x.- Destruyendo un monumento, versión semidioses

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Pasaron dos días viajando en el tren, atravesando ríos y mares de trigo color ámbar. Gracias a los dioses no los atacaron, pero eso no los hacía sentir 100% seguros.

Con el dinero de la recompensa y parte de lo que Rocío tenía, les alcanzo solo hasta Denver. Pero no para literas, así que dormitaban en los asientos, todos tenían el cuello adolorido, excepto Rocío que cuando pequeña había aprendido a dormir donde sea (le daba gracias a las bodas en las que su padre trabajaba y la llevaba).

La menor estaba sentada junto a Percy. Los chicos se habían sentado en frente de sus amigos. La castaña tenía la sensación de que la vigilaban de todos lados.

Pero como siempre había un problema. Percy... bueno, no específicamente él. El problema era que en casi todos los periódicos estaba su foto de cuando salían del autobús al inicio de la misión. Tenía la mirada ida. La espada era un borrón metálico en sus manos. Habría podido ser un bate de béisbol o un palo de lacrosse.

En el pie de foto se leía: «Percy Jackson, de doce años de edad, buscado para ser interrogado acerca de la desaparición de su madre hace dos semanas. Aquí se le ve huyendo del autobús en que abordó a varias ancianas. El autobús explotó en una carretera al este de Nueva Jersey poco después de que Jackson abandonara el lugar. Según las declaraciones de los testigos, la policía cree que el chico podría estar viajando con tres cómplices adolescentes. Su padrastro, Gabe Ugliano, ha ofrecido una recompensa en efectivo por cualquier información que conduzca a su captura».

—No te preocupes —le dijo Annabeth—. Los policías son mortales, no podrán encontrarnos

—Tranquilo. Ya verás como sale una noticia de un gatito en un árbol y se lleva toda la atención

—De hecho —intervino Grover—... aquí hay una noticia de un gatito —le entrego el diario donde realmente salía una noticia de un gato en un árbol


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Rocío paso el resto del día haciendo distintas cosas, dibujando un poco, pero debía parar por el movimiento del tren; paseándose por el tren; y mirando por la ventana.

Una vez vio una familia de centauros galopar por un campo de trigo, con los arcos tensados, mientras cazaban el almuerzo. El hijo centauro, que sería del tamaño de un niño de segundo curso montado en poni, le vio y saludó con la mano.

«¿Sera sobrino de Quirón?» se preguntó mientras le devolvía el saludo

Miro alrededor en el vagón, pero nadie más los había visto. Todos los adultos estaban absortos en sus ordenadores portátiles o revistas.

En otra ocasión, por la tarde, vio algo enorme moviéndose por un bosque. Habría jurado que era un león, sólo que no hay leones sueltos en América, y aquel bicho era del tamaño de un todoterreno militar. Su melena refulgía dorada a la luz de la tarde. Después saltó entre los árboles y desapareció.

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