la última calada, inspirando que estaba abrumado, aplastando el objeto contra el macetero de una de las plantas que estaban allí.
  Sacó otro con las manos temblorosas, todos los escenarios que juraba que existían creyó que de pronto se cumplían al mismo tiempo, acorralándolo contra lo que en realidad debía de fiarse, perdió toda confianza en Brian, se sintió solo de nuevo, se empezó a preguntar qué hizo mal.
  Su respiración se agitó.
  Rogaba por contención, pero no podía mantenerse concentrado en controlarse con todo ese ruido molesto viniendo de la cabina en donde sus compañeros trabajaban, y ese molesto chirrido que sonaba desde el primer piso, que quería entrar a la fuerza en sus oídos, que lo quería traer de vuelta a la realidad.
  La voz de la recepcionista resonó en la planta inferior, parecía hablar con un recién llegado, pero se detuvo al poco tiempo.
  —Disculpa, ¿tiene...?
  Ambos pararon en seco al observarse.
  Parecía que le habían robado el aire, que le estaban apuntando de frente y que él lo ignoraba, que lo permitía, que se olvidaba de todo por míseros segundos.
  ¿Y esos ojos, dónde más los había visto? Esos mismos que daban la impresión de estar desmenuzándose minuciosamente sin querer llamar la atención del contrario.
  Se dedicaron una sonrisa mutua, avergonzándose del que, sin razón, se ocultaban para hacerlo.
  —Lo lamento —rió la joven en su error—, solo sigo el protocolo. ¿Qué sala?
  — ¿Pero qué hace Christine Mullen trabajando como recepcionista?
  —Repetiré la pregunta principal. ¿Qué sala?
  —Doce —rió de forma recatada, sin separar sus labios. Se recargó con sus codos en el escritorio, apreciando los movimientos de Christine.
  Ella rodó sus ojos levemente, continuando con la sonrisa en su rostro, tomando el teléfono del citófono y conectando con el lugar, manteniéndolo cerca de su oreja al tener que esperar más de lo calculado por respuesta.
  —Brian May acaba de llegar, pide que lo dejen pasar —colgó cuando replicaron—. No hay problema, entra.
  El músico asintió, retirándose escaleras arriba, cuando en el descanso de la escalera su mirada recayó en la presencia de Roger, cuya figura estaba siendo alumbrada por el sol del atardecer que entraba por la ventana que había en el pasillo, haciendo notar aún más el humo que salía de su boca que sostenía el quinto cigarrillo que es tarde fumaba.
  Permaneció quieto, analizando lo que hacía.
  —Roger —lo nombró, buscándole algún sentido al por qué se encontraba parado contra la pared de al lado de la puerta de la sala de grabación.
  Sus ojos se encontraron con los azules del rubio más temprano que tarde.
  Silencio.
  El baterista lo había visto todo, algo que no diría, algo que de su boca no salía. Se reencontraron y lo tenía presente.
  A pesar de saber por anticipación su llegada, tuvo que mostrarse sorprendido ante la repentina aparición y al aspecto ligeramente desordenado y descuidado con el que se presentó, atinando a apagar el cigarro y tirarlo sin cuidado al macetero, donde yacían las otras colillas.
  —Amor, viniste —murmuró, pronunciando débilmente cuando hablaba.
  Mientras que el otro hablaba de la misma forma, caminó hasta a él.
  —Pensé que sería innecesario que regresaran a casa a por mí cuando acabaran de grabar —May metió sus manos en sus bolsillos, bajando la cabeza para unir su mirada con la suya.
  — ¿Pero te sientes mejor?
  —Claro.
  Roger lo abrazó, recibiendo poco a poco la misma muestra de afecto de vuelta, acomodándose en sus brazos y tallando en su rostro una sonrisa. Era cómodo y tibio.
  Sin embargo, luego sintió la cabeza de Brian removiéndose cada vez más hasta llegar a la altura de su oreja, escuchando su voz que a veces se cortaba en susurros de mayor volumen, como si recién hubiera despertado de una siesta.
