xviii.- Pelea familiar

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—No puedo creerlo —comentó Annabeth—. Hemos venido hasta aquí para...

—Fue una trampa —dijo Percy—. Una estrategia digna de Atenea.

—Eh —le advirtió.

—Pero ¿es que no lo pillas?

Bajó la mirada y se sosegó.

—Sí. Lo pillo.

—¡Bueno, pues yo no! —se quejó Grover—. ¿Va a explicarme alguien...?

—Lo que yo pillo —exclamo Rocío levantándose de la arena (donde se habían desplomado después de salir del mar)—, es que golpeare al idiota de causo todo esto cuando lo tenga enfrente... ¡Y me da igual si me vuelve ardilla o lo que sea!

—La profecía tenía razón —añadió Percy—. «Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado». Pero no era Hades. Hades no deseaba una guerra entre los Tres Grandes. Alguien más ha planeado el robo. Alguien ha robado el rayo maestro de Zeus y el y elmo de Hades, y me ha cargado a mí el mochuelo por ser hijo de Poseidón. Le echarán la culpa a Poseidón por ambas partes. Al atardecer de hoy, habrá una guerra en tres frentes. Y la habré provocado yo.

Grover meneó la cabeza, alucinado. Luego preguntó:

—¿Quién podría ser tan malvado? ¿Quién desearía una guerra tan letal?

—Veamos, déjame pensar —dijo Rocío, mirando alrededor—. ¡Oh, miren! Allá está el candidato perfecto

Enfundado en el guardapolvo de cuero negro y las gafas de sol, un bate de béisbol de aluminio apoyado en el hombro. La moto rugía a su lado, y el faro volvía rojiza la arena. Allí estaba Ares esperándolos

—Eh, chico. Deberías estar muerto.

—¡Eres de los idiotas más grandes que hay! —exclamo Rocío avanzando a él enfurecida—. ¡Y cómo no! ¡Eres un maldito dios! —un trueno resonó— ¡Ya cállate, Don dramático! —grito apuntando el cielo—. ¡Nos tendiste dos trampas! Hijo de p...

—Ok, me estas hartando, niñita —la interrumpió Ares sin querer saber es resto del insulto

—¿Te estoy hartando? —detrás de la menor, sus amigos intentaban llegar a ella antes de que cometiera un gran error—. ¡Ay, que miedo!

Rocío respiraba irregularmente por la rabia que sentía, la cual era duplicaba por el aura de Ares. El dios tenia una sonrisa desinteresada, sonrisa que saco de sus casillas a la hija de Iris, quien alzo la pierna de golpe

—¡Mierda! —exclamo el dios doblado por la mitad al recibir la patada en la entrepierna

—¡Wow, quieta! —dijo Percy alejándola del dios—. Relájate, eso es... Nos has engañado. Has robado el yelmo y el rayo maestro.

Ares sonrió mientras se paraba derecho

—Bueno, a ver, yo no los he robado personalmente. ¿Los dioses toqueteando los símbolos de otros dioses? De eso nada. Pero tú no eres el único héroe en el mundo que se dedica a los recaditos

—¿A quién utilizaste? ¿A Clarisse? Estaba allí en el solsticio de invierno.

La idea pareció divertirle.

—No importa. Mira, chico, el asunto es que estás impidiendo los esfuerzos en pos de la guerra. Verás, tenías que haber muerto en el inframundo. Entonces el viejo Alga se hubiese cabreado con Hades por matarte. Aliento de Muerto hubiera tenido el rayo maestro y Zeus estaría furioso con él. Pero Hades aún sigue buscando esto... —se sacó del bolsillo un pasamontaña, del tipo que usan los atracadores de bancos, y lo colocó en medio del manillar de su moto, donde se transformó en un elaborado casco guerrero de bronce

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