Paseo en patines (II)

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Laura me pasea por los balnearios. La brisa salada me moja los labios, sabe casi como mi beso entre lágrimas con mi cuñada. Sigo agarrada a su cintura e intento imitar sus movimientos, aunque mis ojos se desvían a la misma diana. He comprobado al pellizcarla que sus nalgas son firmes y acolchadas como suponía. Pero lo verdaderamente divertido ha sido su reacción. Ese quejido de niña delicada que le nace con una sonrisa que la traiciona, que solo puede significar que le ha gustado.

Cuando me distraigo demasiado provoco un desequilibrio. Algún pie se me escapa y me olvido de que tengo el control de mi extremidad. Pero Laura está ahí para corregirme y evitar que caigamos. La acera es la que me habla esta vez y me dice que ella conseguirá lo que no pudo la calle; o sea, un buen revolcón. No me dejo intimidar. Además, no está mal hacerle de colchón a Laurita.

Ella me acaricia las manos a ratos y me regala su sonrisa. Es su forma de decirme que todo va bien, así lo interpreto.

—Echaba de menos el mar —me dice después de varias cuadras sobreviviendo a patinazos, o a la danza rusa como le gusta decir—. Había estado años lejos de él.

—¿Y eso por qué? —le pregunto.

—Encerrada... en el centro de Londres y mis padres no han querido viajar en las últimas vacaciones. Estaba obstinada ya —responde.

—¿Cómo es que no se te ocurrió venir en vacaciones y estar con tu hermano? Nos habríamos conocido antes —digo con espíritu positivo.

—No fue posible. Mira aquellos en la banana. —Enseguida se cierra y desvía la atención a una lancha que arrastra una banana inflable con gente encima. ¿Por qué tengo el presentimiento de que no era feliz? Algo le pasó en ese lugar para que muestre las páginas de su vida en blanco. Solo cuando está relajada y bien conmigo me revela fragmentos de su pasado, pero parece que sigo lejos de alcanzar su plena confianza.

—¿Quieres que nos sentemos un rato para descansar? —le propongo.

—Sí, vale.

Laura me ayuda a acomodarme en el muro que separa la acera de la arena. Ella se sienta a mi lado. Apoyo mi mano cerca de la suya, prácticamente la rozo.

—¿Te está gustando patinar? —me pregunta.

—Sí, mucho. Necesitaba esto para desconectar. Ahora mismo me parece que mi sufrimiento pasó hace un siglo. Tu sorpresa ha sido muy acertada —le digo sonriendo.

—Me alegro, era lo que pretendía. La pena es que vayas detrás de mí todo el tiempo. Me gustaría que lo disfrutaras más —dice Laura.

—¡No, tranquila! Es un gustazo ser llevada y disfrutar de las vistas. —Río.

—¡Vaga! Tendré que dejarte sola para que aprendas a la fuerza.

—Si me sueltas, te juro que me quito los patines y te persigo corriendo —digo insinuando una ingenua amenaza.

—Después de verte bailar la danza rusa, ya no me das miedo —se burla y me saca la lengua.

—No te hagas la valiente, que no me conoces todavía.

—¿Y qué me vas a hacer? ¿Eh, patosita? —se mofa, me reta, me tienta, y respondo.

Me le arrimo y le capturo una pierna poniéndole la mía encima.

—Cosquillas no es lo único que sé hacer, ¿sabes? —digo con insinuación y deslizo mi mano por parte de su muslo hasta donde me permite su rodillera. Ella se mantiene pasiva, confiada. Así la sorprendo clavando mis dedos a ambos lados de su pierna por encima de la rodilla.

—¡Ay, Ana! —Enseguida se doblega expresando una mezcla de dolor y satisfacción. Me agarra el interior del muslo a la vez que intenta apartar mi mano agresora.

La hermana de mi novio [Disponible en físico en 2 tomos + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora