xv.- Boomerangs y lagrimas.

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Comparado con el monte Olimpo, Manhattan estaba tranquilo. Era el viernes antes de Navidad, pero todavía muy temprano y apenas había gente en la Quinta Avenida. Argos, el jefe de seguridad (ya sabes, el de los múltiples ojos), los recogió en el Empire State para llevarlos de vuelta al campamento. Había una ligera ventisca y la autopista de Long Island estaba casi desierta. Rocío no abrió la boca en todo el viaje, parecía estar más hundida en sus pensamientos de lo normal.

Quirón los recibió en la Casa Grande con chocolate caliente y sándwiches de queso. Grover se fue a ver a los demás sátiros para contarles nuestro extraño encuentro con la magia de Pan. Apenas una hora después, todos los sátiros del campamento corrían de un lado para otro, preguntando dónde estaba la cafetería más cercana.

Percy y Annabeth se quedaron un rato hablando con Quirón y otros campistas veteranos, pero Rocío caminó por el campamento esperando no toparse con Nico, y así fue. Durante varios minutos estuvo con Connor Stoll que tenía una sonrisa en la cara y su hermana Ariel, ninguno dejaba de hablar sobre unas famosas notas que habían recibido hace poco.

Incluso los que no eran hijos de Hermes e Iris habían recibido una notita decidiendo: "Eres bienvenido en la cabaña 11. Quédate todo lo que quieras." Y añadían un comentario como "Haces buenas bromas" o "Tus pociones son geniales" y se tipo de pequeños halagos.

En la de la hija de Iris, su madre la halagaba sobre los cuadros que pintaba en su tiempo libre y decía que estaba orgullosa de ella. En la de Connor, Hermes lo alentaba a hacer más bromas junto a su hermano, Travis (que también había recibido una nota), e incluso daba algunas ideas y terminaba diciendo "Sigue así, hijo. Te quiere, Hermes".

Si, algunos no estaban del todo felices con las notas, se las habían dado otros dioses y no su padre o madre divinos, pero igualmente las agradecían.

Al parecer esa noche, Hermes e Iris iban a recibir una buena ración de comida.

Pero como no todo era color de rosa y felicidad, apareció Nico.

—¡Rocío, volviste...! —comenzó a decir, pero fue interrumpido por la llegada de Percy— ¡Eh! ¿Y mi hermana?

—Ven. Tenemos que hablar, ragazzo.


* * *


Escuchó la noticia en silencio, lo cual aún lo hacía más difícil. Percy siguió hablando; trató de explicarle cómo había ocurrido, cómo se había sacrificado Bianca para que la búsqueda no fracasara. Pero a medida que hablaba tenía la sensación de estar empeorando las cosas.

Rocío estaba igual que en el viaje al campamento, en cualquier lugar menos prestando atención a los dos semidioses.

—Ella quería que conservaras esto —le dijo, y sacó la figura que Bianca había encontrado en la chatarrería. Nico la sostuvo en la palma de la mano y la contempló.

Estaban en el pabellón del comedor. A pesar de la protección mágica del campamento, el viento era helado. Nevaba levemente sobre los escalones de mármol.

—Prometiste que la protegerías —dijo Nico

—Nico —repuso Percy—, lo intenté. Pero Bianca se sacrificó para salvarnos a los demás. Le dije que no lo hiciera. Pero ella...

—¡Me lo prometiste! —Le lanzó una mirada furibunda con los ojos enrojecidos y empuñó con fuerza la figura del dios—. No debería haber confiado en ti. —La voz se le quebró—. Me mentiste. ¡Mis pesadillas eran ciertas!

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