v.- Visitando a Tío Hades

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Aparecieron en Central Park, al norte del Pond, el lago con forma de coma. La Señorita O'Leary parecía muy cansada cuando se detuvo cojeando junto a un grupo de rocas. Se puso a olisquear alrededor y Percy temió que fuese a marcar el territorio allí mismo, pero Nico lo tranquilizó.

—No pasa nada —dijo—. Ha olido el camino a casa.

—¿Entre las rocas?

—El inframundo tiene dos entradas principales —repuso—. Tú ya conoces la de Los Ángeles.

—La barca de Caronte.

Asintió.

—La mayoría de las almas entran por allí, pero hay un camino más estrecho y más difícil de encontrar. La Puerta de Orfeo.

—El tipo del arpa.

—El tipo de la lira —corrigió Rocío—, pero estuviste cerca. Orfeo usó la música para hechizar la tierra y abrir una nueva entrada al inframundo. Avanzó cantando hasta el palacio de Hades y estuvo a punto de rescatar el alma de su esposa y salirse con la suya.

—Así que ésta es la Puerta de Orfeo. —Fingió estar impresionado, aunque aquello seguía pareciéndole un montón de rocas—. ¿Cómo se abre?

—Nos hace falta un poco de música. ¿Qué tal se te da cantar, Rocío?

—Un gato siendo torturado canta mejor... ¿Percy?

—Hum, no muy bien. ¿No puedes decirle, bueno, que se abra sin más? Nico es hijo de Hades...

—No es tan fácil. Necesitamos música.

—Se me ocurre algo mejor. —Se volvió y gritó—: ¡¡¡Grover!!!

Esperaron un buen rato. La Señorita O'Leary se hizo un ovillo y se echó una siesta. Entre los árboles, oían el canto de los grillos y también el ulular de una lechuza. El zumbido del tráfico llegaba amortiguado desde West Central Park. También oyeron ruido de cascos en un sendero cercano, quizá una patrulla de la policía montada. Seguro que les encantaría encontrar a dos críos merodeando por el parque a la una de la madrugada.

—No funciona —susurró Nico por fin.

Percy cerró los ojos justo a tiempo para no ver a Nico girar su dedo cerca de su cabeza en un ademán de locura.

Rocío rodó los ojos ante el comportamiento del semidios, pero en el fondo le daban gracia las muecas que hacía el hijo de Hades mientras caminaba alrededor de Percy.

El de ojos verdes los abrió de golpe causando un pequeño sobresalto al más bajo del grupo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nico como si no hubiera hecho nada.

—He conectado con él. Ya... ya viene hacia aquí.

Un minuto más tarde el árbol que tenían al lado se estremeció y Grover cayó de sus ramas. De cabeza.

—¡Grover! —gritó Percy.

—Auch —murmuró Rocío acercándose a su amigo.

—¡Guau! —La Señorita O'Leary levantó la cabeza. Quizá se preguntaba si iban a jugar a lanzarnos el sátiro como un hueso.

—¡Beee-eee! —baló Grover.

—¿Estás bien?

—Oh, sí —dijo, y se rascó la cabeza. Los cuernos le habían crecido tanto que le sobresalían un par de centímetros entre su pelo ensortijado—. Estaba en la otra punta del parque. Las dríadas han tenido la gran idea de pasarme de un árbol a otro para llegar aquí. No acaban de comprender el factor altura.

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