La Fiesta (III)

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—No. No puede ser verdad. ¡¿Qué coño hace esa mosquita muerta?! ¿Es que no ha escuchado ni una palabra de lo que he dicho? ¿No dejé claro que me gusta Adrián? Si es que lo sabía. ¡Va de santurrona y es un putón! —Claudia pierde los estribos. Es comprensible, a nadie le gustaría que le robaran la persona que ama delante de sus narices.

No soy la indicada para opinar en esta situación porque yo ya le fallé a mi amiga y me supera la culpa. Además, sigo sin digerir lo que ha hecho Laura. La veo bailando con Adrián. En realidad, no baila, es una patosa de cuidado, pero parece que se divierte con él mientras la coge por la cintura y le da vueltas. ¿A qué viene esto, Laura? ¿Se te ha subido el alcohol?

—Es solo un baile, Claudia. Mírala, la pobre no sabe ni moverse. Me recuerda a mi abuela. Laura no tiene pinta de haber roto un plato en su vida —dice Roberto para consolar a mi amiga.

—Bueno, literalmente diría lo contrario —comento.

—¿Sí? Pues no le hace falta saber moverse para tener a Adrián babeando. Una amiga habría dicho que no, ¡joder! Que seguro lo besa cuando termine. —Claudia sufre y su imaginación empieza a anticipar más dolor.

—Esa chica es rara de narices. ¿No te he contado que lo de la clase de Química lo hizo a propósito? ¿Eh, Ana? ¡Ana! —dice Patricia.

Estaba tan absorta vigilando las manos de Adrián sobre Laura que di por hecho que Patricia hablaba con otra persona.

—¿Cómo dices? —pregunto.

—Pues eso. Juraría que aquel día la vi empujar el vaso de precipitados sobre ti intencionadamente —cuenta Patricia.

—No, eso no puede ser —niego de inmediato.

—Patri me lo contó, pero yo no vi nada, estaba cogiendo tu libro —dice Roberto.

—Pero es que no tiene ningún sentido. ¿Qué se supone que iba a ganar con eso? —cuestiono.

Sinceramente, pienso que Patricia percibió la realidad distorsionada.

—No me extrañaría. ¡Es una jodida arpía! ¡Mírala! Está coqueteando con el chico que me gusta como si nada. ¡Es una falsa! —En estos momentos, cualquier argumento sobre Laura alimenta el dolor de Claudia.

—No nos pasemos, es mi cuñada. La conozco mejor que vosotros y os garantizo que es más buena que el pan. Sus actos son inocentes, inmaduros. Es una niña ingenua, eso es todo. Por eso hace estupideces como esta, pero luego se arrepentirá. —La defiendo, aunque todavía me supera el disgusto que me ha provocado.

—Ah... No lo sabía. Bueno, yo solo te digo lo que vi —reitera Patricia.

—No digo que no te crea, pero pudiste ver mal desde tu puesto —digo.

—Yo tampoco sabía que sois cuñadas —dice Roberto.

—Y yo no la soporto. Se va a enterar, seguro que sí. —Claudia está muy rabiosa, me preocupa que el enfado se le vaya de las manos.

—Ana, ¿bailamos? Que nos estamos comiendo la cabeza con Laura y ella se lo está pasando bien —me propone Roberto.

—Sí. Que vinimos a divertirnos, ¿no? Después de tragarnos el discursito de la pija, lo suyo es aprovechar el tiempo. Venid vosotras también —las invito.

—Paso. No estoy de humor. Prefiero ver hasta dónde piensa llegar esa zorra —dice Claudia.

—Y yo voy a por más bebida —dice Patricia.

Hago caso omiso del insulto de Claudia a mi cuñada. Ponernos a discutir no cambiará nada y no me apetece enfadarme con mi mejor amiga.

Roberto y yo nos posicionamos entre la gente que baila, no muy lejos de Adrián y Laura. Él me toma por las caderas y yo entrelazo mis manos por detrás de su cuello. Seguimos el ritmo de la música. Mi cuerpo me pide libertad, fuego, sensualidad suscitada por la melodía de la canción. Eso pide mi cuerpo, pero mi mente se opone, quiebra mi ser. Mi mente me obliga a vigilar a Laura y, para mi sorpresa, ella me busca con la mirada casi constantemente.

La hermana de mi novio [Disponible en físico en 2 tomos + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora