vii.- Una bendición demasiado salvaje

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Habían llegado a los alrededores de una población de esquí enclavada entre las montañas. El cartel rezaba: «Bienvenido a Cloudcroft, Nuevo México». El aire era frío y estaba algo enrarecido. Los tejados estaban todos blancos y se veían montones de nieve sucia apilados en los márgenes de las calles. Pinos muy altos asomaban al valle y arrojaban una sombra muy oscura, pese a ser un día soleado.

Incluso con el abrigo de piel de león, estaba helado cuando llegaron a Main Street, que quedaba a un kilómetro de las vías del tren. Mientras caminábamos, Percy le contó a Grover y Rocío la conversación que había mantenido con Apolo la noche anterior, incluido su consejo de que buscase a Nereo en San Francisco.

Grover parecía inquieto.

—Está bien, supongo —dijo—. Pero antes hemos de llegar allí

—San Francisco —saboreo el nombre Rocío—. Ojalá no encontremos a nadie de mi familia.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —pregunto Percy

Grover lo miro como si estuviera loco.

—Su padre tiene una escopeta, sus primas la cuidan como su fuera de porcelana y sus tíos te ahogarían en preguntas.

—Ah... mejor no encontrarlos por ahora.

Sólo faltaban cuatro días para el solsticio y las cosas no iban del todo bien.

Se detuvieron en el centro del pueblo. Desde allí se veía casi todo: una escuela, un puñado de tiendas para turistas y una cafetería, algunas cabañas de esquí y una tienda de comestibles.

—Estupendo —dijo Thalia, mirando alrededor—. Ni estación de autobuses, ni taxis ni alquiler de coches. No hay salida.

—¡Hay una cafetería! —exclamó Grover.

—Sí —estuvo de acuerdo Zoë—. Un café iría bien.

—Y unos pasteles —añadió Grover con ojos soñadores—. Y papel de cera.

—Y unas gomitas —agrego Rocío pasando su lengua por los labios.

Thalia suspiró.

—Está bien. ¿Qué tal si van ustedes tres por algo de desayuno? Percy, Bianca y yo iremos a la tienda de comestibles. Quizá nos indiquen por dónde seguir. Nos reuniremos delante de la tienda en unos 15 minutos.

Grover salió corriendo hacia la cafetería mientras Zoë y Rocío iban caminando calmadamente.

—¿Cómo llevas todo?... ¿Se dice así?

—Si —asintió Rocío divertida por la duda de la cazadora—. Y es difícil. Extraño una vida que siento que no me pertenece.

—Tranquila, solo faltan cuatro días para que todo acabe, y te podrías unir a la cacería... ¿cierto?

La menor no respondió, solamente avanzo a un estante y saco unos cuantos pasteles de fresa.

—Esto también —le dijo al señor de la caja registradora

—Danais...

—Hablemos luego de eso ¿quieres? —dijo mirando de reojo a Grover que no se perdía ninguna palabra—. Yo pago y ustedes llevan todo.

Zoë y Grover salieron de la cafetería cargados de pasteles y bebidas, y Rocío llevaba la delantera en la caminata con un chocolate caliente en la mano y un muffin de vainilla en la otra.

—Chocolate caliente para la dama y el vagabundo —expreso Rocío entregando las bebidas a Bianca y Percy

—Deberíamos probar el conjuro de rastreo —dijo Zoë—. ¿Aún te quedan bellotas, Grover?

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