iv.- Un cadáver con ganas de caminar

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El campamento dispone de un control climático de tipo mágico que es el último grito. Ninguna borrasca atraviesa sus límites a menos que el director en persona lo permita. Así habían dejado que cayera una ligera nevada. La pista de carreras y los campos de fresas estaban llenos de hielo. Habían decorado las cabañas con lucecitas parpadeantes similares a las navideñas, salvo que parecían bolas de fuego de verdad. También brillaban luces en el bosque. Y lo más extraño de todo: se veía el resplandor de una hoguera en la ventana del desván de la Casa Grande, donde moraba el Oráculo apresado en un cuerpo momificado.

—Wow —dijo Nico al bajarse del autobús—. ¿Eso es un muro de escalada?

—Así es —respondió Percy.

—¿Cómo es que chorrea lava?

—Para ponerlo un poquito más difícil... Ven. Te voy a presentar a Quirón. Zoë, ¿tú conoces...?

—Conozco a Quirón —dijo, muy tiesa—. Dile que estaremos en la cabaña ocho. Cazadoras, seguidme.

—Les mostraré el camino —se ofreció Grover.

—Ya conocemos el camino.

—De verdad, no es ninguna molestia. Resulta bastante fácil perderse por aquí si no tienes...

Tropezó aparatosamente con una canoa, pero se levantó sin parar de hablar.

—Hay dioses —dijo Rocío aguantando una carcajada

—... como mi viejo padre solía decir: ¡adelante!

Zoë puso los ojos en blanco, pero supongo que comprendió que no podría librarse de Grover. Las cazadoras cargaron con sus petates y arcos, y se encaminaron hacia las cabañas. Antes de seguirlas, Bianca se acercó a su hermano y le susurró algo al oído; lo miró esperando una respuesta, pero Nico frunció el entrecejo y se volvió.

—¡Cuídense, guapas! —les gritó Apolo a las cazadoras. Le guiño un ojo a Percy—. Tú, Percy, ándate con cuidado con esas profecías. Nos veremos pronto. Y tú, princesita, no le vuelvas a prender fuego a una ciudad —beso su cabeza.

—¿Qué quieres decir? —pregunto Nico

En lugar de responder, se subió al autobús de un salto.

—¡Nos vemos, Thalia! —gritó—. ¡Y sé buena!

Le lanzó una sonrisa maliciosa, como si supiera algo que ella ignoraba. Apartaron la vista, cuando volvieron a mirar, el lago despedía una gran nube de vapor y un Maserati remontaba los bosques, cada vez más resplandeciente y más alto, hasta que se disolvió en un rayo de sol. Nico seguía de mal humor.

—¿Quién es Quirón? —preguntó—. Esa figura no la tengo.

—Es nuestro director de actividades —le dijo Rocío—. Es... bueno, ahora lo verás.

—Si no cae bien a esas cazadoras —refunfuñó él—, para mí ya tiene diez puntos. Vamos.

—A mí me caen bien —dijo Rocío ganando las caras de asombro de todos

—Es diferente, tú... eres tú —se quejó Nico acomodándose la chaqueta de la chica


* * *


Charles Beckendorf, de la cabaña de Hefesto, avivaba la forja que había junto al arsenal. Los hermanos Stoll, Travis y Connor, de la cabaña de Hermes, estaban forzando la cerradura del almacén. Varios chicos de la cabaña de Ares se habían enzarzado con las ninfas del bosque en una batalla de bolas de nieve. Lani, de la cabaña de Afrodita, estaba haciéndole compañía a Malcolm, un hijo de Atenea. Y nada más, prácticamente.

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