xiii.- Cebra suelta en Las Vegas

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El dios de la guerra los esperaba en el aparcamiento del restaurante.

—Bueno, bueno —dijo—. No los han matado.

—Sabías que era una trampa —le espeto molesta Rocío

Ares sonrió maliciosamente.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Te queda bien la televisión, eh

Percy arrojo el escudo.

—Eres un cretino

Annabeth y Grover contuvieron el aliento

Ares agarró el escudo y lo hizo girar en el aire como una masa de pizza. Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo colocó por la espalda.

—¿Ves ese camión de ahí? —señaló un tráiler de dieciocho ruedas aparcado en la calle junto al restaurante—. Es su vehículo. Los conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas

El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que pude leer sólo porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la dislexia: «AMABILIDAD INTERNACIONAL: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS»

—Estás de broma —se quejó la menor

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Billete gratis, princesita. Deja de quejarte. Y aquí tienen estas cosillas por hacer el trabajo.

Sacó una mochila de nailon azul y se la lanzó a Percy. Contenía ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.

—No quiero tus cutres... —empezó Percy

—Gracias, señor Ares —saltó Grover, dedicando a Percy su mejor mirada de alerta roja—. Muchísimas gracias

A regañadientes, se eché la mochila al hombro. Rocío miro el restaurante, que ahora tenía sólo un par de clientes. La camarera que los había servido la cena los miraba nerviosa por la ventana, como si temiera que Ares fuera a hacerles daño. Sacó al cocinero de la cocina para que también mirase. Le dijo algo. Él asintió, levantó una cámara y sacó una foto.

La niña ya se imaginaba los titulares «DELINCUENTES JUVENILES PROPINAN PALIZA A MOTORISTA INDEFENSO»

—Me debes algo más —le dijo Percy a Ares—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás? No está muerta. 

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamorfosis. No muerte. Alguien la tiene.

—¿La tiene? ¿Qué quieres decir?

—Rehenes. Es un método de guerra super viejo —respondio Rocío

—Secuestras a alguien para controlar a algún otro —completo Ares

—Nadie me controla.

—¿En serio? Mira alrededor, pringado —soltó una carcajada

—Apresúrate, hay que irnos —urgió Rocío mientras seguía mirando a la camarera y a el cocinero que ahora hablaban por teléfono

—Es bastante presuntuoso, señor Ares, para ser un tipo que huye de estatuas de Cupido.

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