xvi. Leneo se va también

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Me gustaría poder decir que Percy o Rocío expulsaron al enemigo de los alrededores del Empire State. Pero la verdad es que Clarisse hizo todo el trabajo. Incluso sin su armadura y su lanza, aquella chica era un verdadero demonio. Lanzó su carro directo hacia el ejército del titán y aplastó todo lo que fue encontrando a su paso.

Su energía era tan contagiosa que hasta los centauros despavoridos empezaron a reagruparse. Las cazadoras quitaban flechas a los caídos y lanzaban una salva tras otra al enemigo. La cabaña de Ares repartía golpes y estocadas a mansalva, lo cual no dejaba de ser su ocupación favorita. Los monstruos optaron por retirarse hacia la Treinta y cinco Este.

Clarisse regresó junto a la carcasa del drakon y la enganchó al carro pasando un garfio por sus cuencas vacías. Luego fustigó a los caballos y salió disparada, arrastrando al drakon detrás como si fuera un dragón del Año Nuevo chino. Así cargó contra los enemigos en fuga, insultándolos y retándolos a enfrentarse a ella. Mientras proseguía su avance se veía como resplandecía, rodeada de un aura de fuego rojo.

—La bendición de Ares —dijo Thalia—. Nunca la había visto.

En aquel momento, Clarisse era tan invencible como Percy. Le arrojaban lanzas y flechas, pero ninguna la alcanzaba.

—¡Soy Clarisse, la asesina del drakon! —gritaba enardecida—. ¡Los mataré a todos! ¿Dónde está Cronos? ¡Saquenlo de su escondrijo! ¿Acaso es un cobarde?

—¡Clarisse! —aulló Percy—. Para ya. ¡Vuelve!

—¿Qué te pasa, señor de los titanes? —decía—. ¡Da la cara!

—Volverá cuando se aburra —dijo Rocío, encogiéndose de hombros—... Si es que se aburre.

Los enemigos no respondían ante los gritos de Clarisse. Empezaron a retroceder poco a poco tras una barrera de escudos de las dracaenae, mientras ella describía círculos con su carro por la Quinta Avenida, desafiándolos a interponerse en su camino. El chasis de sesenta metros del drakon chirriaba sobre la calzada como un millar de cuchillos.

Entretanto, se atendieron a los heridos y los trasladaron al vestíbulo del edificio. Mucho después de que el enemigo se hubiera perdido de vista, Clarisse continuaba recorriendo la avenida con su espantoso trofeo y exigiéndole a Cronos que saliera y le plantase cara.

—Yo la vigilo —dijo Chris—. Se acabará cansando. Ya me encargaré de que entre a descansar.

—¿Y el campamento? —le preguntó Percy—. ¿Ha quedado alguien allí?

Chris negó con la cabeza.

—Sólo Argos y los espíritus de la naturaleza. Y el dragón Peleo, que custodia el árbol.

—No aguantarán mucho. Pero me alegro de que hayáis venido.

Chris asintió tristemente.

—Siento que haya sido tan tarde. Intenté hacerla entrar en razón. Le dije que no tenía sentido defender el campamento si vosotros moríais. Todos nuestros amigos están aquí. Lo que lamento es que haya sido necesario que Silena...

—Mis cazadoras te ayudarán a montar guardia —le dijo Thalia—. Vosotros, Annabeth y los tortolitos, deberíais ir al Olimpo. Me da la sensación de que os necesitan allá arriba. Para organizar la última línea defensiva.

—Buena suerte con ella —señaló Rocío—. ¡Diviértete con tu juguete nuevo!

—¡Hasta luego, princesita! —gritó Clarisse, sin dejar de conducir su carro.

* * *

El portero había desaparecido del vestíbulo. Su libro yacía boca abajo sobre el mostrador y su silla estaba vacía. El resto del vestíbulo, sin embargo, se encontraba abarrotado de campistas, cazadoras y sátiros heridos. Annabeth se les separó para ver a sus hermanos.

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