  —Apestas a cigarrillos —declaró el más alto cerca de su oído, provocando que se separara de inmediato.
  Lo miró con inocencia, con toques de pudor, aburrimiento, casi insistiendo porque lo dejara pasar por aquella oportunidad. Mas tantos sentimientos, palabras, y señales en una sola mirada terminaron en concluir la conversación con nula eficacia, mucho menos con una razón de tomar lugar.
  Brian pasó por al lado suya, abriendo la puerta de la sala y recibiendo de inmediato los deseos de feliz cumpleaños que sus compañeros hablaron tanto de decirle.
  El castaño cerró la puerta.
  — ¡Qué bueno que al final te decidiste en venir, tesoro! —Recibió un abrazo de Mercury—. Iba a ser una lata tener que ir de acá para allá solo para ir a buscarte, no te voy a mentir.
  — ¡Fred, no digas eso! —La voz de Deacon regañó a su otro amigo. Antes de caer en cuenta de que tenía un regalo de su parte en sus manos, recibió felicitaciones—. Feliz cumpleaños. Ábrelo cuando quieras.
  Agradeció.
  —Hm —escuchó al pianista liberar una bocanada de aire escapar por entremedio de sus labios—, lo siento. Pero lo que en realidad quise decir es que es bueno que te sientas bien. Roger nos contó que no te encontrabas del todo bien. ¿Aún quieres ir a por algo de comer cuando terminemos de trabajar?
  —Sí, no se preocupen por ello.
  —Esperaremos a que Mike llegue y nos iremos apenas termine, ¿te parece? Te encantará donde te llevaremos a comer —vio al persa tomar marcha a la mesa de mezcla, tirando ahí las hojas con anotaciones y canciones que tenía en su mano. Frederick puso la misma a un lado de su cadera en conjunto de que apretaba botones y le bajaba el volumen a las pistas que no deseaba escuchar por ahora—. Casi lo olvido, ¿no viste a Roger cuando llegaste, tesoro?
  —No, en realidad —le decía en conjunto de que se sentaba.
  —Ojalá que no se haya ido...
  —No creo que ese sea el caso. Tal vez Bri no lo vio porque estaba concentrado en otra cosa y ya.
  El de cabello ondulado sonrió levemente en vez de darles una respuesta que fuera apta para seguir la conversación.
  Las manecillas del reloj avanzaron más veloces de lo precipitado, pronto todo el conjunto de músicos y su ayudante estaba dejando el establecimiento, llegando a la puerta principal.
  La última persona en salir fue Brian, quedándose quieto justo en el umbral, sosteniendo la puerta para que su pareja saliera antes que él. Volteó, dirigiéndose a Christine que había dicho adiós a los demás también.
  —Fue agradable verte.
  —Igualmente. Nos vemos —pronunció la de cabello largo.
  Estaba acostumbrado a no entender a las personas que lo rodeaban, pero verlo a él de aquella manera lo ponía en una posición a la que no deseaba volver nunca más.
  Sentía que ardía en un fuego que lo llamaba a quedarse hasta ser consumido por completo, que le daba escalofríos y frustración de la que no sabía cómo salir.
  Se percibía otra vez ignorado en un escenario totalmente distinto.
  Esto no le pasaba con otras personas. Se comenzó a arrepentir de cada acción y elección que tuvo hacer para llegar ahí.
  No quería que pasara de nuevo, estaba aterrado. No lo aceptaba.
  Qué predecible era.
  Echó a andar el auto.
  En el camino fue escuchando los distintos sonidos, alejado, casi enajenado. Por un lado Freddie reiteraba que John cambiara la estación de la radio a cada rato, hasta que se encontraron con que una reproducía una pieza musical de la autoría de ellos. Uno de ellos, no recordaba bien quién, convenció a Brian de que la coincidencia era otro regalo por su natalicio.
  La luz del atardecer tiñendo el cielo de un color anaranjado los acompañó no por mucho más, la luna ya hacía acto de presencia y los rayos del sol ya no alumbraban más las aceras de Londres.
