xvii. La muerte de Jack Sparrow

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Percy Jackson


Ya era demasiado tarde cuando llegamos a la calle.

Había campistas y cazadoras tendidos por el suelo. Clarisse debía de haber sido derrotada por un gigante hiperbóreo, porque había quedado congelada —ella y su carro— en un bloque de hielo. A los centauros no los veía por ningún lado. O habían huido despavoridos o se habían desintegrado.

El ejército del titán había cercado el edificio y se hallaba apenas a seis metros de las puertas. Iban en cabeza Ethan Nakamura, la reina dracaena con su armadura verde y dos hiperbóreos. No vi a Prometeo. El muy rastrero seguramente se había quedado escondido en el cuartel general. Pero era el mismísimo Cronos quien abría la marcha guadaña en mano.

Y lo único que se interponía en su camino era...

—Quirón —dijo Annabeth, con voz trémula.

Si éste llegó a oírnos, no respondió. Tenía una flecha en el arco y apuntaba a Cronos directamente a la cara.

Los ojos del titán llamearon al verme. Se me paralizaron todos los músculos instantáneamente. Cronos volvió a concentrarse en Quirón.

—Hazte a un lado, hijo.

Oír a Luke llamando «hijo» a Quirón y a resultaba bastante raro. Pero Cronos lo dijo, además, de un modo infinitamente despectivo, como si tener un «hijo» fuese lo peor de lo peor.

—Me temo que no. —Quirón respondió con un tono acerado y sereno, como siempre que se enfadaba de verdad.

Intenté moverme, pero era como si tuviera los pies de hormigón. Rocío, Annabeth, Grover y Thalia forcejeaban también, por lo visto tan paralizados como yo.

—¡Quirón! —le advirtió Annabeth—. ¡Cuidado!

La reina dracaena había perdido la paciencia y se abalanzó sobre él. La flecha de Quirón le entró justo entre los ojos y la monstruosa criatura se volatilizó en el acto, mientras su armadura hueca se estrellaba contra el asfalto.

Quirón fue a tomar otra flecha, pero tenía el carcaj vacío. Tiró el arco y sacó su espada. Yo sabía que no le gustaba combatir con ella. Nunca había sido su arma favorita.

Cronos sofocó una risotada. Dio un paso adelante; Quirón removió inquieto sus patas, agitando la cola.

—Tú eres un maestro —dijo Cronos con desdén—. No un héroe.

—Luke era un héroe —respondió Quirón—. Uno muy bueno, hasta que tú lo corrompiste.

—¡Idiota! —La voz de Cronos sacudió toda la ciudad—. Le llenaste la cabeza de promesas vacías. ¡Dijiste que los dioses se preocupaban por mí!

—«Mí» —advirtió Rocío—. Dijo «mí» —me murmuró, como si eso le doliera más que la apuñalada que le dió Ethan.

Me enfureció.

Cronos parecía desconcertado al escuchar a mi novia. Quirón se lanzó al ataque en ese momento. Una buena maniobra: una finta seguida de un tajo a la cara. Yo mismo no lo habría hecho mejor, pero Cronos era muy rápido. Poseía todas las dotes de combate de Luke, lo cual ya era mucho. Desvió la estocada de Quirón y gritó:

—¡Atrás!

Una luz blanca y cegadora estalló entre ambos. Quirón salió despedido por los aires y se estampó contra un lado del edificio con tal violencia que la pared se derrumbó sobre él.

—¡No! —aullaron Annabeth y Rocío.

El hechizo se había roto y corrimos a socorrer a nuestro maestro, aunque no había ni rastro de él. Thalia y yo empezamos a apartar ladrillos, mientras un coro siniestro de risas recorría las filas del ejército enemigo.

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