i.- Un baile escolar peligroso

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El viernes antes de las vacaciones de invierno, la madre de Percy lo llevo a un nuevo internado con una bolsa de viaje y algunas armas letales. Por el camino recogieron a Annabeth, Thalía y Rocío de la casa de la tía de la última.

Desde Nueva York a Bar Harbor, en Maine, había un trayecto de ocho horas en coche. El aguanieve caía sobre la autopista. Hacía meses que no se veían, pero entre aquella ventisca y lo que los esperaba, estaban demasiado nerviosos para decir gran cosa. Salvo Sally, claro. Ella, si está nerviosa, todavía habla más. Cuando llegaron finalmente a Westover Hall estaba oscureciendo y Sally ya había contado las anécdotas más embarazosas del historial infantil de su hijo, sin dejarse una sola.

Thalia limpió los cristales empañados del coche y escudriñó el panorama con los ojos entornados.

—¡Uf! Esto promete ser divertido... Rocío, ciérrate la chaqueta.

La menor rodó los ojos, pero no lo hizo.

Westover Hall parecía un castillo maldito: todo de piedra negra, con torres y troneras y unas puertas de madera imponentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente.

—¿Seguro que no quieres que los espere? —preguntó Sally

—No, gracias, mamá. No sé cuánto tiempo nos va a llevar esto. Pero no te preocupes por nosotros.

—Claro que me preocupo, Percy. ¿Y cómo piensan volver?

Percy se ruborizo hasta las orejas.

—Yo lo cuido, Sally. No te preocupes.

—Y yo cuido de ella —dijo Annabeth abrazando a Rocío.

—Y yo me encargo de ellas dos —agrego Thalía.

Eso pareció aliviar a la mamá de Percy.

—Muy bien, queridos —dijo la adulta—. ¿Tienen todo lo que necesitan?

—Sí, señora Jackson —respondió Thalia—. Y gracias por el viaje.

—¿Jerséis suficientes? ¿Mi número de móvil?

—Yo lo tengo —alzo la mano Rocío.

—Mamá...

—¿Néctar y ambrosía, Percy? ¿Un dracma de oro por si tienen que contactar con el campamento?

—¡Mamá, por favor! Todo va a ir bien. Vamos, chicas.

Pareció algo dolida por la respuesta, lo cual le sentó mal a Percy, pero ya tenía ganas de bajar del auto. Antes que oír otra historia sobre lo lindo que era en la bañera a los tres años, prefería excavar una madriguera en la nieve y morir congelado.

—Nos vemos, Sally —se despidió Rocío bajando del auto

—¡Estas invitada para la navidad, linda! —grito la mujer mientras hacía avanzar el auto

—Tu madre es estupenda, Percy —dijo Thalia en cuanto el coche se perdió de vista—. ¡Ciérrate la maldita chaqueta! —exclamo cerrándole la chaqueta a la menor.

—Pse, bastante pasable —reconoció Percy—. ¿Qué me dices de ti? ¿Tú estás en contacto con tu madre?

A Thalia se le dan muy bien las miradas fulminantes (Rocío había aprendido de la mejor). Cómo se le iban a dar mal con toda esa ropa punk que lleva (chaqueta del ejército rota, pantalones de cuero negro, cadenas plateadas), y sobre todo con esos ojos azules maquillados con una gruesa raya negra. La mirada que le lanzó esta vez fue tremebunda.

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