Capítulo 60

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Está sentada al borde de la cama desde hace un par de minutos. Ya bañada y vestida, permanece en silencio mientras observa a la muchacha mayor descansar envuelta entre las mantas. No puede irse, no sabe cómo hacerlo, pero la culpa le pesa demasiado sobre los hombros y el teléfono no ha parado de vibrar en su bolsillo por los últimos veinticinco minutos.

¿Cuándo creyó que despedirse de aquella manera sería adecuado? Quizá fueron sus pensamientos egoístas del momento, porque solo así se siente. Egoísta. Sucia. Cruel. No tiene el corazón suficientemente fuerte para marcharse y aceptar que esa será la última vez que su piel se reconforte con el calor de ese cuerpo femenino. No habrá más tacto, no habrá más noches a su lado, dejará de oír su risa en las mañanas y sus quejas en la oficina. No existirá un futuro. Y todo por su culpa.

Mina siente el estómago revolverse ante la idea, la idea de abandonar aquello por lo que ha luchado, el amor que han construido. Pero mientras más intente aferrarse, el daño mayor será y está tan cansada, tan cansada de lastimar sus manos en el borde de ese risco. Tan herida y agobiada.

Tomando el teléfono entre sus manos, evita la llamada y se pone de pie para acercarse a Nayeon. La coreana se ve muy cómoda entre sueños y no quiere despertarla. Por eso, con el mayor cuidado posible se inclina y deja un último beso sobre sus labios antes de dejar el apartamento.

Su automóvil cruza la autopista con velocidad, sus manos se aferran al volante y ella no puede dejar de repetirse la misma palabra una y otra vez.

Cobarde. Cobarde. Eres una cobarde.

Cuando guarda el coche en el garaje, sube a toda velocidad a su departamento, esperando encerrarse allí hasta el otro día, pero sus planes de estar sola se arruinan por completo cuando ve a un muchacho sentado frente a su puerta. Al verla, él se pone de pie y rápidamente se acerca para tomarla por los hombros y reclamarle.

— ¿Dónde estabas? ¿Por qué no respondes?

—¿Acaso eres mi madre? No debo darte explicaciones. Ahora hazte a un lado, no vengo de buen humor.

— No soy ninguno de tus padres, pero soy tu prometido y merezco al menos un mensaje.

— ¿Mi prometido? — ella se burla — Pues no veo ningún jodido anillo en tu dedo o en el mío, así que por favor vete.

— Qué descaro — le dice él — No seas impaciente y por favor, cuida tu tono.

Mina resopla justo cuando abre la puerta, está contando mentalmente para no mandar al hospital a ese idiota con una nariz notablemente rota.

— Me quedaré a cenar contigo.

— Estás demente.

— No lo estoy. Traje la cena y no pienso quedarme con ella.

La castaña rueda los ojos y lo deja entrar. Desea tanto estamparle la puerta contra la cara, pero prefiere dejarlo pasar antes de tener a su padre gritándole por teléfono.

— Gracias, querida.

Él va hasta la cocina y saca de las bolsas recipientes plásticos empaquetados. Los acomoda uno a uno sobre la barra y mira a la muchacha que se mantiene de brazos cruzados.

— Comida tailandesa, ya sabes, para acostumbrarte un poco.

Mina no dice nada, en ese instante solo desea comer cualquier cosa. Su estómago ruge y eso hace reír al chico.

— Parece que se te abrió el apetito.

— Puedes usar el microondas. Buscaré platos.

La japonesa toma un par de platos y los lleva hacia el comedor, luego sigue con par de vasos y servilletas. El chico termina de calentar los platillos y los lleva hacia dónde está la menor.

❝𝑭𝑰𝑭𝑻𝒀 𝑺𝑯𝑨𝑫𝑬𝑺 𝑶𝑭 𝑴𝒀𝑶𝑼𝑰❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora