vi. Percy se da un mal baño

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La espada del chico había reaparecido en su bolsillo cuando ya estaban encerrados en la celda, que por cierto no tenía barrotes ni ventanas, ni siquiera una puerta. Los guardianes-esqueleto los empujaron directamente a través de un muro que se volvió sólido en cuanto lo cruzaron.

Percy se había quedado dormido en cuanto se acurrucó en los brazos de Rocío, todas las cosas que habían pasado en el día le pasaron factura, y poco después le imitó la semidiosa

Nico apareció al rato, y sin despertar a Rocío le quitó su teléfono para tomar una foto del momento y burlarse de Percy más tarde pues estaba aferrado a la cintura de la semidiosa como si su vida dependiera ello, claro que no contaba con el flash.

El semidios se despertó y se lanzó a ciegas sin . Antes de despertar del todo, advertía que tenía inmovilizado a Nico en el suelo de la celda y que le había puesto en la garganta la punta de la espada.

—Yo... venía a... rescatarte —decía él con voz estrangulada y escondiendo el teléfono.

—¿Ah, sí? —replicó molesto—. ¿Y por qué habría de fiarme de ti?

—¿A lo mejor porque... no tienes... otro remedio? —farfulló.

Ojalá no hubiera dicho una cosa tan lógica. Lo soltó.

Nico se retorció hecho un ovillo emitiendo sonidos de arcadas despertando a Rocío. Cuando se recuperó, se puso de pie echando ojeadas recelosas a la espada. La suya seguía envainada.

—¿Y a ustedes que les dio?

—Me puso la espada en la garganta —acusó Nico.

—¡Me asustó! —se defendió Percy.

—Debemos salir de aquí —dijo Nico.

—¿Para qué? —le espetó—. ¿Es que tu padre quiere hablar otra vez conmigo?

Él hizo una mueca.

—Te juro por el río Estigio que no sabía lo que planeaba.

—¡Ya sabes cómo es tu padre!

—Me engañó. Me había prometido... —Alzó las manos—. Escucha... ahora tenemos que largarnos. He dejado dormidos a los guardias, pero el efecto no durará mucho.

—Todo un criminal —comentó Rocío con algo de burla y regaño, pero más burla.

—Lo aprendí de ti —se defendió—. Vamos —susurró, abriendo la marcha.

El gorro de Annabeth hubiera sido útil, pero no tanto pues cada vez que veían a un guardia-esqueleto, Nico se limitaba a apuntarlo con un dedo y sus ojos llameantes se apagaban de inmediato. Por desgracia, cuanto más lo hacía, más extenuado quedaba. Atravesaron un laberinto de corredores plagados de guardias. Cuando llegaron a las cocinas, cuyos cocineros y criados eran todos esqueletos, prácticamente tenían que sujetar a Nico para que no se viniera abajo. Aún sacó fuerzas para dejarlos dormidos, pero poco le faltó para caer también él desmayado. Lo arrastraron por la puerta de servicio y salieron a los Campos de Asfódelos.

Empezaban a sentirse aliviados cuando oyeron gongs de bronce en lo alto del castillo.

—Han dado la alarma —murmuró, adormilado.

—¿Qué hacemos?

Él bostezó y arrugó la frente, como tratando de recordar.

—¿Qué tal... si corremos?

—Yo me encargo de él —dijo Rocío tomando a Nico como si fuera un bebe.


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