Disculpas

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Sandra y yo cerramos el acuerdo. Con su ayuda, Ricardo conocerá la verdadera intimidación. Dependerá de él lo lejos que lleguemos con esta guerra.

Regreso a mi aula saboreando una ligera satisfacción porque sé que alguien recibirá su merecido, pero mi ánimo sigue por los suelos. Pasar por delante de Laurita y sentarme a su lado sin recibir ni una mirada suya me entristece. ¿Por qué actúa como si fuéramos unas desconocidas? ¿Cuánto tiempo necesitará para que me devuelva la palabra?

Paso las siguientes horas mirando su carita con disimulo. Aunque parece inexpresiva, noto sus cejas ligeramente arrugadas y sus labios curvados hacia abajo. Se concentra en las clases para ocultar su pena, lo sé. Ella sufre en silencio.

El timbre del primer recreo suena y lo veo como una oportunidad para hablarle.

—Preparé merienda para las dos... —digo mientras guardamos nuestras cosas y me gano su mirada, pero no la más dulce.

—¿Cuándo me dejarás en paz? ¿Te pedí que me prepararas la merienda? —No necesita alzar la voz para que me resulte hostil.

—No, pero pensé que...

—¿Pensaste? —me interrumpe—. ¿Dispones de esa capacidad? Aprende a darle mejor uso. Esta será la última vez que te diga que no me molestes.

—Laurita... —Me trago mis palabras para no incordiarla. Haga lo que haga, solo le causo disgustos. La veo irse sin mí...

—Hola, Ana. ¿Estás bien? —Patricia se me acerca y me rescata de mi limbo mientras los demás se marchan.

—Sí. ¿Y tú? —respondo de forma automática.

—Lo intento cada día. Solo quería darte las gracias por haber respondido mi mensaje de año nuevo. Ya no somos amigas ni nada, pero significó mucho para mí que lo hicieras —dice Patricia sonriente.

—De nada. —No es una persona con la que me apetezca hablar ahora mismo.

—Bueno, nos vemos por clase... —dice y me da la espalda, pero se voltea por un instante—. De no ser por ti, no habría dado la cara por mis errores, aunque he necesitado ayuda para ello porque no soy tan fuerte como tú. Nunca es tarde para afrontar nuestros errores. No es solo por las personas a las que hemos hecho daño, sino también por nosotros mismos. Hacer algo significativo nos puede devolver la paz interior o, al menos, parte de ella. Gracias, Ana. Me voy al recreo.

***

El discurso de Patricia fue inesperado y no entendí su propósito, pero, por alguna razón, generó una idea en mi cabeza. Enseguida corro a la Secretaría abriéndome paso entre las hordas de pitufos. Agitada, llego a mi destino lo antes posible.

—¡Hola! Tenéis un megáfono, ¿verdad? —le pregunto a la veterana de las empleadas de secretaría, una señora con gafas famosa entre los estudiantes por su apodo de la momia del instituto.

—Sí, tenemos, ¿por qué? —dice con su voz amable y lenta.

—Necesito que me lo prestéis un momento, por favor —pido con la misma inquietud que manifiesta mi cuerpo.

—¿A ti? ¿Qué gamberrada se te ha ocurrido esta vez? —Me juzga por mi pasado, lo comprendo.

—Es para una causa justa, ¡por favor! —ruego.

—Ana Álvarez, como si no te conociera. ¿Recuerdas lo que hiciste hace unos tres años? Cogiste el megáfono sin permiso y corriste por todo el instituto eructando, insultando a compañeros y profesores y diciendo palabrotas. Muy mal, jovencita. —Fue divertido en su momento.

La hermana de mi novio [Disponible en físico en 2 tomos + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora