xii.- No solo palomas, las ovejas también son asesinas

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Si piensas en la «isla del monstruo», te imaginas un montón de rocas escarpadas y huesos esparcidos por la playa, como en la isla de las sirenas. Pero la isla del cíclope no tenía nada de eso. Sí, vale, había un puente de cuerdas sobre un abismo, lo cual no era buena señal. Venía a ser lo mismo que poner una valla publicitaria que advirtiese: «Algo maligno vive aquí». Pero el lugar, aparte de eso, parecía una postal caribeña. Tenía prados verdes, árboles de frutas tropicales y playas de arena blanquísima. Mientras navegábamos hacia la orilla, Rocío inspiró profundamente aquel aire perfumado

—El Vellocino de Oro —dijo

—¿Se morirá la isla si nos lo llevamos?

—Perderá su exuberancia y volverá a su estado anterior, fuera cual fuese.

En el prado que había al pie del barranco, se agolpaban varias docenas de ovejas. Parecían pacíficas, aunque eran enormes, tan grandes como hipopótamos. Más allá, un camino subía hacia las colinas. En lo alto de ese camino, cerca del borde del abismo, se levantaba el roble descomunal que había visto en sueños. Había algo dorado que relucía en sus ramas.

—Esto es demasiado fácil. ¿Subimos allí caminando y nos los llevamos?

—Se supone que hay un guardián. Quizás...

Justo en ese momento surgió entre los arbustos un ciervo. Trotó por el prado, seguramente en busca de pasto, y de repente todas las ovejas se pusieron a balar y se abalanzaron sobre él. Ocurrió tan deprisa que el ciervo se tambaleó y desapareció en un mar de lana y pezuñas.

Hubo un revuelo de hierba y mechones de pelaje marrón.

Unos segundos más tarde, las ovejas se dispersaron y volvieron a deambular pacíficamente. En el sitio donde había estado el ciervo sólo quedaban un montón de huesos blancos

—Son como pirañas —dijo Rocío mirando a Percy

—Pirañas con lana. ¿Cómo vamos...?

—¡Ojitos marinos! —la castaña ahogó un grito y le agarró del brazo—. Mira

Señaló hacia la playa, justo debajo del prado, donde un bote había sido arrastrado hasta la arena... El otro bote salvavidas del CSS Birmingham.


* * *


Llegaron a la conclusión de que era imposible atravesar aquel cerco de ovejas caníbales. Rocío quería crear una distracción, deslizarse por el camino y hacerse con el vellocino mientras las ovejas estaban distraídas, pero Percy la convenció de que no saldría bien. Las ovejas podían olerla, o aparecería otro guardián, cualquier cosa. Y si ocurría algo así, él estaría demasiado lejos para ayudarla.

Además, la primera tarea tenía que ser encontrar a Grover y a quienes hubieran llegado a la orilla con aquel bote. Eso suponiendo que hubiesen logrado sortear a las ovejas.

Amarrar el Vengador de la Reina Ana a la parte de atrás de la isla, donde los acantilados se alzaban en vertical a unos sesenta metros de altura.

Aquellos acantilados parecían escalables. Debían de ser tan difíciles, más o menos, como el muro de lava del campamento. Al menos, no había ovejas por aquel lado.

Remaron en un bote hasta el borde de la roca y empezaron a subir muy despacio. Percy iba delante, a pesar de que Rocío era mejor escalando, ella había insistido en ir al final.

Sólo estuvieron a punto de matarse seis o siete veces, lo cual pareció bastante aceptable. Una de ellas, Percy piso mal y casi hace que Rocío probara sus zapatillas. Un poco más tarde, Rocío piso un trozo de musgo y se encontró colgando de una rama a unos quince metros de las rocas que sobresalían en el mar.

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