xiii.- Titanic griego

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—¿Es que no se le acaban nunca las rocas? —murmuro Percy

—¡Nademos hasta el barco! —dijo Grover. Él, Annabeth y Clarisse se zambulleron entre las olas. Rocío se agarraba del cuello de Clarisse e intentaba nadar con un brazo, aunque el peso del vellocino la abrumaba.

Pero lo que le interesaba al monstruo no era el vellocino.

—¡Tú, joven cíclope! —rugió Polifemo—. ¡Traidor a tu casta!

Tyson se quedó helado.

—¡No lo escuches! —le dijo Percy—. Vamos.

Tiro de su brazo, pero era como tirar de una montaña. Él se volvió y encaró al viejo cíclope.

—No soy ningún traidor.

—¡Sirves a los mortales! ¡A ladrones humanos! —gritó Polifemo, y le arrojó la primera roca.

Tyson la desvió con el puño

—No soy traidor —dijo—. Y tú no eres de mi casta.

—¡Victoria o muerte! —Polifemo se adentró entre las olas, pero aún tenía el pie herido. Dio un traspiés y cayó de cabeza.

Habría sido muy divertido si no hubiera empezado a levantarse otra vez, escupiendo agua salada y soltando gruñidos

—¡Percy! —chilló Clarisse—. ¡Vamos!

Ya casi habían llegado al barco con el vellocino a cuestas. Si conseguían distraer al monstruo un poco más...

—¡Sigue! —dijo Tyson—. Ya entretengo yo al Gran Feo.

—¡No! Te matará.

Ya había perdido a Tyson una vez. No quería perderlo de nuevo.

—Lucharemos juntos.

—Juntos —repitió él, asintiendo

Percy busco su espada, pero no la encontró

—¡Rocío, tienes mi espada!

—¡Perdón! —exclamo la castaña lanzado el bolígrafo al mar

Reapareció en el bolsillo de Percy y el la destapo.

Polifemo avanzaba despacio, cojeando cada vez más, pero no tenía ningún problema en el brazo. Rocío trago saliva al ver como una piedra casi aplasta a Percy de no ser por Tyson.

Ordenó al oleaje que se levantara y a continuación una ola de seis metros alzó a Percy en su cresta. Cabalgo sobre ella hacia el cíclope, le dio una patada en el ojo y saltó por encima de su cabeza mientras el agua lo lanzaba hasta la playa.

—¡Te destruiré! —farfullaba Polifemo—. ¡Me has robado el vellocino!

—¡Fuiste tú el que robó el vellocino! —grito el pelinegro—. ¡Y lo has convertido en una trampa mortal para los sátiros!

Los gritos ya eran casi inaudibles para Rocío, quien sujetaba el vellocino sintiéndose mejor

—Creo que puedo nadar —le dijo a Clarisse

—No me arriesgare

La hija de Iris, sintiéndose inútil, se planteó lanzarle una flecha al ciclope, pero cayó en cuenta de tres cosas: Podía herrar y darles a sus amigos. Llamaría la atención del ciclope y la distracción de Percy y Tyson no serviría. Y no podría apuntar bien en su estado

—¡Muy bien, Jackson! ¡En tus propias narices, maldito cíclope! —grito Clarisse desde la cubierta

—¡Cierra el pico, La Rue! —espeto Annabeth

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