viii.- La exnovia resentida

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En cierto sentido, Rocío agradecía saber que hay dioses griegos ahí fuera, porque tenía a alguien a quien echarle la culpa cuando las cosas van mal.

Y allí estaban los cuatro, caminando entre los bosques que hay en la orilla de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York teñía de amarillo el cielo a sus espaldas, y el hedor del Hudson nos anegaba la pituitaria.

Todos se veían realmente mal. Grover estaba temblando. Percy tiritaba ligueramente. Annabeth los tiraba para que siguieran caminando. Rocío pateaba cada piedra pequeña que se le cruzara, con frio y la cabeza metida en lo que acababa de pasar, la menor tenía un humor de perros

—Tres Benévolas —dijo con inquietud Grover—. Y las tres de golpe

—Vamos, chicos —insistió la rubia—. Mientras más lejos mejor.

—Nuestro dinero estaba allí dentro —recordó Percy—. Y la comida y la ropa. Todo.

—Deja de quejarte, a lo mejor si no hubieras decidido participar en la pelea... —se metió Rocío

—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que los mataran? ¿qué te mataran?

—No tienes que protegernos, Percy. Nos las habríamos apañado. Me las habría apañado perfectamente

—En rebanadas como el pan de sándwich —intervino Grover—, pero se las habría apañado.

—No estas ayudando —le espetaron el hijo de Poseidón y la hija de Iris

Grover baló lastimeramente.

—Latitas... —se lamentó—. He perdido mi bolsa llena de estupendas latitas para mascar.

—¡Que aún tengo mi mochila! —grito Rocío llamando la atención de Percy, Annabeth y Grover.

Grover se volteo hacia la niña y la vio.

—¡Que los dioses te bendigan, Oliver! —exclamo abrazándola como si no nos hubiéramos visto en años.

—Tengo latitas —dijo para animarlo más

—¡Eres la mejor! —balo dando un par de saltos

Atravesaron chapoteando terreno fangoso, a través de horribles árboles enroscados que olían a colada mohosa.


* * *


—Hola —saludo la menor cuando alcanzo a Percy

—Hola —respondió sin mirarla

Soltó un suspiro

«Hestia, dame paciencia, no sirvo para estas cosas» rogo la menor

—Oye, ojitos marinos...

—¿Me vas a regañar por ayudarlos? —pregunto de golpe.

—¡Te vengo a pedir disculpas! relájate. Aprecio que nos ayudases, ¿vale? Has sido muy valiente

—Somos un equipo, ¿no?

Se quedaron unos segundos en silencio. La tormenta había cesado por fin. El fulgor de la ciudad se desvanecía detrás de ellos y estaban sumidos en una oscuridad casi total

Rocío se cómodo un poco su trenza

—¿No has salido del Campamento Mestizo nunca? —rompió el silencio Percy

—Nunca. Ni siquiera en excursiones cortas. Luke, y hasta hace poco Quirón, pensaban que aun soy muy pequeña para salir de misión

—¿Pero cuando te despediste de Luke y Quirón, parecían como si lo hicieran a diario?

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