iii.- El autobús volador

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El cielo empezó a clarear por fin. Y Artemisa murmuró:

—Ya era hora. ¡Es tan perezoso en invierno!

—¿Y quién no? Con este frio solo quiero quedarme en mi cama

—¿Estás esperando, eh... la salida del sol? —preguntó Percy.

—Sí, a mi hermano. No es exactamente lo que tú crees.

—Ah, bueno. Entonces no es que vaya a llegar...

Hubo un destello repentino en el horizonte y enseguida una gran ráfaga de calor.

—No miren —advirtió Artemisa—. Hasta que haya aparcado.

La luz y el calor se intensificaron hasta que me dio la sensación de que sus abrigos iban a derretirse. Y entonces la luz se apagó.

Un Maserati Spyder descapotable rojo. Era impresionante. Resplandecía. La nieve se había derretido alrededor del Maserati en un círculo perfecto.

—Mátenme antes de que me vea —rogo Rocío escondiéndose detrás de Percy

El conductor bajó sonriendo. Parecía tener diecisiete o dieciocho años y, por un segundo, tuve la incómoda sensación de que era Luke, mi viejo enemigo. El mismo pelo rubio rojizo; el mismo aspecto saludable y deportivo. Pero no. Era más alto y no tenía ninguna cicatriz en la cara, como Luke. Su sonrisa resultaba más juguetona. (Luke no hacía más que fruncir el ceño y sonreír con desdén últimamente). El conductor del Maserati iba con téjanos, mocasines y una camiseta sin mangas.

—Wow —se asombró Thalia entre dientes—. Qué calor irradia este tipo.

—Es el dios del sol —dijo Percy

—No me refería a eso.

—Primero: Técnicamente, Percy tiene razón. Segundo: Eres muy inocente, ojitos marinos —hablo abrazándolo por la espalda

—Tercero: Tú no deberías saber a qué me refería, pulga.

—¡Hermanita! —gritó Apolo. Si hubiera tenido los dientes un pelín más blancos los habría cegado a todos—. ¿Qué tal? Nunca llamas ni me escribes. Ya empezaba a preocuparme.

Artemisa suspiró.

—Estoy bien, Apolo. Y no soy tu hermanita.

—¡Eh, que yo nací primero!

—¡Somos gemelos! ¿Cuántos milenios habremos de seguir discutiendo...?

—Bueno, ¿Qué pasa? —la interrumpió—. Tienes a todas las chicas contigo, por lo que veo. ¿Necesitas unas clases de arco?

Artemisa apretó los dientes

—Necesito un favor. He de salir de cacería. Sola. Y quiero que lleves a mis compañeras al Campamento Mestizo.

—¡Claro, cielo...! Un momento —levantó una mano, en plan «todo el mundo quieto» —. Siento que me llega un haiku.

Las cazadoras refunfuñaron. Por lo visto, ya conocían a Apolo. Él se aclaró la garganta y recitó con grandes aspavientos:

Hierba en la nieve

Me necesita Artemisa.
Yo soy muy guay.

Les sonrió de oreja a oreja. Sin duda, esperaba un aplauso y Rocío se lo habría dado, pero no quería que la viera.

—El último verso sólo tiene cuatro sílabas —observó su hermana.

Él frunció el ceño.

—¿De veras?

—Sí. ¿Qué tal: «Yo soy muy engreído»?

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