ix.- El consejo de un perro rosa

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Esa noche se sintieron bastante desgraciados. Acamparon en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de la zona al parecer utilizaban para sus fiestas. El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.

Habían sacado algo de comida y unas mantas de casa de la tía Eme, pero no se atrevían a que Rocío encendiera una fogata para secar la ropa. Las Furias y la Medusa habían proporcionado suficientes emociones por un día. No querían atraer nada más. Decidieron dormir por turnos. Percy se ofreció de voluntario para hacer la primera guardia.

Annabeth se acurrucó entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza tocó el suelo. Grover revoloteó con sus zapatos voladores hasta la rama más baja de un árbol, se recostó contra el tronco y observó el cielo nocturno. Comenzó a hablar con Percy. Rocío, por otro lado, no quería dormir, así que, con una manta en los hombros, fue a hacerles compañía.

—Deberías dormir un poco, Rocío —aconsejo Grover

—No quiero —contesto mientras se sentaba cerca del árbol

Grover no insistió sabiendo que la niña quería decir "No quiero tener pesadillas".

—Me pone triste

—¿El qué? ¿Haberte apuntado a esta estúpida misión? —cuestiono Percy

—No. Esto es lo que me entristece —señaló toda la basura del suelo—. Es una época terrible para ser sátiro.

—Y el cielo —agrego Rocío intentando ver las estrellas—. Ni siquiera se pueden ver las estrellas —comento con un deje de nostalgia

Desde pequeña le encantaba ver las estrellas antes de dormir. Aun recordaba cuando Quirón la tenía que sacar a la fuerza de la ventana o cuando Luke y Thalía la hacían dormir para que no se quedara mirando las estrellas toda la noche

—Han contaminado el cielo —concordó Grover

—Ya. Debería haber supuesto que eran ecologista

El niño recibió un suave codazo y una mala mirada por su comentario

—Sólo un humano no lo sería. Tu especie está obstruyendo tan rápidamente el mundo... Bueno, no importa. Es inútil darle lecciones a un humano. Al ritmo que van las cosas, jamás encontraré a Pan

—Gracias Grover —ironizo la castaña

La ignoro

—¿Pan? ¿En barra? —cuestiono Percy

—¡Pan! —exclamó airado—. P-a-n. ¡El gran dios Pan! ¿Para qué crees que quiero la licencia de buscador?

Una brisa extraña atravesó el claro, anulando temporalmente el olor de basura y porquería. Trajo el aroma de bayas, flores silvestres y agua de lluvia limpia, cosas que en algún momento hubo en aquellos bosques. De repente, Glykó sintió nostalgia de algo que nunca había conocido

—Háblame de la búsqueda —le pidió

Grover le miró con cautela, como temiendo que pudiera estar gastándole una broma.

—El dios de los lugares vírgenes desapareció hace dos mil años —contó —. Un marinero junto a la costa de Éfeso oyó una voz misteriosa que gritaba desde la orilla: «¡Diles que el gran dios Pan ha muerto!». Cuando los humanos oyeron la noticia, la creyeron. Desde entonces no han parado de saquear el reino de Pan. Pero, para los sátiros, Pan era nuestro señor y amo. Nos protegía a nosotros y a los lugares vírgenes de la tierra. Nos negamos a creer que haya muerto. En todas las generaciones, los sátiros más valientes consagran su vida a buscar a Pan. Lo buscan por todo el mundo y exploran la naturaleza virgen, confiando en encontrar su escondite y despertarlo de su sueño.

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