xix.- Conociendo al dramático de la familia

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Es curioso cómo los humanos ajustan la mente a su versión de la realidad.

Según los noticiarios de Los Ángeles, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía. Los disparos habían acertado a una tubería de gas rota durante el terremoto.

El secuestrador (alias Ares) era el mismo hombre que nos había raptado a Percy, Rocío y otros dos adolescentes en Nueva York y los había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días.

Después de todo, el pobrecito Percy Jackson no era un criminal internacional. Había causado un buen revuelo en el autobús Greyhound de Nueva Jersey al intentar escapar de su captor (a posteriori hubo testigos que aseguraron haber visto al hombre vestido de cuero en el autobús, cosa que Rocío no recordaba, pero tampoco lo iba a decir). El psicópata había provocado la explosión en el arco de San Luis; ningún chaval habría podido hacer algo así. Una camarera de Denver había visto al hombre amenazar a sus secuestrados delante de su restaurante, había pedido a un amigo que tomara una foto y lo había notificado a la policía.

Al final, el valiente Percy Jackson se había hecho con un arma de su captor en Los Ángeles y se había enfrentado a él en la playa. La policía había llegado a tiempo. Pero en la espectacular explosión cinco coches de policía habían resultado destruidos y el secuestrador había huido. No había habido bajas. Percy Jackson y sus tres amigos estaban a salvo bajo custodia policial.

Fueron los periodistas quienes proporcionaron la historia. Los se limitaron a asentir, llorosos y cansados (lo cual no fue difícil), y representamos los papeles de víctimas ante las cámaras.

—Lo único que quiero —dijo Percy tragando las lágrimas—, es volver con mi querido padrastro. Cada vez que lo veía en la tele llamándome delincuente juvenil, algo me decía que todo terminaría bien. Y sé que querrá recompensar a todas las personas de esta bonita ciudad de Los Ángeles con un electrodoméstico gratis de su tienda. Éste es su número de teléfono.

La policía y los periodistas, conmovidos, recolectaron dinero para tres billetes en el siguiente vuelo a Nueva York. No tenía otra elección que volar, así que confiaron en que Zeus aflojara un poco, dadas las circunstancias. Pero aun así les costó subir a Percy al avión.

El despegue fue una pesadilla para Rocío. Las turbulencias daban más miedo que los dioses griegos y Percy no se soltó de su brazo hasta que aterrizaron sin problemas en La Guardia. La prensa local los esperaba fuera, pero consiguieron evitarlos gracias a Annabeth, que los engañó gritándoles con la gorra de los Yankees puesta: «¡Están allí, junto al helado de yogur! ¡Vamos!». Y después volvió con ellos a recoger el equipaje

* * *

—Sigo sin creer que aceptaras que viniera —dijo Rocío mirando el vestíbulo del Empire State

—Lo ibas a hacer de todas formas ¿no? —le pregunto Percy acercándose al guardia del mostrador—. Quiero ir al piso seiscientos

—¡Ay, está leyendo la orden del fénix! ¿Cómo se tomo la muerte de Sirius?

—Llore una semana —contesto el hombre, pero le costó lo suyo levantar la mirada

—Lo entiendo, hice lo mismo. Nos quitaron otro merodeador —hizo un puchero

—¿A dónde dijeron que querían ir?

—Al piso 600 —dijo Percy

—Ese piso no existe, chaval.

—Necesito una audiencia con Zeus.

Me dedicó una sonrisa vacía.

—¿Una audiencia con quién?

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