ii.- Un funeral metálico.

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Le tocaba hacer la inspección a Annabeth. La tarea matinal de Percy consistía en clasificar informes para Quirón. Pero como los dos aborrecían sus respectivos trabajos, decidieron hacerlos juntos para que no resultaran tan insoportables. A Rocío no le tocaba nada y solo se encargaba de que sus amigos no se pusieran a discutir.

Empezamos por la cabaña de Poseidón, que ocupaba sólo Percy y Rocío de vez en cuando. Había hecho la cama esa mañana (bueno, más o menos) y había colocado bien el cuerno de minotauro de la pared, así que se daba a sí mismo un cuatro sobre cinco.

—Estás siendo muy generoso —dijo Annabeth con una mueca, mientras recogía con la punta de su lápiz unos pantalones sucios—... Pero la foto suma puntos.

Percy le arrebató los pantalones mientras colocaba bien el cuadro que contenía la foto que le había tomado Sally para su cumpleaños. Una foto de él, Tyson, Rocío y Nico.

—Eh, dame un respiro. Este verano no cuento con Tyson para que ponga orden y arregle mis estropicios.

—Tres sobre cinco —sentenció Annabeth—. La foto suma bastante así que tenlo en cuenta.

—Auch —murmuró Rocío.

—¿Quién se fue a desayunar y no me ayudó con la cama? —cuestionó Percy con falsa molestia—. Te recuerdo que esa camiseta es tuya.

—Detalles —respondió Rocío tomando la prenda.

En los informas de Quirón había batallas menores por todas partes y mensajes de semidioses, de sátiros y espíritus de la naturaleza procedentes de todo el país, que informaban sobre los últimos movimientos de los monstruos. El reclutamiento de efectivos para el campamento se había reducido a cero. A los sátiros les costaba muchísimo localizar a nuevos semidioses y traerlos a la colina Mestiza, debido a la cantidad de monstruos que pululaban por el país. De Thalia, que dirigía a las cazadoras de Artemisa, no llegaban noticias desde hacía meses, y si Artemisa sabía lo que les había ocurrido, no parecía dispuesta a contárselo a nadie.

Visitaron la cabaña de Afrodita, que, por supuesto, sacó un cinco sobre cinco. Las camas estaban hechas a la perfección y la ropa guardada en baúles y ordenada por colores. Había flores frescas en los alféizares de las ventanas. Aunque Percy quería quitarle un punto porque todo apestaba a perfume de diseño, la mirada de Lani le hizo quedarse callado y detrás de Rocío.

—Impecable como siempre, Silena —sentenció Annabeth.

Silena asintió lánguidamente. La pared detrás de su cama estaba empapelada con fotografías de Beckendorf. Ella permanecía sentada con una caja de bombones en el regazo, de la tienda de su padre en el Village (de ahí que Afrodita se hubiera fijado en él en su día).

—¿Quieres un bombón? —preguntó—. Me los ha enviado mi padre. Ha pensado... que quizá sirvan para levantarme el ánimo.

—¿Son buenos? —preguntó Percy.

Ella negó con la cabeza.

—Saben a cartón —respondió Lani luego de probar uno.

Percy tomó dos, uno se lo metió en la boca y el otro se lo dio a Rocío.

—Gracias —murmuró tomándolo.

Le prometieron a Silena que irían más tarde a verla y siguieron adelante.

Mientras cruzaban la zona comunitaria, se desató una pelea entre las cabañas de Ares y Apolo. Varios campistas de Apolo provistos de bombas incendiarias sobrevolaron la cabaña de Ares con un carro tirado por dos pegasos. Nunca había visto aquel carro, pero daba la impresión de ser cómodo y ligero. El tejado de Ares empezó a arder enseguida, y las náyades del lago de las canoas se apresuraron a echarle agua para apagarlo.

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