ix. Ultimas preparaciones

532 75 9
                                    

La Señorita O'Leary era la única que parecía contenta con la ciudad dormida.

La encontraron poniéndose morada en un carrito de perritos calientes volcado. El dueño se había hecho un ovillo en el suelo y roncaba con el pulgar en la boca.

Argos los esperaba con sus cien ojos abiertos como platos. No dijo nada. Nunca dice una palabra. Seguramente tenía un ojo en la lengua. Pero su expresión dejaba claro que estaba flipando.

Percy explicó lo que habían descubierto en el Olimpo, y que los dioses no pensaban acudir a salvar la ciudad. Argos, disgustado, puso los ojos en blanco, lo cual resultaba bastante psicodélico porque hacía que todo su cuerpo se retorciese

—Será mejor que vuelvas al campamento —le dijo el pelinegro—. Defiéndelo lo mejor que puedas.

Argos señaló al semidios y alzó las cejas con expresión inquisitiva, poco después sus ojos enfocaron a Rocío.

—Nos quedamos —dijo ella.

Argos asintió, como si la respuesta le pareciera satisfactoria. Miró a Annabeth y trazó un círculo en el aire con el dedo.

trazó un círculo en el aire con el dedo. —Sí —dijo ella—. Ya va siendo hora.

—¿De qué? —cuestionó Percy.

Argos revolvió en la trasera de su furgoneta, sacó un escudo de bronce y se lo entregó a Annabeth. Parecía normal y corriente: el mismo tipo de escudo redondo que utilizábamos para capturar la bandera. Pero cuando Annabeth lo depositó en el suelo, su bruñida superficie metálica dejó de reflejar el cielo y los edificios circundantes y mostró la estatua de la Libertad... que no estaba cerca ni mucho menos.

—Un vídeo-escudo —comentó Rocío—. Supongo que no reproduce alguna película, ¿verdad?

—Una de las ideas de Dédalo —explicó Annabeth—. Conseguí que me lo hiciera Beckendorf antes de... —Le echó un vistazo a Silena—. Hum, en fin, el escudo desvía los rayos de sol o de luna procedentes de cualquier parte del mundo para crear un reflejo. Puedes ver literalmente cualquier objetivo que se encuentre bajo el cielo, siempre, eso sí, que lo toque la luz natural.

—Entonces no se puede ver Harry Potter —murmuró la castaña con un tono decepcionado.

—No, pero mira.

Se agolparon alrededor mientras Annabeth se concentraba. La imagen se movía y giraba muy deprisa al principio, incluso llegó a marear a varios. Primero mostró el zoo de Central Park, luego descendió por la calle Sesenta Este, pasó por Bloomingdale's y dobló en la Tercera Avenida.

—¡Hala! —exclamó Connor Stoll—. Retrocede un poco. Enfoca ahí.

—¿Qué? —preguntó Annabeth, nerviosa—. ¿Has visto invasores?

—No, ahí, en Dylan's, la tienda de golosinas. —Miró a su hermano y a Rocío con una sonrisa—. Está abierta, colegas. Y todos los dependientes dormidos... ¿Me leen el pensamiento?

—Gomitas de frambuesa gratis —consideró la hija de Iris.

—¡Connor! —lo reprendió Katie Gardner, que sonaba igual que su madre, Deméter—. Déjate de bromas, esto es muy serio. ¡No vais a saquear una tienda de golosinas en medio de una guerra!

—Perdón —musitó Connor, aunque no parecía muy avergonzado.

Annabeth pasó la mano frente al escudo y apareció otra imagen: la avenida Franklin Roosevelt y, al otro lado del río, el parque Lighthouse.

—Así podremos ver lo que pasa a lo largo de la ciudad —dijo—. Gracias, Argos. Espero que volvamos a vernos en el campamento... un día de éstos.

BITTERSWEET | pjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora