xv.- Un café pendiente

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Las distancias eran más cortas en el laberinto. Aun así, cuando llegaron otra vez a Times Square, guiados por Rachel, se sentían como si hubiese hecho todo el camino a pie desde Nuevo México. Salieron al sótano del hotel Marriot y emergieron por fin a la luz deslumbrante de un día veraniego. Aturdidos y guiñando los ojos, contemplaron el tráfico y la muchedumbre. No sabían qué resultaba más irreal: Nueva York o la cueva de cristal en que habían visto morir a un dios.

Percy abrió la marcha hasta llegar a un callejón, donde podía obtener un buen eco. Silbó con todas sus fuerzas cinco veces. Un minuto más tarde, Rachel sofocó un grito.

—¡Son preciosos!

Un rebaño de pegasos bajó del cielo en picado entre los rascacielos. Blackjack iba delante; lo seguían otros cuatro colegas de color blanco.

—¡Eh, jefe! —le dijo mentalmente, aunque Rocío le entendió—. ¡Está vivo! ¡Hola, señorita!

Rocío agito la mano como saludo.

—Sí —le respondió—. Soy un tipo con suerte, necesito que nos lleves al campamento. Pero muy deprisa.

—¡Mi especialidad! ¿Vendrá conmigo, señorita? Ah, vaya, ¿ha venido con ese cíclope? Eh, Guido, ¿qué tal tienes ese lomo?

El pegaso Guido gimió y protestó, pero al final accedió a llevar a Tyson. Todo el mundo empezó a montar, salvo Rachel y Percy.

—Bueno —dijo—. Supongo que esto se ha acabado.

Asintió, incómodo. Ambos sabían que no podía acompañarlos al campamento.

Rocío se acomodó en el pegaso negro cuando Rachel le habló:

—Oye, Rocío... ¿Te gustaría tomar un café otro día? ¿Quieres venir, Annabeth?

Las semidiosas se miraron sorprendidas e incomodas, no era como si se hubieran vuelto cercanas o fueran agradables con la pelirroja, pero allí estaba ella, invitándolas a una cafetería algún día.

—¿Por qué no? —murmuró Annabeth.

—Ah, sí. Claro.

Arqueó las cejas ante la falta de entusiasmo mostrado por la castaña.

—Es decir... Suena bien, deberíamos hacerlo —repuso intentando ser amable con la amiga del hijo de Poseidón.

—Esperen, no tienen mi un numero —dijo buscando en sus bolsillos un papel.

—Nosotras lo conseguiremos —repuso la castaña mirando de reojo a Percy—. Te llamamos antes de que empiecen tus clases.

Su sonrisa reapareció lentamente, ahora más luminosa.

—Esteré esperando esa llamada. Vayan a salvar el mundo por mí, ¿vale?

Echó a andar por la Séptima Avenida y desapareció entre la multitud.

—Intentaste ser amable, Stellina —le dijo Percy sonriente y sentándose detrás de ella—. Tú y Annabeth —agregó abrazándola por la cintura—. Mi novia y mi mejor amiga siendo amables con mi amiga. Que lindo.

—Considéralo como regalo de cumpleaños —se excusó la rubia—. ¿Ayuda, Nico? —preguntó al ver que el pelinegro tenía problemas con su pegaso que retrocedía una y otra vez, y no se dejaba montar.

—¡Huele como los muertos! —protestaba el animal.

—Bueno, bueno —dijo Blackjack—. Venga, Porkpie. Hay cantidad de semidioses que huelen mal. No es culpa suya. Ah... eh, no me refería a usted, jefe.

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