iii.- Donde caben tres, caben cinco

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—Se está volviendo mala costumbre —dijo Rocío mientras se sentaba en la cama de Percy.

El hijo de Poseidón no había tenido lindos sueños y por consecuencia había ido a buscar a Rocío a la cabaña 11 a las cinco de la mañana.

—No parece molestarte —respondió el chico tomando una camiseta limpia.

—No lo hace. Aunque ciertamente empiezo a creer que lo único que no es azul en tu ropa es la camiseta del campamento.

—El azul es vida —repuso recostándose junto a Rocío

Se quedaron callados un momento. No tenían sueño y en algunas horas el campamento se pondría en movimiento.

Percy se quedó mirando el techo un rato, la pesadilla no lo había dejado bien y estaba temblando. Durante un buen rato pensó en algo para hablar, pero no tenia nada y estaba aburrido.

—Te quiero —murmuro acariciando el cabello de Rocío. Algo que solo Lani y él podían hacer—. Te quiero mucho. Eres la persona que más quiero después de mi mamá.

Rocío alzó la cabeza, desde su posición no podía ver la expresión de Percy, pero estaba segura de que sonreía.

—¿A qué se debe este arranque de amor?

—Solo quiero ser cariñoso con mi mejor amiga —pronuncio con dificultad las últimas palabras.

Puede que no hubiera puesto una segunda intención en esas palabras, pero la semidiosa lo conocía demasiado bien. Lo obligo a sentarse frente a ella.

Percy la miró confundido, pero no dijo nada, solo cerró los ojos ante el contacto de las manos de la castaña en sus mejillas.

—¿Quieres hablar de eso?

—No lo sé —admitió Percy colocando sus manos sobre las de Rocío—. Te conozco y sé que no quieres que sea tu novio porque tienes miedo de que, si me llego a ir, te duela más que como mejor amigo.

—Odio que me conozcas de esa forma —admitió apoyando su frente en la de él.

Percy abrió los ojos y no pudo evitar mirar detalladamente a su amiga. Era la segunda vez que estaban así, pero ahora no tenia el peso del cielo sobre él. Pronto se descubrió perdido en sus ojos y apreciando cada detalle de ellos hasta seguir mirando su rostro.

—Ni creas que te dejare besarme —dijo Rocío cuando encontró al chico mirando sus labios.

—¿Qué te dijo que quiero besarte? —cuestiono acercándose un poco más.

—El hecho de que mires mis labios como si fueran las ultimas galletas azules en el mundo, pero quien besara primero seré yo.

—¿Al mismo tiempo? —pregunto ladeando la cabeza en un gesto tierno.

—A la cuesta de tres —acepto Rocío—. Uno... Dos...

Ni siquiera había llegado al tres cuando Percy la abrazó y extinguió el espacio que había entre ellos. Unió sus labios en un torpe beso justo antes de que pudiera arrepentirse. Mientras Percy la besaba y apretaba los ojos, talvez esperando un golpe o un puñado de insultos por no haberla dejado llegar al tres, pero nada de eso paso.

Los fríos labios de Rocío sabían a las gomitas que había comido antes de llegar a la cabaña de Poseidón. Los pulgares de ella se movieron repartiendo algunas caricias en las mejillas sonrojadas de Percy.

Percy nunca entendió que significaban las mariposas en el estómago, pero no las sentía. Solo tenía oleadas de emoción y le picaban las manos queriendo abrazar más a la semidiosa.

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