i.- Otra escuela explota.

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La semidiosa rodó los ojos ante las palabras de su amiga.

—¡Si es una cita! Irán solos a un lugar. Los dos. Sin nadie. Percy y Rocío, nadie más.

—Sé que significa, Lani, pero no es una cita. Es una salida de amigos.

—¡Y yo soy una ninfa! —exclamó Annabeth desde algún punto del lago.

—Prométenos solo tres cosas y te dejaremos en paz —insistió Lani—. Disfrutaras tú cita-no-cita. No te quitaras el labial, si se te sale ¡Lo pones otra vez! Y, por último.

—¡Besas a Percy! —terminó Annabeth—. O se hacen novios, tú eliges.

—Váyanse al tártaro —declaró deshaciendo el arcoíris y el contacto.

Pero Percy tenía otros planes que ni se parecían a lo dicho por las semidiosas. Su objetivo era salir rápido de la escuela, y así lo hizo. Salió a toda prisa desde el callejón a la calle Ochenta y una Este y fue directamente a tropezar con Rocío que iba caminando por allí.

—Lo siento mucho, yo... Wow —balbuceó Percy al reconocer a la muchacha.

—¿Es un wow bueno o un wow malo? —preguntó Rocío mirando al hijo de Poseidón.

Por un par de segundos Percy siento que todo iba bien. La hija de Iris tenía una ligera sonrisa, algo que ya estaba haciendo buena costumbre, llevaba unos jeans y una camiseta de Quidditch del equipo de Gryffindor y el collar del campamento. Por primera vez pudo ver como se veía con el cabello suelto y sin intenciones de atárselo, liso y cayendo en su espalda si más que el adorno que era el arco que alguna vez le perteneció a Zoë Belladona.

—¿Llevas labial? —cuestiono Percy atónito.

—Es culpa de Lani, larga historia. Y dime ¿La salida de la escuela es por un callejón?

Entonces Rachel Elizabeth Dare, todavía cubierta de polvo, salió en tromba del callejón.

—¡Espera, Percy! —gritó.

La sonrisa de Rocío decayó lentamente mientras miraba a Rachel, la columna de humo negro y el aullido de la alarma. No dijo nada, lo que dio más miedo. Alzó una ceja y miro a la pelirroja.

—¿Y la Weasley quién es?

—¿No me recuerdas? —cuestiono Rachel—. Nos conocimos en la presa Hoover.

Rocío negó, tampoco es como si estuviera esforzándose en recordar.

—Rocío... Rachel. Rachel... Rocío. Humm, ella es mi...

—Amiga —respondió Rocío al ver al chico dudar.

—Mejor amiga —corrigió el pelinegro.

—Es lo mismo, Percy.

—Hola —saludó Rachel. Se volvió hacia el pelinegro—. Te has metido en un lío gigante. Y todavía me debes una explicación.

Las sirenas de la policía se acercaban por la avenida Franklin D. Roosevelt.

—Será otro día. Debemos irnos, no traigo dinero como para sacarte de la cárcel —dijo Rocío intentando no mostrarse tan fría y quitar la expresión de desagrado que siempre tenia al conocer gente nueva.

—Quiero que me expliques mejor eso de los mestizos —insistió Rachel—. Y lo de los monstruos. Y toda esa historia de los dioses. —Lo agarró del brazo, sacó un rotulador permanente y escribió un número de teléfono en la mano—. Me llamarás y me lo explicarás, ¿de acuerdo? Me lo debes. Y ahora, muévete.

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