ix.- Clarisse y su gusto por los cañones

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—Están metidos en un lío tremendo —dijo Clarisse.

Acababan de terminar un pequeño tour por el barco, que había hecho sin ningunas ganas a través de una serie de camarotes sombríos, atestados de marineros muertos. Habían visto el depósito de carbón, las calderas y máquinas, que resoplaban y crujían como si estuvieran a punto de explotar. Habían visto la cabina del piloto, la santabárbara y las torretas de artillería (los sitios preferidos de Clarisse): dos cañones Dahlgren a babor y estribor, y dos cañones Brooke a proa y popa, todos preparados para disparar bolas de bronce celestial.

Allá donde iban, los marineros confederados los miraban fijamente, con aquellas caras fantasmales y barbudas que relucían bajo sus cráneos. Annabeth les cayó bien en cuanto les dijo que era de Virginia. Al principio también se interesaron por Percy, por el hecho de llamarse Jackson, como el famoso general sudista, pero lo estropeo al decirles que era de Nueva York. Todos se pusieron a silbar y maldecir a los yanquis. A Rocío no le cayeron bien, apenas la vieron hicieron una profunda reverencia y (para el desagrado de la castaña) no la dejaron de adular todo el recorrido.

Tyson les tenía verdadero pánico. Durante todo el paseo insistió a Annabeth para que le diese la mano, cosa que a ella no le entusiasmaba demasiado, al final termino dándosela a Rocío.

Por fin, nos llevaron a cenar. El camarote del capitán del CSS Birmingham venía a tener el tamaño de una despensa, pero aun así era mucho mayor que los demás camarotes del barco. La mesa estaba preparada con manteles de lino y vajilla de porcelana; había mantequilla de cacahuete, sándwiches de gelatina, patatas fritas y SevenUp, todo ello servido por esqueléticos miembros de la tripulación. A mí no me apetecía nada ponerme a comer rodeado de fantasmas, pero el hambre acabó venciendo mis escrúpulos.

—Tántalo los ha expulsado para toda la eternidad —nos dijo Clarisse con un tonillo presuntuoso—. El señor D añadió que, si se les ocurre asomarse otra vez por el campamento, los convertirá en ardillas y luego los atropellará con su deportivo.

—¿Los del campamento han sido los que les han dado este barco? —pregunto Percy

—Por supuesto que no. Me lo dio mi padre.

—¿Ares?

Clarisse le miró con desdén.

—¿O es que te crees que tu papi es el único con potencia naval? Los espíritus del bando derrotado en cada guerra le deben tributo a Ares. Es la maldición por haber sido vencidos. Le pedí a mi padre un transporte naval... y aquí está. Estos tipos harán cualquier cosa que yo les diga. ¿No es así, capitán?

El capitán permanecía detrás, tieso y airado. Sus ardientes ojos verdes se clavaron en mí con expresión ávida.

—Si eso significa poner fin a esta guerra infernal, señora, y lograr la paz por fin, haremos lo que sea. Destruiremos a quien sea.

Clarisse sonrió.

—Destruir a quien sea. Eso me gusta.

—Genial. Tétrico, pero genial —dijo Rocío

Tyson tragó saliva.

—Clarisse —dijo Annabeth—. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos...

—¡Perfecto! Lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.

—No lo entiendes —dijo Annabeth—. Tenemos que unir nuestras fuerzas. Deja que te ayudemos...

—¡No! —Clarisse dio un puñetazo en la mesa—. ¡Esta misión es mía, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y ustedes tres no van a privarme de una oportunidad así

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