  Lo pensaba una y otra vez, ¿por qué al final Brian sí se presentó? No podía ser que de un minuto a otro se sintiera bien, ¿o era que le mintió?
  Detuvo el coche porque ya llegaron. Se bajaron, y John y Freddie seguían hablándole animadamente a su pareja, quien respondía con palabras secas, sin embargo sus amigos parecían no notarlo. Por lo menos se sentía un poco mejor sabiendo que no era el único al que se dirigía de esa forma.
  ¿Era acaso una posibilidad que se haya dado los ánimos de ir por ver a Christine?
  La entrada de la banda al sitio llamó la atención de los otros clientes en el lugar. Causaron murmullos por allí y por acá.
John anunció que pedía al lado de la pecera, yéndose a sentar rápido y de los primeros, llamándolos con su mano.
  Mercury se puso entremedio de Brian y él,entrelazando sus brazos y caminando al mismo ritmo de marcha hasta la mesa que escogió.
  Parecieron haber pedido todo lo del menú porque «hay que celebrar en grande», aseguró el cantante, justificando los gastos de sus amigos y de paso los suyos propios.
  La charla fue escalando desde cosas comunes hasta el origen del universo. Todos participaron, unos más que otros.
  Una vez se les vio interrumpida la plática un par de chicas se acercaron a su mesa a pedirles autógrafos, guardando rápidamente su emoción por esto. Ellas se disculparon por interrumpir, yéndose apenas recibieron las firmas, agradeciendo risueñas, no dejando de mirar el álbum que le pidieron que les autografiasen.
  Luego de eso se retiraron a los estacionamientos adelantándose en su caminata ya que el guitarrista les dijo que lo hicieran.
  Llegaron al automóvil del baterista, metiéndose de inmediato.
  —Extrañaba salir caminando de un lugar sin necesidad de correr porque no pagamos la cuenta y alguien nos venía persiguiendo. Ahora nos podemos pedir toda la carta y tenemos para pagar. Y no, no me importa que la gente diga que nos comimos toda la tienda. Esta es la vida que siempre me merecí. También, ¿lo de las chicas? Eso sí que fue algo nuevo. Me encanta lo bellas que son las personas que son nuestros fans. Siempre andan con esos abrigos que tanto me gustan.
  —De esos que tiene Roger.
  Frederick y él se echaron a reír.
  — ¿Aún no superan esa broma? Dios... —ocultó una sonrisa. La broma le parecía aún un poco chistosa.
  Se desplomó en el asiento, echando un poco sucabeza para atrás y cerrando sus ojos, poniendo la llave en la ranura a ciegas.
  —Bueno, alguien debe decirlo, no quiero seguir fingiendo estar loco... Brian no está en el modo de celebración, al parecer —emitió el pianista.
  —No lo sé. Tal vez sigue sintiéndose mal.
  — ¿Y tú?
  — ¿Yo?
  —Ni siquiera bromeaste con las chicas que vinieron a pedirnos las firmas.
  —No es como si tuviera que hacerlo tampoco.
Sus compañeros se ojearon mutuamente, ya sabían que algo andaba fuera de lo común.
  — ¿Es esto por Chrissie, Roger?
  El interrogado quedó en silencio.
  — ¿Qué con Chrissie? —Preguntó en volumen bajo John.
  —Cierto —ladeó el persa su cabeza, dando golpecitos en su barbilla con su dedo índice—, Deacy no sabe sobre ella. Ya mereces enterarte porque eres de la banda, te contaré —lo rodeó por encima de sus hombros con uno de sus brazos—. Verás, hace mucho tiempo atrás...
  —Ella es amiga de una ex-pareja mía con la que no acabé en buenos términos, eso es todo.
  — ¿Oh, lo es?
  —Ah, podría ser. Se llamaba Jo, si no me equivoco y presentó a Christine con Brian una vez cuando estábamos detrás, guardando los instrumentos y todo eso... Ella y Chrissie iban a cada concierto de Smile que dábamos, pero Jo dejó de ir cuando rompió con Rog.
  —Christine siguió yendo incluso después de eso. Era algo molesto.
