xiii.- De cazadora a constelación

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Aterrizaron en Crissy Field cuando ya era noche cerrada.

En cuanto el doctor Chase y Arturo bajaron de su Sopwith Camel, Annabeth corrió hacia su padre y Rocío hacia el suyo.

—Papi —murmuró Rocío contra él hombre—, Luke... él...

—Rocío, Annabeth —interrumpió Thalia. Ella, Percy y Artemisa se habían arrodillado junto a Zoë y vendaban sus heridas.

Se apresuraron a ayudar, aunque tampoco había mucho que hacer. No teníamos néctar ni ambrosía. Y ninguna medicina normal habría servido. Incluso en la oscuridad, percibía que Zoë no tenía buen aspecto. Tiritaba, y el leve resplandor que siempre la acompañaba se iba desvaneciendo.

—¿No puedes curarla con algún recurso mágico? —le preguntó Percy a Artemisa —. O sea... tú eres una diosa.

Ella parecía muy agitada.

—La vida es algo frágil, Percy. Si las Moiras quieren cortar el hilo, poco podré hacer. Aunque puedo intentarlo.

Fue a ponerle la mano en el flanco, pero Zoë la agarró por la muñeca. Miró a la diosa a los ojos y entre ambas se produjo una especie de entendimiento.

—¿No os he... servido bien? —susurró Zoë.

—Con gran honor —respondió Artemisa en voz baja—. La más sobresaliente de mis campeonas.

La expresión de Zoë se relajó.

—Descansar. Por fin.

—Puedo intentar curarte el veneno, mi valerosa amiga —dijo la diosa.

Zoë había sabido desde el principio que la profecía del Oráculo se refería a ella: que perecería por mano paterna. Y, sin embargo, había emprendido igualmente la búsqueda. Ella había decidido salvarlos, y la furia de Atlas la había roto por dentro.

Miró a Thalia y tomó su mano.

—Lamento que discutiéramos tanto —le dijo—. Habríamos podido ser hermanas.

—Ha sido culpa mía —respondió Thalia, al borde de las lágrimas—. Tenías razón sobre Luke. Sobre los héroes, sobre los hombres y todo lo demás.

—Quizá no todos —murmuró Zoë, y le dirigió una débil sonrisa a Percy—. ¿Todavía tienes la espada, Percy?

Él no podía hablar, pero sacó a Contracorriente. Ella sostuvo el bolígrafo con satisfacción.

—Dijiste la verdad, Percy Jackson —prosiguió Zoë—. No te pareces en nada a... Hércules. Es para mí un honor que lleves esta espada.

—Tú no, por favor —susurró Rocío llamando la atención de todos—. No te vayas también.

—Nos veremos otra vez, princesita... En tus estrellas —murmuró entregándole su arco—. Cuídalo.

—Zoë...

—Estrellas —murmuró—. Las veo otra vez, mi señora.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Artemisa.

—Sí, mi valerosa amiga. Están preciosas esta noche.

—Estrellas —repitió Zoë. Sus ojos se quedaron fijos en el cielo y ya no se movió más.

Thalia bajó la cabeza. Annabeth se tragó un sollozo y su padre le puso las manos en los hombros. Rocío tomó la cara de la cazadora entre sus manos y su pulsera brillo.

—Te veré en las estrellas, Zoë —dijo.

El brillo de la pulsera se extendió por el cuerpo de la cazadora. Pronunció una especie de bendición, una brisa soplo elevando el cuerpo de Zoë convertido en polvo brillante y voló hasta el cielo.

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