ix.- Discutiendo por los abrazos.

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Percy había salido de la cueva cuando despertó.

La cueva se abría a un prado verde. A la izquierda había una arboleda de cedros y a la derecha, un enorme jardín de flores. Cuatro fuentes gorgoteaban en el prado, cada una con surtidores que disparaban agua a través de las flautas de sátiros de piedra. Más allá, el césped descendía en una suave pendiente hacia una playa de roca. Las olas de un lago chapoteaban contra las piedras. El sol destellaba en la superficie y el cielo estaba del todo azul.

En la playa dos chicas hablaban tranquilamente, o eso parecía porque las rodeaba una ligera tensión en el aire.

—Ya despertó el durmiente —dijo la chica con el pelo de color caramelo.

—¿Qué dijiste, Cal? —murmuró la chica de cabello color chocolate volteándose—. ¡Ojitos marinos! —exclamó antes de correr hacia él—. Estaba empezando a creer que habías quedado en coma —susurró mientras lo abrazaba.

—Stellina —dijo con un hilo de voz acurrucándose por un segundo en la chica.

Calipso sonrió tiernamente ante la escena, levantó la mano y pasó los dedos por el pelo enredado de Percy, él retrocedió nervioso hasta colocarse un poco detrás de Rocío y tomándole la mano.

—Perdóname —se disculpó—. Me he acostumbrado a cuidar de ambos —dijo antes de jalar del brazo de Rocío y abrazarla de la extremidad—. Espero que no te moleste.

Percy frunció el ceño.

—No me molesta, pero me gustaría abrazarla un poco más. —Y tiro de ella.

—Puedes hacerlo más tarde —contesto Calipso volviendo a alejar a Rocío—, comprenderás que la última vez que vi a mi amiga fue hace un par de siglos... Además de que no confió del todo en ti.

—No he hecho nada —reclamó Percy.

—En esta vida. En la anterior es una historia muy diferente —dijo sonriendo ligeramente.

—¿Por qué no le explicas donde estamos? —intervino Rocío tomando de las manos a ambos para que no discutieran

—Cayeron del cielo. En el agua, ahí mismo. —Señaló el otro lado de la playa—. Rosy me dijo que eras hijo de Poseidón, debiste sobrevivir por eso. En cambio tú —dijo acariciando el cabello de Rocío con un aire maternal y nostálgico—, no sé como sigues con vida... Y en cuando al donde... Están en Ogigia.

—¿Y eso queda cerca del monte Saint Helens? —preguntó Percy.

Calipso se echó a reír. Una risita contenida, como si lo encontrase muy gracioso pero no quisiera avergonzarlo.

—No queda cerca de ninguna parte, valiente —explicó—. Ogigia es mi isla fantasma. Existe por sí misma, en todas partes y en ninguna. Aquí pueden curarse a salvo. Sin ningún temor.

—Cal, ya te dije que nuestros amigos...

—¿Annabeth, Grover y Tyson?

—¡Sí! —exclamó Percy—. Debemos volver con ellos. Están en peligro.

Calipso le acaricio la mejilla, un gesto que tenso un poco a Percy, pero lo uso para acercar a la hija de Iris

—Primero descansa. No les servirás de nada a tus amigos hasta que te repongas.

—No serás... una malvada hechicera, ¿verdad?... ¿Por qué solo yo me repondré y no mencionas a Rocío?

Ella sonrió tímidamente.

—¿Cómo se te ocurre una cosa así? —pregunto ignorando la segunda pregunta.

—Bueno, en una ocasión conocí a Circe y también ella tenía una isla muy bonita. Lo malo es que le gustaba convertir a los hombres en conejillos de Indias.

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