  — ¿"Algo molesto"? ¿Estabas celoso de ella en ese entonces, cielo? —El rubio no corroboró, tampoco se rió junto con ellos—. ¡No lo estaba, está! Oh, Roggie, qué celoso.
  Éste hizo mímica de las expresiones de sus compañeros.
  —Ya cállense.
Volteó hacia la ventana, expectante de ver a Brian salir por la puerta, soñando despierto en agarrar su mano para no soltarla más y que se le quitara esa actitud.
Eso mismo hizo cuando su novio por fin llegó, de paso apreciándolo de reojo todo el viaje; cuando daban luz roja, al parar frente a la puerta de los hogares de Mercury y Deacon. Deseaba que le devolviera el mismo tipo de miradas que le daba, otra vez cayendo en el espiral en el que pensar en que regresarían a lo mismo le provocaba caer.
Recordó que siempre estuvo caminando por una cuerda floja, una en que May le prometió caminar juntos, una de la que de nuevo se aferraba porque el miedo lo bloqueaba.
Hace semanas que estaban así. Necesitaba saber qué sucedía.
Soltó la mano del mayor, dándose cuenta de que la verdad fue que solamente él estaba agarrándola todo este tiempo.
¿Había sido así con lo demás?
El sonido de los automóviles pasando de vez en cuando por las calles de Mayfair era poco. Ya todos se encontraban en casa descansando.
La puerta se cerró. La luz de la luna se asomaba por entre las cortinas cuando hondeaban cada que la brisa se infiltraba por las ventanas.
— ¿Vas a dormir ya? —Le preguntó al percatarse de que el otro subía las escaleras.
—Sí, aún me siento un poco cansado...
Sus pasos veloces se oyeron alcanzar el escalón en que Brian se detuvo. Sus manos exploraron desde la altura del estómago del más alto, hasta llegar a su pecho, reposándolas ahí, poniéndose en puntillas y besándolo finalmente, acorralándolo contra el barandal de la escalera.
El guitarrista se complicó con seguir con el beso, casi como si nunca antes hubiera hecho algo así con Roger, siguiéndolo en sus acciones solamente, llegando al segundo piso juntos.
Abriéndose paso, el de ojos azules se las arregló para sentarlo a los pies de la cama y colocarse encima de su regazo, llenándolo de más besos y caricias que bajaban más y más.
Los dedos del baterista fueron desabotonando su camisa y de su boca empezaron a salir suspiros y jadeos, que si bien lo tentaban, no eran suficientes.
—No, Rog... Yo...
El nombrado se detuvo, mirándole acto seguido, haciendo una mueca de resignación y removiéndose de su sitio.
—No entiendo qué te pasa.
—No tengo ganas de hacerlo. No hay mayor explicación. No tiene nada que ver contigo, te lo juro.
— ¿Por qué me has estado tratando así todos estos días, entonces? Y hoy...
—Mis padres no me llamaron.
Roger no supo qué decir.
Por un lado se alivió de que no fuera algo peor, pero enterarse de que esa era la razón lo ponía en un escenario del que sería difícil sacar a Brian.
Tomó asiento a su lado, descansando su cabeza en su hombro.
— ¿Podrías dejarme solo unos momentos?
— ¿Por qué? —May le regresó una mirada que lo hizo entender de inmediato que no quería dar explicaciones—. Vuelvo en un rato.
Dejó la escena, bajando las escalinatas.
El silencio de la noche daba paz, sin duda, pero la paz no siempre significaba que todo estuviera en orden.
Miró el gran ventanal cubierto con las cortinas marrón, se levantó y lo abrió, tomando una gran bocanada de aire.
En conjunto de mirar los faroles de la calle, sacó de su bolsillo trasero el papel con el número de teléfono y lo observó a la luz de la luna con ganas de tirarlo a la basura, confundiéndose sin razón aparente al intentar decidir si hacerlo o no. La sonrisa con el que se lo entregó era lo único que lo mantenía indeciso.
Volvió a la cama, tomando el teléfono.
Marcó, esperó, sonrió cuando oyó su voz.

[...]

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