xviii. Una última muerte

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Mi único pensamiento era que debía mantenerlo alejado de Rocío.

Grover había llegado al fin a su lado y había dejado de tocar un momento para darle un poco de ambrosía a Annabeth. Rocío corrió hasta ella cuando vió que Ethan ya no se movía.

Allí donde Cronos pisaba, las raíces se enrollaban en sus tobillos. Por desgracia, no eran lo bastante gruesas todavía, porque Grover había interrumpido su magia demasiado pronto, y sólo servían para estorbar al titán.

Combatimos entre los restos de la hoguera, levantando chispas y pisando carbones casi apagados. Cronos cortó de un tajo el apoyabrazos del trono de Ares, cosa que me parecía muy bien, pero acto seguido me arrinconó contra el de mi padre.

—¡Ah, sí! —dijo Cronos—. ¡Éste sí que dará buena leña para mi nueva hoguera!

Nuestras hojas chocaban con un estallido de chispas. Él era más fuerte, pero en ese momento sentía en mis brazos el poder del océano. Le di un empujón y le lancé otra estocada. La hoja de Contracorriente le golpeó tan de lleno en la coraza que abrió una hendidura en el bronce celestial.

El titán dio un pisotón en el suelo de mármol y el tiempo se ralentizó. Traté de atacar, pero me movía a la velocidad de un glaciar. Cronos retrocedió con toda tranquilidad y aprovechó para recuperar el aliento. Examinó la abertura de su coraza mientras y o me debatía para avanzar un milímetro y lo maldecía entre dientes. Él podía tomarse todos los tiempos muertos que quisiera. Podía dejarme clavado en el sitio cuando le apeteciera. Mi única esperanza consistía en que el esfuerzo para hacerlo lo fuese consumiendo. Si lograra agotarlo del todo...

—¡Demasiado tarde, Percy Jackson! —dijo—. ¡Mira!

Señaló los restos de la hoguera y los carbones brillaron otra vez incandescentes. Se alzó una cortina de humo blanco y en su espesor aparecieron imágenes como en un mensaje Iris. Vi a Nico y a mis padres, en la Quinta Avenida, rodeados de enemigos y luchando a la desesperada. Más atrás, Hades combatía montado en su carro negro y hacía surgir una oleada tras otra de zombis de debajo de la tierra. Pero las fuerzas del titán parecían igualmente inagotables. Manhattan, entretanto, era pasto de la destrucción. Los mortales, ya del todo despiertos, corrían despavoridos; los coches viraban enloquecidos y se estrellaban por todas partes.

La escena cambió. Entonces vi algo aún más terrorífico.

Un inmenso frente tormentoso se aproximaba al río Hudson, desplazándose rápidamente por la costa de Jersey. Venía rodeado por un círculo de carros, enzarzados en estrecho combate con la criatura oculta en el espesor de las nubes. Los dioses atacaban sin pausa y el cielo se iluminaba con el fulgor de los relámpagos. Las flechas de oro y plata surcaban las nubes como balas trazadoras y explotaban violentamente. Poco a poco, las nubes se fueron desgarrando y entreabriendo. Entonces, por primera vez, vi a Tifón con claridad.

Comprendí sin más que mientras viviera (lo cual quizá no sería mucho) no podría sacarme aquella imagen de la cabeza. Tifón cambiaba de aspecto constantemente. A cada momento era un monstruo distinto, cada uno más horrible que el anterior. Si lo hubiera mirado a la cara demasiado rato me habría vuelto loco, así que me concentré en su cuerpo, aunque tampoco es que fuera mucho mejor. Era de tipo humanoide, pero su piel te hacía pensar en un sándwich de carne abandonado un año entero en la taquilla del gimnasio. Tenía manchas verdes y ampollas del tamaño de un edificio por todo el cuerpo, además de zonas ennegrecidas a causa de los eones que había pasado bajo un volcán. Sus manos eran humanas, pero rematadas en garras, como las de un águila; sus piernas estaban cubiertas de escamas de reptil.

—Los olímpicos están haciendo un último esfuerzo —se burló Cronos con una carcajada—. ¡Qué patético!

Zeus lanzó un rayo desde su carro y la explosión iluminó el mundo entero. Incluso allí arriba, en el Olimpo, noté la sacudida, pero cuando la nube de polvo se disipó, Tifón seguía en pie. Se tambaleaba y tenía un cráter humeante en su cabeza deforme, pero rugió enfurecido y continuó avanzando.

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