vi.- Sin centauro, no hay reglas

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Estaban contemplando las olas cuando Annabeth y Tyson los encontraron por fin.

—¿Qué ocurre? —preguntó Annabeth—. ¡Los he oído pidiendo socorro!

—¡Y yo! —dijo Tyson—. Gritaban: «¡Nos atacan cosas malas!».

—Estamos bien —Rocío hizo una mueca

—Pero entonces, ¿quién...? —Annabeth se fijó en los cuatro petates amarillos y luego en el termo y bote de vitaminas que tenían en las manos—. ¿Y esto?

—No nos sobra tiempo —dijo Rocío

Percy les conto la conversación con Hermes. Para cuando termino, ya empezaba a oírse un chillido a lo lejos: era la patrulla de arpías, que habían olfateado el rastro.

La rapidez con la que los encontraron sorprendió a Rocío, ella se había paseado por todo el campamento lo que debía haberlas despistado un poco

—Chicos —dijo Annabeth—, debemos emprender esta misión.

—Nos expulsarán. Créeme, soy todo un experto en lo de ser expulsado.

—¿Y qué? Si fracasamos tampoco habrá campamento al que regresar.

—Sí, pero tú le prometiste a Quirón...

—Le prometí que te mantendría fuera de peligro. ¡Y sólo puedo hacerlo yendo contigo! Tyson puede quedarse y explicarles...

—Yo quiero ir.

Rocío tomo un petate y se lo puso al hombro.

—¡No! —la voz de Annabeth parecía rozar el pánico—. Quiero decir... Vamos, Percy, tú sabes que no puede ser. Rocío, apóyame

—Que venga —respondió Rocío—. Por mí no hay problema.

—¡Rocío! —se escandalizo Annabeth

—Bajas el tono porque no te insulte, además, ya sabes lo que dicen «el pasado esta pisado»... ¿iba así?

—No podemos dejarlo aquí —decidió Percy—. Tántalo le haría pagar a él nuestra escapada

—Percy —dijo Annabeth, tratando de mantener la calma—, ¡Vamos a la isla de Polifemo! Y Polifemo es un «ese», «i», «ce» ... Digo, un «ce», «i», «ce» ... —pateó el suelo con frustración; por muy inteligente que fuera, también ella era disléxica y tenía accesos agudos—. Bueno, ya sabes a qué me refiero.

—Tyson puede venir si quiere —insistió Percy

Tyson aplaudió.

—¡Quiero!

Annabeth le echó una mirada fulminante, pero sabía que no cambiaría de opinión. O quizá era consciente de que ya no tenían tiempo de discutir

—¡Eso es! —exclamo Rocío chocando puños con Tyson

—Está bien —dijo—. ¿Cómo vamos a subir a ese barco?

—Hermes dijo que mi padre me ayudaría.

—¿Y bien, ojitos marinos? Adelante

—Hummm, ¿padre? —dijo Percy metido en el agua—. ¿Cómo va todo?

—¡Percy! —cuchicheó Annabeth—. ¡Esto es urgente!

—Necesitamos tu ayuda —dije levantando un poco la voz—. Tenemos que subir a ese barco antes de que nos devoren y tal, así que...

Al principio, no pasó nada. Las olas siguieron estrellándose contra la orilla como siempre. Las arpías sonaban como si ya estuvieran detrás de las dunas. Entonces, a unos cien metros mar adentro, surgieron tres líneas blancas en la superficie. Se movían muy deprisa hacia la orilla, como las cuatro uñas de una garra rasgando el océano.

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