i. Una profecía ya conocida

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Se suponía que debía estar estudiando para el examen que debía presentar a finales de agosto para ser transferida a una escuela en Manhattan, pero un día que Sally se topó con ella saliendo de una de las escuelas en las que había preguntado por cupos y no dudó en arrastrarla hasta la Escuela secundaria de Goode donde convenció a Paul de mover hilos para que le hicieran un examen y así estudiar en ese lugar. Luego de eso no paso mucho tiempo para que los Jackson convencieran a Arturo Glykó que lo mejor era que ella se quedara en Nueva York hasta el inicio de clases mientras el buscaba un departamento donde vivir.

Hasta ese momento estaban pasando una tarde perfecta. Sally y Paul llevaron a Percy, Rocío y Rachel a una playa privada de la costa sur, y Paul les dejó dar una vuelta con su Toyota Prius. Obviamente con el hijo de Poseidón al volante.

Era un caluroso día de agosto. Rachel se había recogido su cabello pelirrojo en una coleta y llevaba una blusa blanca sobre el traje de baño. Rocío, quien se había adueñado de los asientos traseros, había sido convencida por la mortal de usar un vestido hasta la rodilla, aunque solo acepto porque tenía bolsillos.

—¡Para ahí! —dijo de pronto la pelirroja.

Lo hizo junto a un acantilado que se asomaba al Atlántico. El mar es siempre uno de los lugares predilectos de Percy, pero aquel día estaba especialmente bonito: verde reluciente y liso como un cristal, como si Poseidón lo mantuviera en calma para ellos.

—Bueno. —Rachel sonriente—. ¿Qué me dicen de la invitación?

—Ah... sí —dijo Percy intentando sonar entusiasmado.

—Debo estudiar, no tengo mucho tiempo —murmuró Rocío repasando sus notas en el teléfono.

—¡Te irá increíble! —le animo la chica asomándose a los asientos de atrás—. Te admitirán y posiblemente lograras saltarte un curso.

—Eso ultimo lo veo imposible —le contesto dándole una pequeña sonrisa.

Últimamente Rachel hacía sonreír bastante a Rocío, algo que le agradaba a Percy.

El pelinegro miró a través del retrovisor a la castaña, alargó la mano y le quitó el teléfono a la semidiosa.

—Diviértete un poco. Más tarde te ayudo a estudiar.

—Solo la distraes dándole amor y pidiendo atención —alegó Rachel—. Yo le ayudaré cuando volvamos de la casa de verano.

La cuestión era que Rachel había invitado a Rocío pasar tres días en la casa de verano que su familia tiene en la isla de Saint Thomas, luego sumo a Percy al plan.

La idea de unas vacaciones lejos de problemas mitológicos era muy tentadora y más luego de todo lo que había pasado ese verano, sin embargo, una guerra a punto de estallar era mucho más que un par de monstruos molestos.

—Chicos —dijo Rachel—, ya sé que es mal momento. Pero siempre lo es para ustedes... ¿no?

—Necesito estirar las piernas —avisó Rocío escapando de la conversación que se aproximaba.

Bajó del auto antes de que le dijeran algo, camino hasta la parte delantera dándoles la espalda y mirando el mar, pero se salvaba del todo pues escuchaba la conversación procedente del auto.

—¡Señorita! —exclamó una voz en su cabeza que la hizo ver cómo bajaba del cielo en picado aquella mole oscura que se dirigía directamente al auto.

Se movió al mismo tiempo que las cuatro pezuñas se estamparon sobre el capó del Prius con un sonoro ¡BRAMPOM-CRAC!

—Señorita —dijo Blackjack—, se ve bonita. Eh, jefe ¡Bonito coche!

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