ix.- La presa de mortales y esqueletos

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Tras buscar a Rocío y a Bianca un rato, y solo encontrar a una inconsciente, tomaron prestado un camión de remolque tan desvencijado que parecía que también lo hubiesen dejado allí como chatarra. Pero el motor arrancó y tenía el depósito casi lleno.

Zoë iba en la cabina con Thalia, pero ella no era la que conducía; Los demás, en la caja, apoyados en el cabrestante. El aire era caliente y seco, pero el buen tiempo parecía un insulto después de perder a Bianca.

Luego de un largo tramo, Rocío despertó, no dijo nada, solo paseo su vista por el lugar con su cara de pocos amigos y saco su libreta para dibujar un rato.

Percy la miro incrédulo, habían perdido a Bianca y ella se ponía a dibujar, miro a Grover intentando decir "¿Se volvió más loca?", pero su amigo estaba mirando a la castaña que hacia un boceto rápido de la amiga que habían perdido.

A simple vista parecía que a Rocío no le había afectado lo sucedido, pero su mente era un gran infierno con solo unas palabras resonando como eco: «¿Por qué deje qué pasara?».

Solo era una oración de cinco palabras, pero solo esas palabras faltaban para que Rocío comenzara a hundirse en un pozo lleno de culpa.

La muerte de Bianca Di Angelo la había golpeado más de lo quería admitir, pero aún no podía dejarse llevar y ahogarse en culpa, le había prometido cuidar de Nico y temía que esa noticia le cayera mal, aunque era obvio que no le caería bien.

—No fue tu culpa.

La suave voz de Percy sonó cerca de su oído y la hizo levantar la cabeza y salir de sus pensamientos. No sabía desde cuándo, pero estaba entre los brazos del chico y escondida en su cuello.

—Ya

El hijo de Poseidón reprimió un escalofrió al sentir la respiración de la menor tan cerca.

Una sacudida azoto el camión y se detuvo

—Debes estar... —Thalia se detuvo a medio insulto

Se acabó el depósito a la entrada de un cañón. Tampoco importaba, porque la carretera terminaba allí. Thalia se bajó y cerró de un portazo. En el acto, reventó un neumático.

»Estupendo. ¿Y qué más?

Escudriñaron el horizonte. No había mucho que ver. Desierto en todas direcciones y, aquí y allá, algún grupito de montañas peladas y estériles. El cañón era lo único interesante. El río en sí mismo no era gran cosa: tendría unos quince metros de anchura y unos cuantos rápidos, pero había abierto una garganta muy profunda en mitad del desierto. Los riscos se precipitaban vertiginosamente a sus pies.

—Hay un camino —señaló Grover—. Podemos bajar al río.

—Eso es un camino de cabras —dijo Jackson.

—¿Y qué? —preguntó él.

—Que los demás no somos cabras.

—Podemos hacerlo. Me parece a mí.

Thalia estaba pálida. Su problema con las alturas... ella no lo conseguiría.

—Humm, no —dijo Percy—. Creo que deberíamos ir corriente arriba.

—Pero... —protestó Grover.

—Iremos corriente arriba, Grover —hablo Rocío por primera vez con una tranquilidad que le dio escalofríos a más de uno.

Siguieron el curso del río durante un kilómetro y llegaron a una pendiente por la que era mucho más fácil bajar. En la orilla había un centro de alquiler de canoas, cerrado en aquella época del año. No obstante, dejaron un par de dólares (Rocío no quería) en el mostrador con una nota que ponía: «Te debo dos canoas, amigo».

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